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Enero 17, 2001



El vehículo del comandante

Milan Balinda. Publicado el miércoles, 17 de enero de 2001 en El Nuevo Herald

Aquel lunes, como a las siete de la mañana, el jefe del estado, que también es el comandante supremo de invencibles tropas militares, padre del sistema filosófico más estable de la historia del pensamiento humano, creador de las cosas pequeñas y las cosas grandes tales como la luz y el movimiento de las nubes, abrió sus ojos con un brillo revelador.

Tocó su barba blanca con la mano derecha y luego con la mano izquierda asegurándose de estar despierto. Una vez convencido de que el sueño que tuvo había terminado, la cara se le transformó en una sonrisa que mostraba la superioridad y la sencillez de un genio que acaba de inventar la manera con la que se aliviaría el dolor humano para las generaciones por venir. Se sentó en la orilla de su cama esperando con profunda tranquilidad mientras le traían su bacinilla. No iba a perder tiempo, pensaba; empezaría a aplicar su gran idea de una vez. El aparatus que salvaría a su pueblo, su isla y al resto de la humanidad, de una vez para siempre.

Es obvio, pensaba el comandante, que es la energía la que mueve la materia, claro está en un mundo materialista, y que resolviendo el problema de la energía se resuelven todos los problemas del movimiento. No se puede esperar que el petróleo satisfaga nuestras necesidades de energía y tampoco la energía nuclear, pues es un poco complicada. Es la energía humana, la más cercana a nosotros, la fuerza que cambiaría el futuro por lo menos en nuestro planeta. Un vehículo que se mueve usando la energía de cada hombre o mujer, que es la energía más limpia y más al alcance de cada ciudadano, es una solución revolucionariamente genial.

Caminando hacia su oficina, el comandante seguía desarrollando su plan del vehículo perfecto, sin todavía decir nada a quienes lo rodeaban. La bicicleta no es la solución, pues ya otras naciones lo hacían. El triciclo tampoco, por la misma razón. Debe ser un aparato con cuatro ruedas, pues el tigre y el elefante tienen cuatro patas y se pueden mover despacio y rápido con la misma facilidad.

Ordenó que lo comunicaran con los chinos, a quienes iba a pedir el financiamiento de su proyecto. Se enojó enormemente cuando los chinos le dijeron que ellos mismos en China producían bicicletas, triciclos, cuatrocicletas, hasta unos vehículos de seis y siete ruedas. Lo de la siete ruedas intrigó al comandante, pero no quiso pedir explicación a los mismos chinos, sino que de una vez ordenó a su departamento de espionaje investigar el asunto. Después llamó a Moscú, donde le explicaron que ellos estaban haciendo planes para regalar a cada ciudadano ruso un misil, después de desmontarles las cabezas nucleares, para que se transportaran a lo largo y lo ancho del país, y que no tenían ninguna voluntad de financiar el proyecto del comandante. Después de que Gadafi se hizo como que no entendía el español, el comandante decidió que su proyecto sería un producto financiado por sí mismo.

Otra idea genial. Cuando las ideas empiezan a nacer no paran. Se va a producir un vehículo de cuatro ruedas y, vendiendo las ruedas, se va a financiar la producción. El esqueleto del nuevo vehículo sin ruedas va a ser más ligero para que la gente no tenga que cargar tanto peso. Ya al anochecer, el comandante se decidió a producir ruedas para la exportación y a cada ciudadano facilitarle una estaca de hierro, u otro material, que poniéndose entre las piernas les daría la posibilidad a escoger con qué velocidad querían viajar.

Las posibilidades de vender las ruedas no le preocupó del todo. Por ejemplo, podría vender las ruedas sin neumáticos, lo que sería más barato de producir, a los serbios, para que las pusieran horizontalmente y, montando una ametralladora, dando vueltas a la rueda, cubrir 360 grados de campo de batalla con fuego. Los palestinos las usarían para lanzar las piedras, y los judíos, estaba seguro el comandante, para mover sus municiones en silencio. Los mismos rusos necesitarían algunas ruedas para estacionar sus misiles de transporte y los chinos para montarlos en sus vehículos de siete ruedas, lo que sería la venta más redonda. Venezuela sería el gran comprador muy pronto, cuando se quedara sin petróleo. Ni hablar cómo usarían esas ruedas los franceses. Oh la la, oh la la, pitaba el comandante pensando en la imaginación francesa. Las posibilidades no tienen límites.

Esa misma noche ordenó durante un discurso de nueve horas la producción de las ruedas, algunas gomas y los palos para que el pueblo se transportara según sus necesidades. Mientras daba su discurso se le ocurrió que unas ruedas más pesadas, a las cuales se les podría montar unos machetes, podrían ser empujadas en el campo de caña haciendo el trabajo de miles de personas. Claro está que la caña debería ser sembrada en las colinas, para que esas ruedas cortadoras, una vez empujadas, siguieran sus trayectorias por sí mismas. Fue entonces que ordenó quemar los campos de la caña y sembrar otros nuevos en las lomas. Y cuentan que el fuego y el humo que se elevó sobre la isla fueron mucho más espectaculares que el incidente ocurrido en Roma hace miles de años.

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