Mecanismo
macabro
Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, enero - Familias cubanas nuevamente se han visto enlutadas. En
esta ocasión, han muerto dos jóvenes pertenecientes a la selecta
escuela militar Camilo Cienfuegos que trataron de escapar del país
escondidos en el tren de aterrizaje de un avión Boeing 777 de la British
Airways, que realizaba la ruta Habana-Londres.
La respuesta de las autoridades, como en anteriores oportunidades, ha sido
culpar de este lamentable suceso a la Ley de Ajuste Cubano, adoptada por el
gobierno de los Estados Unidos hace años, mediante la cual todo ciudadano
de la Isla que pise territorio norteamericano tiene derecho a la permanencia.
Esta legislación puede ser un elemento de aliento a la huída
masiva, pero en ningún modo constituye el factor esencial que la motiva.
La causa verdadera es la crisis que desde hace años azota a la sociedad
cubana, sin que se tenga idea de cuándo terminará y que, en
particular, afecta las legítimas aspiraciones de las nuevas generaciones,
cuyos destinos son tronchados por un sistema anulador de sueños y
esperanzas.
Las muchedumbres siempre presentes en las embajadas en La Habana, procurando
visas de países que no ofrecen ventaja alguna a los cubanos, demuestran
que el problema no radica en los incentivos norteamericanos, sino en la
desesperación de amplios sectores de la población.
Hoy, no es raro encontrarse a muchos jóvenes de ambos sexos
dispuestos a contraer matrimonio de conveniencia con cualquier persona
extranjera, sin importar la avanzada edad u otras condiciones, con tal de
conseguir la ansiada salida del "paraíso".
Asimismo, debe recordarse que en el último sorteo de visas efectuado
por la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, el llamado
bombo, más de medio millón de personas se presentaron. A ello habría
que añadir las familias de los solicitantes, por lo que en la práctica
pudieran sumar varios millones los interesados en abandonar su patria dejando
todo atrás.
La tentativa gubernamental de querer equiparar el fenómeno migratorio
cubano con el existente en las demás naciones de América Latina,
tampoco es válida. Cuando un cubano se marcha, lo pierde todo. Unicamente
puede regresar de visita por un corto período como si fuera un extranjero
y, siempre y cuando se le otorgue el correspondiente permiso oficial. Situación
bien diferente a la de los mexicanos, dominicanos y otros, a quienes cuando
emigran no se les confisca nada, y en cualquier momento pueden reintegrarse a
sus países de origen sin ningún obstáculo, según su
conveniencia.
En Cuba, la emigración también es utilizada como válvula
de escape para las autoridades librarse de reales y potenciales opositores,
convirtiéndolos en fuentes de dólares ya antes de la partida,
mediante el cobro de infames gabelas como el permiso de salida (la famosa
tarjeta blanca). Este constituye un esquema que equivale a un trato de rehenes a
las personas que deseen residir en el exterior.
Si el gobierno deseara impedir esta indetenible escapada masiva de personas,
trataría de crear mejores condiciones de vida para la población, y
especialmente perspectivas de prosperidad y felicidad para los jóvenes.
En cambio, lo ofrecido es un discurso gastado, rebosante de dogmas y conceptos
populistas.
La atroz muerte de estos Camilitos debería haber servido para una
reconsideración de la política oficial. Pero todo hace indicar que
no se hará. La tozudez sigue vigente y, con ella, crece la desesperación
de los cubanos. Por consiguiente, el implacable mecanismo continuará su
macabro trabajo, con más muertes y luto para otras familias cubanas.
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