Baile,
mestizaje y modernidad en Cuba
Lucas Garve, CPI
LA HABANA, enero - Sin lugar a dudas existen detalles que revelan una fuerte
relación entre el baile, el mestizaje y la entrada en Cuba de la
modernidad.
A finales del siglo XVIII Don Francisco de Arango y Parreño promovió
las medidas y gestiones apropiadas para, unido a otros prohombres de la época,
hacer de la Isla de Cuba la azucarera del mundo.
De esta forma, Cuba entró al mercado internacional donde la feroz
competencia durante el siglo XIX obligó cada vez más a talar
bosques vírgenes para convertir la madera en combustible, obtener
terrenos para la siembra de más caña de azúcar y para
importar esclavos de Africa. Además de obligar a la élite cubana a
importar la más avanzada tecnología -mucho antes también
del surgimiento de la palabrita- y establecer un intercambio financiero con
intereses estadounidenses que más tarde moldearían en buena medida
la Historia de la nación.
La élite cubana -la sacarocracia- sostenida por el "oro dulce"
de sus azúcares pudieron entonces adelantarse a la de la Metrópoli
que la desdeñaba. Así, importaron no sólo máquinas y
ferrocarriles, sino que también adquirieron un refinamiento sorprendente
que los llevó a disfrutar del lujo de sus mansiones y palacios unido al
confort. No fue gratuita pues la instalación del primer inodoro del mundo
hispánico en La Habana.
Mas mucho contribuyeron a la introducción en Cuba de las más
variadas tecnologías de la época las redes de navegación
establecidas después de 1817 con los puertos de Baltimore, New York,
Boston, New Orleans, Cayo Hueso y Tampa. La modernidad se instaló en Cuba
gracias a este complejísimo proceso.
En tanto el oro salía de las arcas para pagar los gastos, la falta de
brazos incrementaba la trata de esclavos. En La Habana de 1830 vivían 112
mil 23 habitantes, de los que 47 mil 402 eran negros y mestizos; unos esclavos,
otros libres, según un apunte de Eugene Ney -un francés que pasó
por la ciudad y del que Luciano Pérez de Acevedo tomó la información
brindada en su libro "La Habana en el siglo XIX", descrita por
viajeros extranjeros, editada en 1919 por Cuba Contemporánea.
Proceso que adquirió mayor fuerza, pues once años más
tarde, según el censo de 1841, se llegó a la cifra de 74 mil 956
negros y mestizos para una población blanca de 60 mil 784 en La Habana
-intra y extramuros- sin contar con las villas de Regla, Casa Blanca, El Horcón
(detrás de la zona de la Loma de Atarés, junto al Manglar) y el
Cerro, considerados suburbios en aquel entonces.
Negros y mestizos, quienes para subsistir hicieron suya una economía
de servicios cuya demanda aumentaba a la medida de las riquezas de las élites
azucareras.
Peineteros, ebanistas, cocheros, sastres, dentistas, maestros, músicos
y otros, fueron oficios propios de mulatos y negros libertos.
Hubo mulatos y negros propietarios de esclavos y de pequeñas fincas,
incluso hasta casa-tenientes.
Es necesario recorrer este camino para darse cuenta cuánta trama hubo
de tejerse para que el primero de enero de 1879, según la investigadora
Lapique Recali, estrenara en un salón de baile matancero el mulato Miguel
Failde su danzón Alturas de Simpson.
Hecho no sólo de importancia musical por sí mismo, sino de
relevancia cultural en el sentido más amplio. Quizás sin darse
cuenta, el Sr. Failde, al frente de su popular orquesta de baile, se anotó,
de golpe y porrazo, como fuente de lo que hoy se conoce como la salsa y se
escucha y se baila en casi todas las latitudes.
Con el danzón, Failde empujó la música cubana hacia el
siglo XX. Echó a la basura del olvido las posibilidades de las mazurcas,
polkas, contradanzas que reinaban mientras tanto en los salones cubanos.
Desde ese entonces, se bailó en pareja -como se dijo después "para
el humano divertir"- y más cerca, aunque aún a prudente
distancia, pero eso sí, se obtuvo que los danzantes al mirarse a los ojos
pudieran decirse lo que era imposible en los cuadros de la contradanza de
importación francesa.
Con la aceptación del danzón en sociedad, el mestizaje fue
aceptado por una élite que necesitaba de "cartas de limpieza de
sangre" para atestiguar su pureza.
Danzón, exotismo y refinamiento al calor de la mezcla de razas en
Cuba, establecieron las coordenadas por las que en el pasado siglo XX correría
buena parte del destino del país.
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