Zoé Valdés. Publicado el lunes, 2 de julio de
2001 en El Nuevo Herald
Miami es la ciudad más vilipendiada del mundo --así empiezo mi
última novela-- y sin embargo es la que más me estimula. Y citando
a José Lezama Lima: Sólo lo difícil estimula.
Deseo agradecer en el orden que los sentimientos y la literatura imponen. A
Pepe Horta, el Lince. La primera vez que viajamos a esta ciudad, sentenció
con la firmeza que lo caracteriza: Esta es la ciudad que es y no otra. Casi una
frase bíblica: El que es; o rimbaudiana: Yo soy yo y no otro.
Agradezco a Vittorio de Sica y a Cesare Zabattini por ese gran clásico
del cine Milagro en Milán, que he pretendido homenajear con mi novela.
Agradezco a la editorial Planeta, en especial a Planeta Publishing, que está
de estreno, aunque su trabajo valioso existía ya antes del segundo título,
y al señor don José Manuel Lara, quienes han reconocido mi obra
con el Premio Finalista Planeta.
Ellos intercedieron a mi favor y en el de mi familia, poniendo todo su empeño
para que yo obtuviese el estatus de persona documentada; entregándome así
sus majestades, los reyes de España, la nacionalidad española por
carta de naturalización, concedida por el rey don Juan Carlos.
Naturalización que sirvió además para que yo recibiese
mi carta francesa de residente y tuviera un pasaporte de ser humano. Antes había
viajado a Miami a la Feria Internacional del Libro en 1997 con un pasaporte de
ser cubano. En ese año reencontré antiguas amistades, tomé
contacto con un público formidable, mis lectores originales hasta que
Cuba sea libre; e hice nuevas y duraderas amistades. En casa de Bobby París
les descubrí a la mayoría, incluido a Sharif Malnik. Y en aquel
momento una señora se me acercó y me espetó:
--Mi vida es una novela.
Como ha sido la frase que más ha repetido mi madre desde que nací,
y de ella surgió precisamente Te di la vida entera, pues agucé el
tímpano izquierdo, ya que por el derecho el Lince me estaba recalcando
que ``la vida de esa familia es una novela''. Así conocí a
Juanita, la mamá de Ivelín, de quien ya había oído
hablar extensamente (pero para eso tienen que leerse la novela) y a quien había
admirado en las vallas publicitarias parisinas cuando ella era el rostro del
Bonmarché y el cuerpo de las portadas más célebres del
mundo. Así me enamoré de la fabulosa historia --no de Amélie
Poulain-- sino de la que empieza en Guanabacoa hasta Dacra; así surgió
Milagro en Miami, inspirada en ellos, y en ustedes, en todos nosotros. O sea,
fantasía pura.
El mestizaje de Miami es el que se forja y funda a diario, creciente y
creador, potente por imaginario, posible porque salta de las esperanzas a la
libertad
Agradezco a Miami, cuyo auténtico milagro es el milagro del
mestizaje. Pero no el mestizaje artrítico de los pueblos enquistados en
el pasado, o ese mestizaje vulgar de los regímenes racistas cuyo único
fin es el de la propaganda totalitaria. El mestizaje de Miami es el que se forja
y funda a diario, creciente y creador, lúdico, telúrico, y
excesivo, potente por imaginario, posible porque salta de su imposibilidad a las
ilusiones, y de las esperanzas a la libertad: ¿Miami, capital cultural de
nuestros pueblos?
Agradezco a sus alcaldes, señores Joe Carollo, Alex Penelas, Neisen
Kasdin, y al señor Herman Echevarría, por distinguirme con el
emblema de los caminos que se bifurcan. La llave de una ciudad, desde los
egipcios, es siempre el símbolo iniciático para descifrar los
jeroglíficos del ritual. Y el único ritual que a estas alturas de
la verdad sólo me interesa es el del amor.
Digamos como en aquel otro clásico del cine, Casablanca:
--We loved in Paris. O lo que es casi igual: Siempre nos quedará París.
--We loved in Miami. O sea: Siempre nos quedará Miami.
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