Escribir o
no escribir
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, julio - Entre los días 11, 16, 23 de febrero y el 2 de
marzo de este venturoso nuevo año, siglo y milenio, en "amistosísimos"
encuentros con los oficiales de la policía política ¿Jesús?
y ¿Enrique?, tuve la constancia de por qué no se me concede el
permiso de salida para abandonar definitivamente el país: "Tú
no eres un perseguido político", me dijeron, "tú eres un
cabecilla contrarrevolucionario pagado por el imperialismo y hasta que no dejes
de escribir no te vas".
Vaya paradoja. Soy y no soy. Me persiguen y no me persiguen. ¿Quién
los entiende? ¿Serán masoquistas? Les duele lo que escribo pero no
quieren dejarme marchar hacia donde, según ellos, ya no le seré útil
a la contrarrevolución. En qué aprieto se han metido, y me han
metido. Yo he intentado muchas veces dejar de escribir, pero no lo consigo. Es
como un vicio. ¿Seré grafómano?
Escribo desde que tengo conciencia: malas palabras en los baños públicos,
poemas desastrosos en los cuadernos escolares de las muchachas, despachos increíbles
para los periódicos oficiales cubanos, cartas de amor por encargo de
amigos desesperados por una criolla caderúa, epigramas eróticos en
habitaciones de hoteles, haikúes (¿se escribirá así?)
chapuceros para una descendiente de japonés con mulata cubana que me tenía
hablando en chino, sonetos estrambóticos para una actriz de tercera, pero
hembra de primera, del cine cubano, crónicas costumbristas para CubaNet y
Radio Martí, musarañas en el aire.
Y, la verdad, no sé cómo podría dejar de hacerlo. No es
que sea desobediente, ni testarudo, ni quiera dármela de héroe, es
que no puedo. Y miren que han tratado de desalentarme. No publican mis libros
premiados, me desaparecen de las antologías, algunos críticos y
colegas han dicho que escribo peor que Enrique Núñez Rodríguez
-y eso descorazonaría a cualquiera- y no pierdo la manía.
El vicio de escribir me domina, me enloquece, me tortura, me subyuga, me
castiga, me seduce, me abandona, me reclama, somos dos amantes desguazándonos.
Así es que no sé cómo pudiera complacer a la policía
política. Si me quedo escribo y si me marcho escribo. ¡Qué
jodienda!
Ahora mismo estoy haciendo un esfuerzo descomunal por no escribir porque si
escribo opino y si opino molesto y si molesto no me dan el permiso de salida y
si no me dan el permiso de salida sigo escribiendo y opinando y molestando y si
me lo dan también, y esto va a ser el cuento de nunca acabar, ustedes verán.
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