La Habana. AP y Clarín
digital. Julio 3, 2001.
Desde la lucha guerrillera que lo llevó al poder tras la Revolución
de 1959, pasando por la media centena de atentados fallidos y hechizos
elucubrados entre Washington y el anticastrismo, el fantasma de la muerte acechó
siempre a Fidel Castro. Sin embargo, sólo la avanzada edad de Castro, el
sencillo paso del tiempo, es lo que enfrenta ahora a los cubanos y a la dirección
socialista de la isla a la posible, pronta o no, desaparición física
del líder.
Ello se puso de manifiesto por unos minutos en las emociones que surgieron
el pasado 23 de junio, cuando, en una manifestación en las afueras de La
Habana, los agentes de seguridad retiraron rápidamente al dirigente, de
74 años, desfallecido ante los micrófonos bajo un intenso sol.
Las reacciones inmediatas fueron de tristeza y miedo. Jóvenes
asistentes quedaron asombrados. Algunos lloraron. En áreas residenciales
de La Habana la gente corrió a contarles a los vecinos que algo le había
pasado al "Comandante". La tensión se redujo cuando, minutos
después, Castro retornó al podio para asegurarle a la gente que se
sentía bien. Sin embargo, el suceso recordó a los cubanos que su "máximo
líder" es un mortal.
En una recorrida por La Habana la periodista Anita Snow, de la agencia AP,
tomó algunas impresiones de esa creciente realidad en el imaginario de
los cubanos: la muerte de Fidel.
"El hecho (el desvanecimiento en público del mandatario) nunca
había sucedido", dijo Mauro Sampera, un vendedor de libros viejos en
el centro habanero. "No estamos acostumbrados a eso", agregó.
La muerte de Castro ha sido por largo tiempo un tema tabú en Cuba,
donde el socialismo le rinde tributo a la inmortalidad de las ideas y los
principios. Es un elemento de la idiosincrasia que el propio Castro parece
entender mejor que los funcionarios de su gobierno, que acallan a quienes se
atrevan a mencionar que el líder cubano, como todo hombre, morirá.
"En la población hay cierta conmoción ante el suceso
natural de la muerte", dijo Castro a reporteros, el viernes, al indicar a
su hermano, el ministro de Defensa, Raúl Castro, como su "natural"
sucesor.
Los detractores de Raúl, que tiene 70 años, aseguran que
carece del carisma de su hermano, lo que le impediría ganar el apoyo
popular necesario para seguir un gobierno al modo del actual presidente. Pero el
menor de los Castro cuenta obviamente con la lealtad de sus generales, muchos de
los cuales lucharon con ambos hermanos en la Revolución.
Otros de los posibles sucesores que se mencionan son Carlos Lage Dávila,
arquitecto de una serie de modestas reformas económicas implementadas en
los 90, Ricardo Alarcón, presidente del Parlamento, y el joven canciller
Felipe Pérez Roque.
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