CUBANET... INTERNACIONAL

Febrero 26, 2001



Cuba: de avionetas y cambios políticos

Por Jesus Hernandez Cuellar. CONTACTO Magazine (www.contactomagazine.com)

Desde el día en que los viajeros del crucero Majesty of the Seas sintieron dos fuertes explosiones y vieron dos columnas de humo descender hasta las aguas del Estrecho de la Florida, han pasado exactamente cinco años.

Dos avionetas civiles, desarmadas, de la organización humanitaria Hermanos al Rescate habían sido derribadas por aviones de guerra MiG de la Fuerza Aérea de Cuba. Saldo humano: cuatro jóvenes muertos, que con su esfuerzo y su labor voluntaria habían ayudado a salvar a seis mil "balseros" atrapados por las peligrosas aguas que separan las costas cubanas del territorio estadounidense, entre 1991 y ese día, 24 de febrero de 1996.

El régimen de Fidel Castro dijo que se trató de un acto legítimo para salvaguardar la soberanía nacional, de presuntas violaciones del espacio aéreo cubano por parte de Hermanos al Rescate. Algunos expertos opinaron que la Convención de Chicago sobre aeronáutica prohíbe claramente que naves de guerra disparen contra naves civiles desarmadas, e inclusive establece un protocolo de maniobras para obligar a las segundas a aterrizar o a salir del espacio en disputa.

Hasta donde se conoce, fue la primera vez que el aparato represivo cubano llevó sus paredones de fusilamiento al espacio aéreo.

Pero para el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, el mensaje era otro: todo estaba listo para que su administración iniciara un proceso abierto de acercamiento a Cuba, y el derribo de las avionetas echó a perder el proceso. Clinton cree firmemente que Castro no desea un acercamiento con Estados Unidos. Lo dijo repetidamente en radio y televisión casi hasta el final de su mandato en enero pasado.

El dictador cubano, al menos en una ocasión, ripostó las declaraciones de Clinton calificándolas de falta de ética. La realidad, sin embargo, lo desmiente hasta cierto punto.

En 1959, el embajador de Estados Unidos en Cuba en aquella época, Phillip Bonsal, intentó ese acercamiento. Trató de reunirse con Castro. Utilizó al entonces abogado de las principales compañías estadounidenses en Cuba, Mario Lazo, para que le ofreciera al entonces joven líder cubano un camino abierto. Ninguna reacción. Castro no escuchaba, a pesar de que sabía que el período en que gobernó Fulgencio Batista, el hombre que él acababa de derrocar, había sido el más próspero económicamente en la historia de Cuba, por las relaciones comerciales con el vecino de norte y muy especialmente por la cuota preferencial azucarera que permitía a la isla vender azúcar a Estados Unidos a precios en ocasiones superiores al del mercado mundial.

Richard Nixon hizo otro intento utilizando a su archiconocido ex asesor de seguridad nacional y luego secretario de Estado, Henry Kissinger. Nada. Jimmy Carter fue el primero en abrir una oficina de intereses de Estados Unidos en Cuba, y estaba dispuesto a seguir adelante cuando Castro no sólo se involucró en dos cruentas guerras en Africa en apoyo a regímenes comunistas, sino que autorizó el llamado éxodo de Mariel en 1980 mediante el que envió a Estados Unidos por mar a más de 125 mil cubanos, entre los iban aunque en pequeño porcentaje criminales convictos y enfermos mentales.

El furibundo enemigo del comunismo internacional Ronald Reagan envió a La Habana a su allegado general en retiro Vernon Walters. Ningún resultado.

Castro, que desde el primer día de su gobierno manifestó un pánico crónico al libre flujo de las ideas, ha necesitado, aparentemente, desarrollar una política de hacer creer que desea normalizar sus relaciones con Washington, mientras que en el fondo le teme a ese paso de resultados impredecibles.

Al menos ésa es la teoría de algunos conocedores de la realidad cubana, que creen que la hostilidad de Estados Unidos ha sido la excusa perfecta para los descomunales fracasos del proyecto revolucionario de Castro. Si esa hostilidad desapareciera, dicen, ¿cómo justificaría el dictador cubano su incapacidad para administrar una nación rica en recursos naturales, clima perfecto y seres humanos que parecen hechos de hierro?

Otros interpretan esto de manera diferente. Según ellos, a Castro le conviene restablecer las relaciones con Estados Unidos, pero desde la perspectiva que siempre ha usado: "lo mío es mío y lo tuyo es negociable". Esto significa la suspensión de las sanciones económicas, la concesión de créditos comerciales y sobre todo la no intromisión en temas agudos como la falta de democracia, las violaciones a los derechos humanos y el absoluto control del estado sobre bienes y servicios. Dame lo que necesito y cállate.

Después de todo, Castro sabe que las Coca-Colas y los McDonald's no han conseguido que el gobierno de China respete los derechos humanos, como tampoco en el ámbito latinoamericano los abrumadores bienes de consumo norteamericanos consiguieron eso de las desaparecidas dictaduras del nicaragüense Somoza, del dominicano Trujillo, del chileno Pinochet y del propio cubano Batista.

Sería, en última instancia, el triunfo más resonante para Castro que Estados Unidos aceptara restablecer relaciones plenas con su régimen, sin condiciones. Para ello, lo único que Castro necesita es un compromiso público de Washington. Por eso, recientemente, el general Raúl Castro, hermano de Fidel, dijo públicamente la soberana idiotez de que sería más fácil para la Casa Blanca restablecer las relaciones con Cuba en vida de Fidel Castro.

Como Clinton había emprendido una ofensiva de acercamiento, pero no tenía planes aparentes de suspender las críticas al sistema político cubano, a pesar de no ser un Reagan o un Nixon, Castro optó por cortar las sonrisas del presidente norteamericano con el horrible derribo de las avionetas.

Con el republicano George W. Bush en la Casa Blanca, las oportunidades de un acercamiento entre ambos gobiernos parecen ahora más lejanas que nunca. Pero también parece poco probable un nuevo derribo de avionetas o actos similares, sin una respuesta contundente como las que han recibido Sadam Husein, Moamar Gadafi y el yugolavo Slovodan Milosevic.

Como colofón, la humanidad ha comenzado a cansarse del hombre que hizo de la bandera antinorteamericana su póliza de seguro para estar en el poder durante 42 años. La Unión Europea mantiene su política de no colaborar con Cuba mientras no existan en la isla libertades fundamentales y democracia. Canadá ha reconsiderado su política de acercamiento a La Habana. España, por enésima vez, vuelve a atravesar un conflicto con Castro por la negativa de éste a firmar un documento de condena al terrorismo de ETA, la República Checa tuvo que entrar en una confrontación innecesaria cuando el castrismo arrestó a dos ciudadanos de ese país por reunirse con disidentes cubanos y Argentina ha tenido que sufrir uno de los frecuentes epítetos de la lengua hereje del dictador, cuando éste dijo que Buenos Aires "lame la bota yanqui" a cambio de ayuda financiera.

Con todo lo cual, se desvanecen también las esperanzas de que una política de amistad con Castro podría producir los cambios políticos que Cuba necesita y que se esperan ansiosamente desde la caída del Muro del Berlín, hace casi 12 años.

Es decir, la política de "línea dura" no ha funcionado, la de "línea floja" tampoco.

© CONTACTO Magazine

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