La Habana
clama por un trato menos agresivo
Pedro Crespo, Grupo Decoro
LA HABANA, julio - Lentamente, sin que casi nadie se haya dado cuenta, La
Habana se ha llenado de contenedores. Ahora dentro de la ciudad de siempre hay
otra hecha de lata, bastante visitada por los cubanos.
Capital ecléctica en cuestiones arquitectónicas y de diseño,
La Habana exhibe como si nada cientos de kioskos pertenecientes al comercio
dolarizado, que no son otra cosa que contenedores, algo que leído así
puede que no cause asombro pero en realidad es una de esas afrentas estéticas
que se lamentan mientras duran.
Mas, lástima da saber que las muchedumbres, demasiado ocupadas en su
cotidianidad, casi no han reparado en esos cuartuchos, muchos ya herrumbrosos,
que se han diseminado a lo largo de todo el país desde que en 1993 fue
legalizada la tenencia de dólares. Los habaneros más despiertos
han dado la voz de alarma como si fuera el único modo que tienen de
defenderse de esta invasión de metal, pero todos, al menos una vez, hemos
estado frente a uno de esos kioskos comprando detergente, jabones, champú,
máquinas de afeitar.
Es así como Cuba aporta a la larga experiencia arquitectónica
de la humanidad una singular manera de embellecer el entorno, y lo hace pragmáticamente:
esto es feo, pero barato.
¿Alguien podrá defender, frente a la severidad de la lógica
y del sentido común, la idea de utilizar habitáculos de metal como
establecimientos de venta?
Si descabellado es llenar un país de lata cuyo destino obligado debía
ser el desecho o la reconversión en nuevos materiales, es triste tener
que aceptarlos sobre la base de un supuesto esfuerzo en aras de la economía
cuando la verdad es que algo más decente implicaría mínimos
gastos.
¿Acaso no interesan la estética y la belleza como condiciones
imprescindibles para una vida superior?
Ante este panorama de los kioskos uno se pregunta si definitivamente el
tiempo es irreversible, porque es como si se regresara atrás en los
conceptos de urbanización, como si tanto progreso hubiera servido de
poco.
Es una realidad que no encuentra explicación frente a la loable idea
de rescatar la Habana Vieja o construir hoteles lujosos a lo largo de la isla.
Las autoridades competentes deben sustituir esta invasión de zinc por
otra estéticamente aceptable. No se trata ya de anhelar diseños
ultramodernos, sino de embellecer una ciudad que clama por un trato menos
agresivo.
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