A paso de
bastón: defecar en un balde
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, julio - Uno de los colegas del periodismo independiente que más
aprecio reside en una suerte de buhardilla, carece de refrigerador y defeca en
un balde para cargar agua, que de alguna manera traslada a una instalación
sanitaria para deshacerse de los excrementos. Por supuesto, jamás su
nombre en público. El se distingue por una callada dignidad, por un
elegante pudor que le gana afectos y cariños. Aunque no todo le ha sido fácil
en la aventura del periodismo independiente cubano. Ha sufrido despotismos
caciquiles, más propios de divas histéricas que de líderes
periodísticos, y hasta algún que otro diplomático le ha
querido "coger para sus cosas", como se dice en el argot habanero.
El caso de mi amigo me hizo reflexionar. Para mí, que he tenido la
suerte de vivir con elemental comodidad mis cuarenta y siete años de edad
y jamás me he visto en la necesidad de defecar en un balde, parece cosa
de Kafka imaginar a un individuo que -en el mismísimo corazón de
La Habana- recorre un edificio a altas horas de la noche para deshacerse de sus
excrementos. Son los tremendos misterios de una Cuba ya no tanto del picadillo
de soya, pero que en cuarenta y dos años de gobierno de Fidel Castro no
ha logrado que la totalidad de sus ciudadanos hagan la "caca" como en
las potencias médicas... de verdad.
Cuando me doy de tope con semejantes misterios me ocurre como a la poetisa
matancera Carilda Oliver Labra... "me desordeno, amor, me desordeno".
Tras anécdotas como la de mi amigo se ocultan pistas mayores que permiten
ganar conocimiento sobre la realidad de este país, cada día más
invadido por los contrastes. Mi "desorden" se resume con esta
pregunta: ¿cuántos cubanos no pueden defecar con la comodidad de
sentarse sobre un retrete inodoro?
Las estadísticas oficiales informan que, al filo de 1999, no menos de
seis millones 122 mil cubanos dependían de fosas y letrinas para
satisfacer esa necesidad, además de otros 802 mil que ni siquiera
contaban con eso. Por lo tanto, no menos de seis millones 924 mil compatriotas
carecían de inodoro a la mano y hacían la "caca" como en
el siglo XVIII. Casi nada ese 62 por ciento de la población residente en
1999.
Si se supone un desarrollo estable, pero no creciente, un poco de cálculos
y proyecciones permite estimar que a los ritmos actuales de avance de los
sistemas isleños de saneamiento, habrá de esperarse al 2025 para
que todos los cubanos puedan defecar al estilo del Primer Mundo. Llamo la atención
sobre un detallito: en 1999, casi el 48 por ciento de la población urbana
carecía de esa comodidad.
Suele ocurrir que lo particular conduce de la mano a lo general. Por ello,
pude consolar a mi colega y amigo. La mano a su hombro, le dije: "No estás
sólo en lo del balde, todo un pueblo te acompaña".
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