Política
municipal y fiestas tradicionales
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, enero - Un modo de hacer humos en los institutos
preuniversitarios cubanos de los años 70 del siglo pasado, partía
de citar a las tres leyes de la física newtoniana, o de "crear"
otras. Por ejemplo, entre varones, decíase que la cuarta ley de Newton
postulaba: "si un hombre orina, la última gota salpicará el
calzoncillo, por mucho que el hombre sacuda".
Entre las leyes de tal humorística se encuentra la octava, según
la cual la presencia de una orquesta de son, rumba, salsa o de cualquier ritmo
cubano, necesariamente convocará a una muchedumbre de compatriotas. Aún
recuerdo la mañana del velorio de mi difunto padre: justo al lado de la
funeraria atronaba un tambor de negros, creo que dedicado a Yemayá,
seguido con disimulo por alguna de las mujeres presentes en el funeral,
absolutamente enfrentadas a la rebelión de sus caderas. El viejo debió
de morir por segunda vez, guardado como estaba en el ataúd. De risa,
porque él se las traía...
Con Newton, o sin él, una de las regularidades del carácter
nacional es la de una desenfrenada pasión por el baile. Sólo en
este país pueden nacer composiciones musicales cuyos estribillos
propongan, por ejemplo, "soltar la muleta y el bastón, e ir a bailar
el son". O uno más crudo: "que baile el cojo". Incluso,
nuestra impronta rumbera ha motivado la proposición de hacer del baile un
detector de dictadores potenciales, por medio de someter a exámenes
danzarios a los futuros candidatos a la presidencia de la República:
quien no apruebe, eliminado. Los promoventes de semejante idea afirman que la
ausencia de oído musical y de pie ligero son los síntomas
principales, en las condiciones cubanas, de una proclividad al abuso del poder,
al catastrofismo económico y a la persecución policial del estilo
bailador ajeno. A buen entendedor, pocas palabras...
Sin embargo, tanta pasión danzaria puede llegar a extremos ridículos,
si por casualidad la afición al pasillito se mezcla con la ignorancia, o
la manipulación política de semejante goce. Por la primera, la
historia musical isleña atesora la anécdota de un anuncio
pueblerino, que llamó "a bailar y a gozar con la Orquesta Sinfónica
Nacional". Por la segunda, cual modo de hacer política "municipal
y espesa" -dijo Martí- puede el diario oficioso Granma publicar el 6
un editorial titulado "A pesar del frío", donde se interpretó
como apoyo popular a Fidel Castro el hecho cierto de miles de cubanos festejando
en todo el país el advenimiento del año, siglo y milenio nuevos,
en plena calle y bailando a todo trapo. Puede ser; pero también puede no
ser. La identidad nacional, expresada a través del baile, no se relaciona
necesariamente con las simpatías políticas. Los cubanos bailamos
aunque no querramos, y hacemos política si queremos. Tan sencilla verdad
parece incomprensible para quienes demuestran, así, un personal
desconocimiento de las raíces profundas de la idiosincrasia patria. Por
otro lado, decir, como algunos medios de prensa a los cuales Granma se refiere,
que los festejos callejeros organizados por el gobierno de Fidel Castro nada más
convocaron a "menguados grupos cubanos" es, por lo menos, ser bien
inexacto.
Entender lo ocurrido en plazas y calles de Cuba este fin e inicios de año
pasa por aceptar que bailar es primero, sobre todo si desde lustros atrás
se padece de una notable carencia de sitios públicos donde hacerlo. ¿A
cuánto asciende el precio de entrada a una discoteca, en dólares o
en moneda nacional? ¿Cuánto puede costar una noche de boleros en los
jardines de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y es uno de los
pocos lugares relativamente asequibles en la capital?
El historiador y diplomático estadounidense George Kennan describió
de manera brillante estos procesos, típicos de los estados totalitarios y
post-totalitarios, en los que la población entra constantemente en
complicidad con el poder. Según Kennan, la gente asiste, participa de la
puesta en escena -y fue así en los festejos, al parecer- y después
hace lo que en verdad desea; en este caso, bailar. Ni una "típica
bravuconada de Castro", como apuntó el corresponsal de Reuters
Pascal Fletcher, ni "entramos al nuevo milenio con la felicidad hecha fe",
como expresó Granma en su editorial. Simplemente, bailar. Las fiestas
populares tradicionales pueden ser manipuladas por la política municipal
y espesa; pero, más temprano que tarde, las primeras acaban por aplastar
a la segunda.
A pasos de baile, diría Newton.
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