Adolfo Rivero Caro. Publicado el viernes, 26 de enero de
2001 en El Nuevo Herald
El próximo domingo, 28 de enero, se cumplen 25 años de la
fundación del Comité Cubano pro Derechos Humanos (CCPDH). Ha
pasado un cuarto de siglo desde que Ricardo Bofill, junto con la Dra. Marta
Frayde y unos pocos colegas, fundara la primera organización disidente
--definida, por cierto desde su inicio, como anticomunista y neoliberal. Muchos
otros, representando todo el espectro político, han seguido su ejemplo.
Hoy, una disidencia de masas, aunque no lo parezca, se extiende a todo lo largo
y ancho del país. No ha sido una división, como insiste Bofill,
sino una multiplicación. Y el CCPDH sigue su trabajo dirigido, desde
Cuba, por el inquebrantable Gustavo Arcos Bergnes.
Los antecedentes de este movimiento se encuentran, como sabemos, en la
oposición al viraje comunista de la revolución a principio de los
años 60. Aquel movimiento, que costó la vida de miles de
combatientes y la prisión de muchos miles más (el llamado "presidio
histórico''), representó una primera oposición, de carácter
armado, al establecimiento de una dictadura totalitaria en Cuba. Sin embargo,
enfrentado a la masiva popularidad de Fidel Castro en la atmósfera
revolucionaria de los años 60, aquel movimiento fue prácticamente
aniquilado. Por aquella época, el mundo entero parecía estar
avanzando inexorablemente hacia el comunismo.
En realidad, desde hacía muchos años las ideas socialistas habían
ido ganando terreno. Infinidad de personas que se consideraban anticomunistas
creían, con la misma convicción, que el estado debía de ser
el encargado de resolver todos los problemas. Profundamente influidas por las
ideas marxistas, le echaban la culpa de todos los problemas sociales al
capitalismo y, en particular, a su máxima expresión: los Estados
Unidos de América. El liberalismo, la ideología de la libertad
individual surgida al calor de la revolución industrial y el nacimiento
del mundo moderno, se consideraba un anacronismo mientras que las arcaicas
concepciones estatistas y colectivistas, vigentes durante milenios, se
consideraban "avanzadas'' y "progresistas''. Esta derrota en el
terreno cultural iba a hacer posible la posterior derrota en el terreno político,
y el triunfo de una revolución comunista en Cuba.
¿Qué balance podemos hacer 25 años después? Un
balance, sin duda, paradójico. Hemos conseguido éxitos inesperados
y asombrosos. La Unión Soviética, la madre patria del comunismo,
se desintegró. Todos los países de la Europa del este,
conquistados por los soviéticos en el epílogo de la II Guerra
Mundial, se liberaron. La China comunista prospera económicamente en la
medida en que ha adoptado el modelo de desarrollo capitalista. Los pocos países
comunistas que siguen aferrados al modelo anticapitalista tradicional --Corea
del Norte, Vietnam y Cuba-- vegetan en la miseria. Increíblemente, sus
principales ingresos son las remesas que envían los que han escapado del
país para impedir que los familiares y amigos que se quedaron dentro se
mueran de hambre. Sin embargo, a pesar de todo, esas dictaduras se mantienen en
el poder.
Esa es la gran paradoja que vivimos los cubanos: ganamos la guerra fría,
pero todavía estamos en el exilio. Al aplastar la libertad individual, el
comunismo y el socialismo no podían producir una sociedad mejor. A pesar
de las apariencias, la URSS y el campo socialista eran infinitamente menos
productivos que Estados Unidos y Europa occidental. Y, en efecto, bajo el peso
de la competencia, la URSS colapsó. Ese colapso arrastró consigo
buena parte de la arcaica ideología colectivista y antiliberal. El modelo
de la propiedad estatal y la economía planificada entró en
bancarrota. El liberalismo económico tuvo un poderoso resurgimiento en el
mundo entero.
Las ideas matrices del capitalismo, sin embargo, las ideas liberales de la
libertad individual, que incluye la libre empresa, de la responsabilidad
individual, que es su contrapartida, del estado de derecho y la apreciación
de su desarrollo a través de la historia de la civilización
occidental, siguen bajo ataques de una ferocidad sin precedentes. Los
socialistas se quieren desquitar, en la cultura, de la batalla que perdieron en
la economía. Pero el objetivo sigue siendo el mismo: la deslegitimización
de la sociedad de libre empresa.
De aquí, por cierto, la extraordinaria importancia de Antes que
anochezca, la gran película de Julián Schnabel sobre la vida de
Reinaldo Arenas. Es un síntoma de que el núcleo duro de la
izquierda americana está empezando a encontrar insoportable a Fidel
Castro. Esto es muy importante porque la dictadura cubana ha tenido su precaria
sustentación en las simpatías que todavía tienen las ideas
socialistas entre los intelectuales y artistas del mundo entero.
Nada de esto puede hacernos olvidar, sin embargo, el enorme debilitamiento
de Castro. No tiene ni la sombra del poder que tenía hace sólo 5 años.
Ni siquiera va a ser invitado a la próxima Cumbre de las Américas
en Québec, según ha dicho el primer ministro canadiense Jean Chrétien.
Es tan débil, que se obstina en mantener preso e incomunicado a mi amigo,
Vladimiro Roca. Tan débil, que tiene miedo a que Víctor Arroyo
reparta juguetes, a que Alfredo Femenías se reúna con dos
populares dirigentes checos en Ciego de Avila y a que opositores pacíficos
se reúnan para discutir el futuro de una patria que es de todos.
La disidencia y nuestra comunidad cubanoamericana tienen mucho de qué
sentirse orgullosas. Castro ha perdido la guerra aunque, como Hitler en su
bunker, prefiera sacrificar a su pueblo antes que rendirse. Podemos estar
seguros de que falta poco, parafraseando a Reinaldo Arenas, antes que amanezca.
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Uno de los fundadores del Comité Cubano pro Derechos Humanos.
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