Igualdad de
géneros: ¿un mito cubano?
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, julio - Cuando el próximo 23 de agosto se conmemore un
aniversario más de la fundación de la pro-gubernamental Federación
de Mujeres Cubanas (FMC), y la prensa oficiosa isleña se extienda en múltiples
consideraciones sobre los avances alcanzados en la isla respecto a la igualdad
de géneros, una pregunta que habrá de formularse será si
los mencionados logros no forman parte de la mitología sociológica
que caracteriza al gobierno de Fidel Castro.
Un elemental sentido de justicia obliga a conceder beneficios: la existencia
durante más de cuarenta años del régimen unipartidista
cubano ha significado avances para la mujer en lo referido a la igualdad de géneros,
aunque no menos justo es consignar que antes del triunfo revolucionario de 1959
se avizoraba una cambio democrático que pudo lograr tanto o más,
no por gusto las mujeres de Cuba conquistaron pleno derecho de voto en 1934 y
alcanzaron representación parlamentaria en 1940. Según datos de
las Naciones Unidas, Estados Unidos sólo concedió esos derechos en
toda su plenitud a partir de 1960.
Siempre de acuerdo con informes de la prensa oficiosa isleña o del
programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), las mujeres cubanas
arriban al nuevo milenio con una esperanza de vida al nacer de 78,2 años,
una tasa de alfabetización de 96,3 por ciento y una tasa bruta de matrícula
combinada en las educaciones primaria, secundaria y terciaria que asciende a 73
por ciento. Hoy por hoy, las mujeres representan el 38 por ciento de la ocupación
total y ocupan el 64 por ciento de los cargos profesionales y técnicos.
Si se compara tales cifras con las disponibles antes del triunfo
revolucionario de 1959 el avance es indiscutible, pero el hecho de que el mismo
se haya producido no indica necesariamente una verdadera consagración de
la igualdad de géneros, entendida ésta no sólo como iguales
derechos entre hombres y mujeres sino como realidad de un acceso pleno a la vida
política, económica, social y cultural de la nación. Tanto
el Partido Comunista como la Federación de Mujeres Cubanas atribuyen al
hecho revolucionario y al gobierno unipartidista el supuesto avance de la mujer
cubana en el capítulo de igualdad de géneros, cuando lo cierto
-según estadísticas publicadas cuyo carácter fragmentario
es responsabilidad del gobierno de Fidel Castro- es que existen más
motivos de vergüenza que de jactancia.
En las estadísticas apuntadas, una de las grandes contradicciones se
observa al compararlas con las de 174 países analizados en el Informe de
Desarrollo Humano del 2000. Si en el índice de esperanza de vida al nacer
Cuba ocupa el lugar 34, en tasa de alfabetización de adultas el 45, en
matrícula combinada el 62 y en fuerza laboral técnica femenina un
muy elogiable séptimo lugar mundial, surge como un motivo de preocupación
que sólo el 73 por ciento de las mujeres en edad de hacerlo estén
cursando estudios, lo que no rebasa el promedio de América Latina. Asia
Oriental -excluyendo China- tiene una tasa de 81 por ciento, y exhiben mejores índices
de matrícula femenina varias naciones latinoamericanas, algunas de las
cuales son objeto diario de ataque a sus gobiernos por parte de la prensa
oficiosa cubana. Tales países son: Barbados, Argentina, Chile, Uruguay,
Panamá, Brasil y Perú.
¿Cómo se explica esa relativamente baja tasa bruta femenina de
matriculación combinada cuando Cuba es país donde las
oportunidades de estudiar sobran?
¿No parece como una contradicción el que la isla ocupe el séptimo
lugar mundial en fuerza laboral técnica de mujeres, mientras las matrículas
de las mismas son más bien bajas?
Todo parece indicar que ciertas presiones propias al régimen
unipartidista cubano lograron un pequeño logro: Cuba aparece como el duodécimo
país del mundo en mujeres parlamentarias, las que ocupan el 27,6 por
ciento de los escaños. Pero cuando se profundiza en otros indicadores de
igualdad de géneros surgen nuevas contradicciones y motivos de bochorno.
Si por un lado las mujeres representan el 64 por ciento de los cargos
profesionales y técnicos, por el otro sólo desempeñan el
18,5 por ciento de los puestos ejecutivos y administrativos, cual si se dijera
que sirven para cumplir órdenes, pero no para darlas. Vergüenza,
vergüenza: en 37 países de desarrollo humano medio que ofrecen la
información, Cuba ocupa el lugar 29. La media para los veinte países
de América Latina que registran el dato es de 29 por ciento, vez y media
lo que Cuba.
Otro tanto sucede en lo que atañe a la participación de las
cubanas en el gobierno nacional. Sólo desempeñan el 8,9 por ciento
de los cargos gubernamentales, nada más el 5,1 por ciento de los de nivel
ministerial son ocupados por mujeres y únicamente el 10,7 por ciento de
los puestos a nivel inferior al ministerial están bajo responsabilidad
femenina. Los lugares mundiales de Cuba en esos índices son,
respectivamente, 82, 100 y 76. Es decir, que la participación de las
cubanas en el gobierno del país califica como distintiva de las naciones
de menor desarrollo humano. Sierra Leona, el estado más pobre del mundo,
supera a Cuba en esos indicadores.
Se ha aludido en estas líneas a una responsabilidad estadística
del gobierno de Fidel Castro, en virtud de la cual no aparece en el Informe de
Desarrollo Humano del 2000 la cuantificación para Cuba de los Indices de
Desarrollo de Género y de Potenciación de Género, los
principales indicadores de Naciones Unidas para medir los avances en materia de
igualdad entre hombres y mujeres. Según parece, ello se debe a las
acrobacias gubernamentales respecto a la determinación del producto
interno bruto per cápita. Lo cierto: ese dato fundamental para calcular
los mencionados índices no se menciona, y lo demás se deriva, razón
por la cual vale interrogar para qué diantres Cuba dispone de un sistema
estadístico de primer orden, más allá de las deficiencias
de su información primaria.
Sin embargo, no cabe dudas de que la comparación internacional de los
índices cubanos aquí expuesta revela mucho, pero mucho, de lo mal
que está en la isla el concepto de igualdad de géneros. Una
curiosidad anecdótica y estadística: en el informe de Naciones
Unidas no se cita el 64 por ciento de fuerza laboral técnica femenina, y
por tanto no se puede apreciar la desproporción existente entre ese
indicador y el de 18,5 por ciento de mujeres en puestos ejecutivos y
administrativos. Pero a la prensa oficiosa se le "escapó el gazapo".
Parece verdad de Perogrullo, pero conviene destacarla: todos los países
que de acuerdo con los datos de Naciones Unidas han mejorado sustancialmente su
igualdad de géneros en los últimos diez años, se
caracterizan por ser regímenes pluripartidistas consolidados desde muchas
décadas atrás o por haber emprendido ese camino en fechas históricamente
recientes, mientras que las peores situaciones de igualdad de géneros se
encuentran en naciones tercamente negadas a la democracia según normas
internacionalmente aceptadas. Tal es la regla, matizada con excepciones como la
de Japón.
Dirían las estadísticas analizadas que el pluripartidismo es
mejor a la igualdad de géneros que el monopolio del poder por un partido.
Por lo pronto, este periodista se tomó la molestia de mostrar este
ejercicio a cinco profesionales cubanas, residentes en el municipio de Centro
Habana y todas militantes del Partido Comunista de Cuba. Una definió al
autor como "escribano del imperialismo yanquee". Tres manifestaron su
desacuerdo con el enfoque sobre el papel del pluri-unipartidismo en la apreciación
del problema, pero opinaron muy favorablemente acerca de la descripción
del mismo. Y la última, aportó una respuesta sorprendente: "¡Chico,
este artículo parece escrito por un revolucionario!"
Conclusiones, asunto del lector.
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