Pedro M. González. Publicado el lunes, 2 de julio de
2001 en El Nuevo Herald
Pudiera parecer, poco o mucho, depende de cómo se mire, pero las 42
millas cuadradas de la base naval de Guantánamo, hoy prácticamente
sin uso, pudieran convertirse en una espina en la garganta del gobernante
cubano, y no precisamente como una amenaza militar.
Cuando en el verano de 1994 aproximadamente 32 mil balseros fueron ubicados
en los campamentos de refugiados que allí se levantaron, se corrió
el rumor de que la armada estadounidense otorgaría mil millones de dólares
para la construcción de lo que dieron en llamar un Hong Kong en el
Caribe.
La idea en ese momento no parecía descabellada, pues el gobierno había
asegurado una y otra vez que los refugiados no viajarían a este país,
y los balseros estaban de acuerdo con cualquier variante que no incluyera el
regreso a Cuba.
El plan consistía en buscar empresarios que estuvieran dispuestos a
invertir su dinero en la base, donde se construirían fábricas y
otros medios de producción que darían empleo a los balseros y a la
vez crearían la base para que posteriormente se permitiera la entrada de
los familiares más cercanos de los que allí construirían su
futuro.
El rumor nunca se convirtió en realidad, y finalmente a los balseros
se les permitió la entrada a este país. La base, sin embargo,
parece haber quedado en el olvido.
Poco después de nuestra llegada a Guantánamo, la armada cerró
la escuela que allí funcionaba y evacuó a los familiares de los
militares. Meses más tarde incluso se trasladó la base de
reparaciones de barcos del Servicio Guardacostas a Mayport, en el estado de la
Florida, con lo que las operaciones de índole militar en la base se
limitaron a alguno que otro ejercicio de desembarco de marines.
Realmente no tengo información sobre si se han reanudado las
maniobras militares en la base, pero lo cierto es que incluso aunque así
sea, hoy por hoy Guantánamo no tiene importancia estratégica desde
el punto de vista militar, por lo que sería interesante pensar en alguna
posibilidad de inversión económica que demostrara una vez más
lo que pueden hacer los cubanos del exilio.
La idea tiene simpatizantes y detractores, además de escépticos
que me preguntan quién estaría dispuesto a viajar a Guantánamo
después de vivir en Estados Unidos. Para empezar, creo que muchos de los
que hoy están aquí sin empleo y pagando un alquiler enorme estarían
dispuestos a viajar a la base si tienen asegurado un empleo con un salario
competitivo y una vivienda a precio razonable. Por otra parte, no pasa un mes
sin que el Servicio Guardacostas no recoja a muchos balseros que sin más
ni más están siendo devueltos a las garras del dictador.
No me cabe la menor duda de que la mayoría de ellos estarían
dispuestos a vivir en Guantánamo antes que regresar a Cuba, especialmente
si saben que allí podrán trabajar en libertad y, con el tiempo,
incluso reclamar a sus familiares.
Cuando la administración Clinton ordenó el retorno de los
balseros a Cuba, muchos tuvieron la esperanza de que un nuevo gobierno cambiaría
esta política. Sin embargo, han pasado varios meses desde la inauguración
del presidente Bush y nada ha cambiado.
No culpo al Presidente. La presión que tiene de grupos que se oponen
a una mayor inmigración es fuerte, pero la solución de Guantánamo
podría ser única y satisfactoria para todos los interesados.
Por una parte se estaría cumpliendo con la ley: los balseros son
devueltos a Cuba, sólo que a un pedazo de Cuba no dominado por Castro.
Por otra, la base serviría de trampolín a los balseros que
eventualmente terminen en este país.
Todos conocemos los trabajos que pasa un inmigrante cuando llega a tierra
extraña con costumbres distintas, pero Guantánamo podría
convertirse en el lugar en que los futuros inmigrantes se pueden entrenar tanto
en el uso del idioma inglés como en el cumplimiento de las leyes
estadounidenses. Estoy seguro de que después de encontrar un trabajo y un
buen lugar donde vivir, muchos preferirán quedarse antes que venir aquí.
Para Castro sería muy difícil de aceptar, y de explicar al
mundo, que unos cuantos cubanos en una tierra árida puedan tener un nivel
de vida superior al del resto de la isla.
Quienes tienen acceso al Presidente y sus asesores pudieran pasar la idea.
Quién sabe, quizás a Castro le da un patatús de sólo
pensar en la pena que pasaría. Quienes temen que Cuba no permitiría
tal cosa e invadiría el enclave están equivocados. Un compromiso
de Estados Unidos sería suficiente para que Cuba no se tirara.
Si no me creen, pregúntenles a los chinos, que hablan y hablan, pero
jamás se han tirado con Taiwan.
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