A paso de
bastón Los aguadores de la calle Zanja
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, julio - Los aguadores de la calle Zanja prefieren iniciar sus
labores a la puesta del sol. No sólo porque a partir de esa hora es
posible evadir el astro agresivo que castiga a una de las calles más
populosas del municipio capitalino de Centro Habana, sino porque sólo
después de las cinco de la tarde encontrarán abasto seguro en
aquellas acometidas que utilizan para llevar el agua hacia edificios y
ciudadelas, ubicadas a veces a más de un kilómetro de distancia.
Cada tarde, sin domingos ni feriados, los aguadores de la calle Zanja
arrastran una carretilla sobre la cual es usual ver dos tanques de cincuenta y
cinco galones, llenos hasta los bordes del más preciado líquido,
del más esperado en algunos edificios que se sostienen de puro milagro, y
en los que se observa el contraste de ver a todos los residentes propietarios de
televisores en colores, pero cargando baldes de agua para lo más
elemental. Los aguadores llegan y trasladan su carga desde los tanques hasta un
universo de vasijas, mientras un hombre de bíceps fornidos maneja un
aparejo, haciendo equilibrios desde una azotea, para hacer ascender el agua balcón
tras balcón. Cada tarde, sin domingos ni feriados.
Todos los aguadores tienen las espaldas curtidas del sol, no obstante que
comiencen a trabajar cuando éste va de retirada. Calzan botas, van sin
camisa, se les ve sucios, sudorosos y acostumbran a detenerse para echar un
pitillo. Son parte del folclor y la miseria de San Leopoldo y Guadalupe. Una
parte de lo que ganan se lo gastan en alcohol. Tercer, cuarto mundo, en el corazón
de La Habana, capital de Cuba, ¿Perla de las Antillas?
Uno de los misterios de la isla es el de la existencia de barrios
marginales, diríase favelas, en el corazón de la capital de la república.
No se trata, en este caso, de poblaciones periféricas o poblados rurales.
Los marginales del miocardio habanero conviven entre turistas que pagan por
genitales negros, paladares muy competitivas y policías más o
menos corteses. Una de las características de la marginalidad, entendida
como falta de acceso a condiciones humanas de vida, es la de no contar con
abasto seguro de agua potable. Testigos de excepción, los aguadores de la
calle Zanja.
¿Por qué existen aguadores? Si bien es cierto que en los últimos
años se han registrado avances, si bien es cierto que al filo de 1999 el
97, 8 por ciento de la población disponía de acceso al agua
potable, también lo es que a la altura de esa fecha dos millones 919 mil
600 cubanos carecían de conexión domiciliaria para acceder al
preciado líquido. Así de simple: después de cuarenta años
de gobierno de Fidel Castro, casi tres millones de compatriotas cargan baldes de
agua, no tienen el mínimo placer de gozar de una simple ducha. Los
aguadores, sin saberlo ni proponérselo, devienen acusadores.
Alejandra, una mulata esplendorosa que reside en la calle Manrique,
acostumbra a regalar cigarrillos a los aguadores. Vivió cinco años
en necesidad de ellos, hasta que la magia oculta en sus caderas le permitió
financiar su conexión domiciliaria. "Son mis amigos, no sé cuánto
gasté en ellos, pero siempre tuve agua. No me olvido de Finito, que murió
de un infarto, una vez que le dio por cargar agua al mediodía".
Los aguadores de la calle Zanja carecen de todo. Nadie sabe cuál
vejez les espera. Ni seguro social tienen, en esta Cuba ya no tanto del
picadillo de soya, cierto es, que de tanto que avanza tiene un consuelo: por lo
menos, aguadores.
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