Por Jesus Hernandez Cuellar.
CONTACTO Magazine
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Desde el día en que los viajeros del crucero Majesty of the Seas
sintieron dos fuertes explosiones y vieron dos columnas de humo descender hasta
las aguas del Estrecho de la Florida, han pasado exactamente cinco años.
Dos avionetas civiles, desarmadas, de la organización humanitaria
Hermanos al Rescate habían sido derribadas por aviones de guerra MiG de
la Fuerza Aérea de Cuba. Saldo humano: cuatro jóvenes muertos, que
con su esfuerzo y su labor voluntaria habían ayudado a salvar a seis mil "balseros"
atrapados por las peligrosas aguas que separan las costas cubanas del territorio
estadounidense, entre 1991 y ese día, 24 de febrero de 1996.
El régimen de Fidel Castro dijo que se trató de un acto legítimo
para salvaguardar la soberanía nacional, de presuntas violaciones del
espacio aéreo cubano por parte de Hermanos al Rescate. Algunos expertos
opinaron que la Convención de Chicago sobre aeronáutica prohíbe
claramente que naves de guerra disparen contra naves civiles desarmadas, e
inclusive establece un protocolo de maniobras para obligar a las segundas a
aterrizar o a salir del espacio en disputa.
Hasta donde se conoce, fue la primera vez que el aparato represivo cubano
llevó sus paredones de fusilamiento al espacio aéreo.
Pero para el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, el mensaje
era otro: todo estaba listo para que su administración iniciara un
proceso abierto de acercamiento a Cuba, y el derribo de las avionetas echó
a perder el proceso. Clinton cree firmemente que Castro no desea un acercamiento
con Estados Unidos. Lo dijo repetidamente en radio y televisión casi
hasta el final de su mandato en enero pasado.
El dictador cubano, al menos en una ocasión, ripostó las
declaraciones de Clinton calificándolas de falta de ética. La
realidad, sin embargo, lo desmiente hasta cierto punto.
En 1959, el embajador de Estados Unidos en Cuba en aquella época,
Phillip Bonsal, intentó ese acercamiento. Trató de reunirse con
Castro. Utilizó al entonces abogado de las principales compañías
estadounidenses en Cuba, Mario Lazo, para que le ofreciera al entonces joven líder
cubano un camino abierto. Ninguna reacción. Castro no escuchaba, a pesar
de que sabía que el período en que gobernó Fulgencio
Batista, el hombre que él acababa de derrocar, había sido el más
próspero económicamente en la historia de Cuba, por las relaciones
comerciales con el vecino de norte y muy especialmente por la cuota preferencial
azucarera que permitía a la isla vender azúcar a Estados Unidos a
precios en ocasiones superiores al del mercado mundial.
Richard Nixon hizo otro intento utilizando a su archiconocido ex asesor de
seguridad nacional y luego secretario de Estado, Henry Kissinger. Nada. Jimmy
Carter fue el primero en abrir una oficina de intereses de Estados Unidos en
Cuba, y estaba dispuesto a seguir adelante cuando Castro no sólo se
involucró en dos cruentas guerras en Africa en apoyo a regímenes
comunistas, sino que autorizó el llamado éxodo de Mariel en 1980
mediante el que envió a Estados Unidos por mar a más de 125 mil
cubanos, entre los iban aunque en pequeño porcentaje criminales convictos
y enfermos mentales.
El furibundo enemigo del comunismo internacional Ronald Reagan envió
a La Habana a su allegado general en retiro Vernon Walters. Ningún
resultado.
Castro, que desde el primer día de su gobierno manifestó un pánico
crónico al libre flujo de las ideas, ha necesitado, aparentemente,
desarrollar una política de hacer creer que desea normalizar sus
relaciones con Washington, mientras que en el fondo le teme a ese paso de
resultados impredecibles.
Al menos ésa es la teoría de algunos conocedores de la
realidad cubana, que creen que la hostilidad de Estados Unidos ha sido la excusa
perfecta para los descomunales fracasos del proyecto revolucionario de Castro.
Si esa hostilidad desapareciera, dicen, ¿cómo justificaría el
dictador cubano su incapacidad para administrar una nación rica en
recursos naturales, clima perfecto y seres humanos que parecen hechos de hierro?
Otros interpretan esto de manera diferente. Según ellos, a Castro le
conviene restablecer las relaciones con Estados Unidos, pero desde la
perspectiva que siempre ha usado: "lo mío es mío y lo tuyo es
negociable". Esto significa la suspensión de las sanciones económicas,
la concesión de créditos comerciales y sobre todo la no intromisión
en temas agudos como la falta de democracia, las violaciones a los derechos
humanos y el absoluto control del estado sobre bienes y servicios. Dame lo que
necesito y cállate.
Después de todo, Castro sabe que las Coca-Colas y los McDonald's no
han conseguido que el gobierno de China respete los derechos humanos, como
tampoco en el ámbito latinoamericano los abrumadores bienes de consumo
norteamericanos consiguieron eso de las desaparecidas dictaduras del nicaragüense
Somoza, del dominicano Trujillo, del chileno Pinochet y del propio cubano
Batista.
Sería, en última instancia, el triunfo más resonante
para Castro que Estados Unidos aceptara restablecer relaciones plenas con su régimen,
sin condiciones. Para ello, lo único que Castro necesita es un compromiso
público de Washington. Por eso, recientemente, el general Raúl
Castro, hermano de Fidel, dijo públicamente la soberana idiotez de que
sería más fácil para la Casa Blanca restablecer las
relaciones con Cuba en vida de Fidel Castro.
Como Clinton había emprendido una ofensiva de acercamiento, pero no
tenía planes aparentes de suspender las críticas al sistema político
cubano, a pesar de no ser un Reagan o un Nixon, Castro optó por cortar
las sonrisas del presidente norteamericano con el horrible derribo de las
avionetas.
Con el republicano George W. Bush en la Casa Blanca, las oportunidades de un
acercamiento entre ambos gobiernos parecen ahora más lejanas que nunca.
Pero también parece poco probable un nuevo derribo de avionetas o actos
similares, sin una respuesta contundente como las que han recibido Sadam Husein,
Moamar Gadafi y el yugolavo Slovodan Milosevic.
Como colofón, la humanidad ha comenzado a cansarse del hombre que
hizo de la bandera antinorteamericana su póliza de seguro para estar en
el poder durante 42 años. La Unión Europea mantiene su política
de no colaborar con Cuba mientras no existan en la isla libertades fundamentales
y democracia. Canadá ha reconsiderado su política de acercamiento
a La Habana. España, por enésima vez, vuelve a atravesar un
conflicto con Castro por la negativa de éste a firmar un documento de
condena al terrorismo de ETA, la República Checa tuvo que entrar en una
confrontación innecesaria cuando el castrismo arrestó a dos
ciudadanos de ese país por reunirse con disidentes cubanos y Argentina ha
tenido que sufrir uno de los frecuentes epítetos de la lengua hereje del
dictador, cuando éste dijo que Buenos Aires "lame la bota yanqui"
a cambio de ayuda financiera.
Con todo lo cual, se desvanecen también las esperanzas de que una política
de amistad con Castro podría producir los cambios políticos que
Cuba necesita y que se esperan ansiosamente desde la caída del Muro del
Berlín, hace casi 12 años.
Es decir, la política de "línea dura" no ha
funcionado, la de "línea floja" tampoco.
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