Luis Gomez y Amador. Publicado en El Nuevo Herald. Julio 9,
2001
Así se titula un documental que vi en el Canal 2 hace unos días.
Maravilloso, emocionante, sobre la cubanidad que sienten los hijos de cubanos
que, habiéndose criado y educado la mayor parte de ellos en Miami,
sienten profundo y sincero amor por Cuba porque se ven a sí mismos como
un eslabón vivo de la cultura nativa y la idiosincrasia de sus padres.
Uno de ellos, al expresar esa identidad, mencionó cómo
recordaba cuando su madre en el desayuno, siendo estudiante, siempre le incluía
un café con leche. Para él, dijo con evidente alegría en
los ojos y satisfacción intensa, ese café con leche era su madre,
y ella, Cuba. Al oír esa bella comparación, me vino el recuerdo de
mi madre, allá en España, muerta hace ya muchos años.
Era cubana. Yo fui el último de los cinco hijos nacidos en Cuba que
tuvo con mi padre, español. Debido a una enfermedad, su médico le
recomendó que regresara a España. Y con él partimos mi
madre y todos los hijos. Apenas tenía yo entonces un año de edad.
Y allá, en la madre patria, crecí, estudié y me hice hombre
sin haber jamás regresado a mi terruño nativo, Santo Domingo,
provincia de Las Villas. Pero con mi madre vino a España el alma y el
legajo cultural de su patria. Y de puertas para adentro, en casa, mi padre
siempre nos contaba bellas cosas de Cuba, donde pasó gran parte de su
juventud, y mi madre se hacía Cuba ante nosotros, sus cinco hijos.
Y por eso, contrariamente a la costumbre de comer pavo en las Navidades, en
Murcia donde residíamos, en Nochebuena no nos faltaba nunca el lechón
asado para celebrar esa fiesta. Y recuerdo con la misma emoción que el
mencionado joven, el café con leche que hacía mi madre. Y los riquísimos
tamales que preparaba. Y el par de huevos fritos con arroz blanco para
desayunar, etc. etc.
En Murcia donde residíamos, en Nochebuena no nos faltaba nunca el
lechón asado para celebrar la fiesta
Y las historias de la guerra de independencia, episodio que ella vivió
con apenas ocho años de edad. Y los poemas de amor que nos recitaba de la
época de su juventud. Y los de carácter patriótico. Y
cuando con sus amigas iban a esperar los trenes a ciertas horas para ver quiénes
se marchaban y quiénes venían o regresaban, particularmente si
eran jóvenes como ellas. Y cómo un día, al cruzar la calle
mayor del pueblo se levantó un poco la falda porque había llovido
y no quería ensuciársela con el barro, y al verla mi padre, que
iba montado a caballo, se fijó en ella y la siguió a distancia
hasta su casa. Y como no volvía a verla, por más que rondaba su
vivienda, alquiló una que bordeaba la de mi madre, y por el patio logró
presentarse y hablar con ella. Seis meses más tarde se casaron. Y
vivieron casados hasta que la muerte los separó, sesenta años más
tarde.
Mi madre era todo eso e infinitas cosas más, todas de raíces
netamente cubanas. De las que entran y calan en el corazón; de las que lo
llenan a uno de una identidad única, definible, concreta, saturada de
orgullo, con un denso fondo romántico. Siempre soñé con
regresar a Cuba. Y cuando lo logré ya con pelo en el pecho, al
desembarcar en el puerto de La Habana, dejé mis maletas a un lado, y con
profunda reverencia me arrodillé y besé el suelo. Y
espiritualmente, con ese beso, a mi madre. Y emocionalmente a esa Cuba que ella
me enseñó a amar.
Ojalá que esos eslabones con las raíces cubanas se mantengan
siempre en Miami, ininterrumpidamente y radiantes, empezando cada día con
un café con leche.
Poeta, periodista e historiador, es autor del libro `La odisea del
almirante Cervera y su escuadra, batalla naval de Santiago de Cuba, 1898'.
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