Frank Calzon. Publicado el miércoles, 31 de enero de
2001 enEl Nuevo Herald
Hace unos días, el general Raúl Castro declaró en la
televisión cubana que Estados Unidos debía aprovechar para
negociar con La Habana en vida de su hermano Fidel. ¿La razón? El,
Raúl, a quien el presidente vitalicio de Cuba ha designado heredero al
``trono'', será un negociador más difícil que el actual
jefe máximo.
Los comentarios del general ponen de nuevo en duda el estado de salud del
comandante. Pero lo que hay que preguntarse es por qué sería Raúl
Castro un contrincante más difícil, cuando es Fidel quien ha
dedicado toda una vida a socavar los intereses norteamericanos en el mundo
entero, y quien llevó al planeta al umbral de un Armagedón al
hacer de la isla un arsenal atómico soviético con los cañones
enfilados hacia Estados Unidos. Fidel insiste en que su versión del
comunismo es la ola del futuro, y se enorgullece de haber apoyado la violencia
antiamericana en todas partes, incluyendo el despliegue de sus ejércitos
en las guerras de Angola y en el cuerno de Africa.
No obstante, Raúl insiste en que él será un hueso más
duro de roer. En el mismo programa, el general se lamentaba de que lo ocurrido
en Europa oriental hace diez años podría suceder en Cuba. O dicho
de otra forma: que si en Cuba se repiten los acontecimientos europeos, el régimen
responderá con la fuerza necesaria para mantenerse en el poder. La
administración del presidente electo George W. Bush está sobre
aviso. El otro Castro no andará con contemplaciones. Granma, el periódico
del Partido Comunista, aclaró enseguida que había un mal
entendido.
Raúl no se refería a los acontecimientos en Moscú,
Varsovia o Praga. Según Granma, donde Raúl dijo ``dije'', en
realidad dijo ``Diego''. El régimen les asegura a los americanos que todo
sigue normal; pero es obvio que Raúl sí teme un levantamiento
masivo a favor de un cambio, como los que barrieron con los estados policíacos
del bloque soviético que la otrora poderosa URSS no pudo proteger a
fuerza de tanques, como lo había hecho en 1956 en Hungría o en
1968 en Praga. Hoy, la URSS es apenas una memoria histórica, y el régimen
cubano sabe que, más allá de costear la planta de espionaje en
Lourdes para el rastreo de las comunicaciones militares estadounidenses, los
subsidios soviéticos son cosa del pasado.
Ni en la fantasía más remota se puede imaginar un rescate aéreo
armado por parte de la nueva Rusia. El mensaje de Raúl Castro es claro:
si el pueblo da un paso, a él sí no le temblará la mano a
la hora de reprimir a los cubanos. Así y todo, al régimen no le
vendrían mal unos cuantos millones de dólares en subsidios del
contribuyente americano. Pero el cubano reacciona diferente cuando le hablan del
fin del comunismo y de la mortalidad de Fidel.
Ante la posibilidad de que en Cuba pase lo sucedido en Europa del este, el
cubano de a pie se lamenta de que lo mismo no haya sucedido aún en Cuba. ¿Por
qué? Pues porque cuando se comparan los sucesos en Praga o en Budapest
con el posible escenario en La Habana, las circunstancias son muy diferentes.
Si al menos en La Habana hubiera una prensa libre que informara sobre las
actividades de los gobernantes electos... electos, no autodesignados por vida.
Si no hubiera sólo una prensa oficial que sólo desinforma a la
población. Si no hubiera comités de defensa de la revolución
para espiar al ciudadano cuadra por cuadra, o escuelas al campo que sólo
sirven para separar a los hijos de sus padres y adoctrinarlos mejor. Si en Cuba,
en vez de una economía asfixiada, hubiera un sistema más abierto
que diera rienda suelta a la iniciativa del cubano para eliminar la carestía
y el racionamiento. Si al menos no hubiera un régimen que le dicta al
cubano lo que tiene que pensar, por quién votar, dónde trabajar, y
a quién odiar.
Si al menos en Cuba el régimen se viera obligado a la apertura política.
Eso --la apertura política-- es lo que le preocupa al general Raúl,
lo que lo ha llevado a decir que más le vale a Estados Unidos lidiar con
Fidel ahora. No es mejor ni para Cuba ni para Estados Unidos, sino para la
dinastía Castro el negociar su futuro y el destino de Cuba en Washington
y no en La Habana, donde tendrían que escuchar la voluntad de once
millones de cubanos. Eso, para los hermanos Castro, sería demasiado.
Director ejecutivo del Centro para Cuba Libre. |