Sin alegría
ni fuegos artificiales entró Cuba en el 2001
Oswaldo de Céspedes, CPI
LA HABANA, enero - El 2001 abrió sus puertas en la capital cubana sin
alegrías ni fuegos artificiales. Sólo la oscuridad de la noche
acompañó al nuevo año, algunas reuniones familiares, unas
pocas campanadas de los templos católicos y las sirenas de los carros
patrulleros que se desplazaban de un conflicto a otro por la ciudad de La
Habana.
Un recorrido por las calles del municipio 10 de Octubre, Cerro y Centro
Habana fue suficiente para mostrar el silencio reinante y las pocas personas que
deambulaban por las calles capitalinas en las primeras horas del 2001.
La tradición cubana de esperar el nuevo año se perdió
en el tiempo y ya son pocos los que echan a la calle un cubo de agua en el
primer minuto del año nuevo, o que van a saludar alegremente al vecino
querido.
Las fiestas en familia, que otrora invadían esta urbe, se fueron
convirtiendo en un imposible por la falta de recursos causada por la crisis económica.
El habanero, alegre y comunicativo por tradición, llegó al 2001
con su mirada fija en el horizonte con que siempre se sueña: la península
de la Florida, y que significa para muchos la igualdad social, la justicia, la
democracia que no hay en nuestra patria querida. Así comenzó el
2001: sin fuegos artificiales, sin alegría.
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