CUBANET... INTERNACIONAL

Enero 26, 2001



Mis dos matrias

Belkis Cuza Male. Publicado el viernes, 26 de enero de 2001 en El Nuevo Herald

Pido licencia a Ileana Fuentes para usar aquí un término que ella piensa debería sustituir al de patria: matria. Y porque, como Martí, en lugar de una tengo dos, "Cuba y la noche'', mis dos patrias. Todo exiliado vive en el territorio incierto de la noche, esperando que amanezca. Así es. De modo que sería injusta si me refiriese a Cuba como mi única matria. Los más, pensarán que estoy delirando, que sólo se puede ser hijo de aquella tierra que nos vio nacer. En cambio yo creo que el concepto no ciñe totalmente la mejor definición, y les explicaré por qué: hace casi veintidós años que llegué a este país, tenía yo entonces 36. Lo que se dice, una mujer joven.

Pero el país ha terminado por colarse en mi casa, y yo vivo dentro de él y soy una ciudadana que día a día lee, habla y escucha en otro idioma; que no ha mudado la piel, pero sí ha tenido que aceptar la metamorfosis de sin dejar de ser, ser otra. Porque de nada valen mis resabios, mis torpezas, mis descuidos, traídos y llevados de una ciudad congelada a otra más calurosa. La realidad se impone, los hábitos se forman como las volutas de humo. Somos las circunstancias. Somos eso, islotes dentro del gran mar. Había nacido, crecido y sufrido en la isla; me había alimentado de su suelo, había respirado su aire, el aire salino de la antigua villa de Catalina de Siena (Guantánamo), el de las montañas santiagueras, con su Gran Piedra; la brisa de Siboney, el pregón de las frutas del Caney. Me asomaba a la ventana de mi casa y veía el mar mordisqueando la bahía, y en verano subía y bajaba las empinadas calles de la ciudad, que tanto recuerdan a un sitio de la memoria de sabrá Dios qué rincón del mundo otro.

Me crié entre helechos, cañas, malangas, platanales, café y tabaco. Con el recuerdo de un central azucarero en mi memoria, el Ermita, donde vivía mi abuela, en aquella casa de azucenas y limón fresco. Luego, el perfume de la flor de los naranjales y la tierra roja fueron entrañables para mí, así como la más maravillosa de las ciudades, La Habana. Ahora lo sé, a tantas millas de ella, aunque la ciudad sólo exista porque la soñamos, convertida en mustio cascarón flotando junto a las aguas.

Cuba es mi matria. Una de ellas. La otra, la que me adoptó, es ésta en la que vivo hoy, y la que también, luego de todos estos años, y un certificado de ciudadanía, siento como propia. Sí, Estados Unidos es mi segunda matria. De modo que sus alegrías son las mías; sus tristezas, mis pesares. El que las tenga a las dos en mi corazón no anula el dolor de saber que una es esclava. La otra, en cambio, recién estrena presidente.

Muchos también me recriminarán la aceptación de esta patria que para ellos no es más que un sitio de tránsito, una pradera que no convida más que al regreso expectante. Los que viven sin vivir, los que sienten que Estados Unidos es un lugar ajeno a sus raíces, a sus devociones, deberían considerar la nulidad de este pensamiento. Porque si ya no somos los mismos luego de la experiencia del exilio, tampoco el país que nos ha visto llegar en oleadas, que ha tenido que cambiar incluso sus leyes para acomodarnos lo mejor que puede, ha quedado inmune a nuestra presencia. No importa que digamos otra cosa, que neguemos por negar nuestra integración a la cultura norteamericana y mantengamos intacta nuestra cubanía. Somos ahora el producto de dos países, de dos culturas. Híbridos quizás de una definición mejor.

Ycuando se produzca el regreso a la matria de origen, de seguro que llevaremos tantas cosas extrañas y queridas --parte ya de esta nueva esencia--, como todo lo que cabe en la maleta de un turista. Llevaremos ciertos hábitos, cierto vocabulario, cierto modo de mirar y hasta de reír que pueden parecerles ajenos a los nuestros. Llevaremos la nieve, el cardenal, los ríos inmensos, los tornados, los bosques, las supercarreteras, el consumismo y la libertad de escoger. Pero mientras ese momento no llegue, cabe preguntarse: ¿por qué hay "exiliados'' que a estas alturas odian a Estados Unidos? Los que viviendo en el exilio lo niegan y niegan a este país, ¿a quiénes sirven? ¿Qué alianzas macabras propician? ¿Por qué --obviamente claro-- Fidel Castro y los enemigos del exilio citan a un mismo José Martí, sacado de contexto? Tan libre es este país, que permite expresarse a sus enemigos ideológicos, ésos que hablan a nombre de extraños intereses, y de una supuesta "alianza americana'', que no intenta fomentar la paz sino la guerra, la discordia, la vendimia de sangre de los que siembran el odio donde quiera que van. Sin matria pero con amo, parece ser la consigna que mejor les cuadra a los que intentan hoy, desde el exilio, darnos lecciones de antiamericanismo, azuzados por Fidel Castro y el Hugo Chávez. ¡Pobres huérfanos!

BelkisBell@Aol.com

© El Nuevo Herald

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