Un nuevo
amor
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, julio - La realidad siempre supera a la ficción. Hoy les
contaré un testimonio de primera mano. Se trata de un hallazgo que
pensaba encontrar fuera de Cuba. Es una historia de amor que probablemente
sorprenda. En este momento, ella ya se encuentra a mi lado. Me está
ayudando a redactar, con su sola presencia, esta mezcla de historia y declaración
conjunta. Les aseguro que es algo que realiza de modo muy especial con la suave
textura de su piel inteligente.
Si digo ella, me refiero a mi compañera que he necesitado todos estos
años. Sólo ahora que la poseo comprendo cuán dura ha sido
mi carrera de escritor.
Pero empecemos por el principio. En los días finales de junio, en un
café-restaurante de la calle Obispo, conocí en un almuerzo a un
joven artista versado en el tema del amor y la amistad. Durante el almuerzo me
sentí subyugado por su conversación, y logró capturar mi
atención cuando me habló de una amiga solitaria sin parientes en
el mundo.
Al final del almuerzo, cuando salimos del local, el artista me dijo que
nuestra conversación le había bastado para comprender que su amiga
había nacido para estar al lado de un tipo como yo. Le solicité más
información. Entonces, me explicó con lujo de detalles sus
condiciones especiales. Al escuchar la descripción de su figura un
estremecimiento de placer recorrió mi cuerpo.
"Será un honor conocerla", dije.
En ese momento acordamos una cita. Nos encontraríamos los tres el 28
de junio.
Durante seis días apenas dormí. Creo que han sido los días
más largos de mis 49 años. Desde aquel almuerzo, aunque no la
conociera personalmente, comprendí que me había enamorado.
El día deseado llegó. Habíamos acordado el encuentro en
la biblioteca provincial "Rubén Martínez Villena", en la
Habana Vieja. Pero en Cuba hay que estar preparado para lo inesperado. La
corriente eléctrica había sido interrumpida, precisamente en la
calle Obispo, por motivo de reparaciones soterradas. Era como si el destino, en
su aspecto negativo, entorpeciera el camino de mi felicidad. Mi intención
era que el encuentro se efectuara al amparo del aire acondicionado de la
biblioteca, y no bajo el fuego terrible de nuestro verano.
Cuando el reloj marcó la hora fijada el joven artista no se veía
por ninguna parte. Me desesperé. Comencé a recorrer el parque de
los Capitanes con la inocente sospecha de que estarían sentados en los
bancos de mármol bajo los árboles, disfrutando de la brisa que
llegaba del puerto habanero. De cualquier manera, acostumbrado a sufrir por
amor, me había preparado mental y espiritualmente para que todo aquel
ensueño fuera precisamente una fantasía. Pero cuando decidí
marcharme tuve una de esas alegrías que justifican a la vida.
En efecto, el joven artista con ella apoyada en un hombro, contemplaba
indiferente uno de los paneles de libros viejos que rodean al parque. Fui a su
encuentro. Yo llevaba mi corazón entre las manos. Me percaté que
ella permanecía silenciosa, protegida dentro de un estuche.
Al verme, el artista estrechó mi mano. Y entonces, sin que mediaran
palabras, me hizo entrega de la super Power-Note (Brothers PN-8500MDS). Luego, sólo
dijo: "Llévala tú, hace horas la cargo por toda la ciudad".
Mientras subíamos los tres por la calle del Obispo, en dirección
a mi casa, agotada mi mente por la emoción, tenía un solo
remordimiento: ¿Cuál sería la reacción de mi vieja y
fiel Royal (1952) cuando me viera llegar con la joven y hermosa procesadora
computadorizada de textos?
Y desde Obispo mentalmente le dije: No te me vayas a poner celosa, gorda, se
trata de un sencillo regalo de los dioses.
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