MADRID. Antonio Astorga. ABC,
febrero 21, 2001.
Diosmediante Armas Marcelo, militante en la ideología del mestizaje,
apóstol del gótico habanero, amante de Cuba así en La
Habana como en el cielo, regresa a su «sancta sanctorum» en absoluta
consagración narrativa. «El Niño de Luto y el Cocinero del
Papa» (Alfaguara), que ayer se presentó en la Casa de América
con una diálogo del autor con el periodista Julio César Iglesias y
la lectura del relato en puro y mítico habanero, es la tragicomedia de un
personaje real, Diosmediante Malaspina, cuya fe religiosa le impulsa a creer que
el Papa llega a Cuba, enviado por el cielo, para acabar y acallar la dictadura.
Sostiene Armas que casi todas las religiones tienen una parte de verdad,
incluidas las que se recogen en la novela. Se refiere a las religiones que «los
católicos llaman en Cuba sincréticas con harto cabreo de los "badalaos"
y de todos los sacerdotes de esas religiones, que son las afrocubanas, que
tienen una larga tradición como discurso religioso y doméstico y
que en la novela aparece defendida por Amanda Miranda». Es la silueta y el
homenaje que Armas debe a Natalia Bolívar, que tantas cosas le enseñó
de Cuba.
50.000 NEGROS PARA EL PAÍS VASCO
«Juancho» dirige todas sus naves nunca quemadas y su
fabulosa armada literaria a la pasión/pulsión habanera, donde la
sombra del sátrapa/Castro es alargada y afilada. El sátrapa es «El
Hombre Fuerte» en el relato de Armas. ¿Por qué eligió
esa denominación de origen? «Porque los cubanos saben perfectamente
que cuando se quieren distanciar de Fidel o del comandante no lo nombran y
utilizan determinados apelativos: "El hombre", "El hombre fuerte",
"el señor", "el señor mayor", "Esteban",
apócope de «Este-ban...dido», "este niño" o el
de la "grave-edad".» Armas se permito el juego de hacer de «El
hombre fuerte» una sombra perenne, que es lo que es exactamente en Cuba el
sátrapa. Porque apostilla Armas «si en un momento
determinado esa revolución tuvo una justificación, ahora ya no
tiene ninguna justificación que las cosas sigan así». Que esté
el sátrapa vestido siempre de verde esperando una guerra que no ha
llegado nunca ni vendrá ya jamás «porque Cuba ya no es
importante para nadie desde el punto de vista militar o estratégico».
Esa revolución, añade, «en los primeros años, le da
una madurez nacional a ese país, libera de muchas cosas a esa gente, los
prepara para ser un gran país y después no les crea los mecanimos y
esto es marxismo puro de desarrollo suficiente. Al contrario, monta cuatro
o cinco mil médicos donde sea y después no tienen hospitales ni
bombillas. "¡La culpa es del embargo!", dicen. No, la culpa es
del bloqueo del de la barba», de un sátrapa responsable de muchas
tropelías que esa sociedad ni merece ni necesita. Pero debajo del
problema económico subyace un problema de raza que encubre un problema de
clase. Armas aboga por ese mestizaje como solución para el «problema
vasco»: «Siempre he dicho en broma y ahora lo digo cada vez más
en serio que el problema del País Vasco se resolvería con 50.000
negros invadiendo pacíficamente. 25.000 negros, 25.000 negras, hay que
repartir, porque estoy seguro de que esos blancos, como ninguno de nosotros, va
a aguantar a una negra bien puesta y "vicerveza", como diría
Bryce. Es verdad lo que digo». Armas concluye que el racismo no encubre más
que una maniática organización del clasismo. |