Peter Katel. Publicado el martes, 16 de enero de 2001 en
El Nuevo Herald
La estatua asombraría a Ana Lasalle, una actriz que encabezó
un grupo de mujeres que a principios del gobierno revolucionario salieron con
tijeras para cortarles las melenas a jóvenes que la policía de La
Habana arrestaba. La brigada de Lasalle se reunía en la cuesta de la
Calle 23, conocida como La Rampa, para pelar a los desafortunados jovencitos
antes de que los enviaran a campamentos de trabajo. Ninguno de esos rituales se
mencionó el día de principios de diciembre pasado en que el
gobierno cubano develó la estatua en un parque a sólo unas cuadras
de distancia de la calle 23. Es una estatua de John Lennon.
No hay grandes probabilidades de que Lasalle, que ya pasó a mejor
vida, reciba un honor de esta índole, ya que su recuerdo es más
bien embarazoso. Pero todavía quedan muchos cubanos que recuerdan las
cruzadas contra el pelo largo, la homosexualidad y el rock and roll, que se
prolongaron hasta bien entrados los años 70. Después, el estado
cubano decidió concentrar sus instintos represivos en otras cosas, pero
en el calendario retrospectivo oficial, en el que el año 2000 se declara "el
40 aniversario de la proclamación de 'patria o muerte' '', no figuran
muchos acontecimientos de rock and roll que digamos. Entonces, ¿por qué
repentinamente el aparato politicocultural cubano escogió el 8 de
diciembre, 20mo. aniversario de la muerte de Lennon, para transformarlo en un héroe
oficialmente sancionado? Creo que ha sido por Reinaldo Arenas.
Arenas era tres años más joven que Lennon, y tan osado, enérgico
e incorregiblemente rebelde como el roquero de Liverpool. Pero tuvo la mala
suerte de crecer en una revolución obsesionada con aplastar el
individualismo, la libertad artística y el no conformismo sexual. Se
enorgullecía de ser un apóstol de todo esto, y lo establece muy
claramente en su asombroso libro autobiográfico Antes que anochezca.
Arenas murió hace 10 años, pero el cineasta Julian Schnabel ha
plasmado sus memorias en celuloide. La película se ha estado presentando
en Nueva York, Los Angeles y San Francisco desde diciembre, y se exhibirá
en más teatros aún a fines de este mes. La conmemoración de
Lennon trae a la mente a Arenas, que se suicidó en el exilio el 7 de
diciembre de 1990.
Hasta un régimen como el de Fidel Castro, al que le importa tan poco
la opinión mundial, tuvo que hacerse cargo al saber que la película
iba a salir, ya que ésta amenaza con llevar el relato de la represión
cultural en Cuba del circuito Human Rights Watch/New York Review of Books a los
medios de información generalizados. Todo esto después de una
producción de HBO, televisada a principios de diciembre, que expone la
escapatoria de Cuba del trompetista Arturo Sandoval. A Arenas le habría
encantado seguir siendo después de muerto un problema para el régimen
cubano, como lo fue en vida. Como señala el escritor miamense Soren Triff
en El Nuevo Herald, Arenas introdujo la forzuda, hereje y sexualmente explícita
escuela literaria que define a la ficción independiente moderna de Cuba,
casi toda ésta publicada sólo en el extranjero.
Arenas fue el eslabón entre los nuevos escritores y una generación
mayor que o se fue de Cuba o la censura de ese país aplastó sin
misericordia. Algunos de ellos acabaron en el papel de confidentes de la policía.
Arenas, que huyó de la isla en el éxodo marítimo de El
Mariel en 1980, y que acto seguido se fue de Miami, expresando desprecio por la
sociedad exiliada cubana, aguijoneó al régimen comunista a un
nivel que no lograra ningún otro autor con sus implacables y forénsicos
análisis del machismo triunfalista del sistema. Reveló los nombres
de muchos miembros de la nomenklatura cultural que evadían la persecución
a base de servilismo, y describió jocosos encuentros sexuales que tenía
con soldados y miembros de las fuerzas de seguridad.
En lugar de responder directamente a la película, el régimen
ha empezado a autorrepresentarse como patrocinador de la libertad artística.
¿Quién mejor que Lennon para ese propósito, tan conocido y
admirado que hasta una estatua suya opacaría una película sobre un
escritor no muy conocido fuera del universo cubano? Esa fue, aparentemente, la
idea. De ahí el espectáculo de Ricardo Alarcón, jefe de la
Asamblea Nacional y principal portavoz de Fidel Castro en Occidente, dando un
discurso en el que se revela --¡quién iba a decirlo!-- como un
apasionado lenonista: "Nos dirán soñadores, pero nuestras
filas crecerán. Defenderemos el sueño conquistado, y lucharemos
para hacer realidad todos los sueños''.
Lo cierto es que en Cuba, lo mismo que en la Europa oriental de la guerra fría,
la música de los Beatles fue mucho más revolucionaria que en
Europa occidental y en Estados Unidos. Después de todo, ellos cantaban a
la paz y al amor en una sociedad cuyo gobierno todavía exalta las armas y
la violencia. Arenas menciona en sus escritos que, a mediados de los años
60, escuchar a los Beatles era un serio desafío, con inevitables
consecuencias: "...los jóvenes se dejaban largas melenas que, por
supuesto, eran perseguidas por mujeres menopáusicas provistas de largas
tijeras''.
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