¡Peor
es morir de hambre!
José Antonio Díaz, APLO
SANTIAGO DE CUBA, 20 de febrero - Tiene 58 años, pero aparenta muchos
más. Respira dificultosamente porque es asmático, y su nombre es
Luis. Lo conocí en una esquina del reparto Sueño, aquí en
Santiago de Cuba, cuando le iba a comprar unos limones.
En el momento que íbamos a consumar la operación, Luis se
percató que se acercaba un policía y con una habilidad asombrosa
guardó los limones en un saco.
"Espera que pase el policía" -me dijo.
Me convertí en su cómplice. Fingí que conversaba con él,
como si lo conociera de toda la vida.
Cuando el militar se alejó del lugar, el hombre me dijo: "Siempre
tengo que estar bien atento, porque si me sorprenden en el acto de vender me
quitan la mercancía y me multan a mil pesos. Quizás hasta me
puedan encarcelar, pues no puedo pagar esa cantidad de dinero".
Le pregunto si vende limones todos los días.
"Un día sí y otro no. Lo hago cuando salgo de mi trabajo.
Yo soy sereno aquí en la Ciudad de Santiago, pero resido en el kilómetro
26 de la carretera que va a Guantánamo" -explica Luis.
El vendedor furtivo agrega: "Cuando me toca el turno de la noche salgo
de mi casa con el saco de limones y lo guardo en un lugar cercano al trabajo.
Luego, al concluir la jornada laboral, recojo el paquete y vengo para esta zona
a vender la mercancía".
Luis me dice que termina la venta de limones entre las 11 de la mañana
y el mediodía.
"A esa hora trato de transportarme en carro para llegar a la casa y
descansar algunas horas. Después trabajo en una pequeña parcela de
tierra que tengo, y al otro día vuelvo a lo mismo" -declara el
sereno-agricultor-vendedor de limones.
Le pregunto cuidadosamente si tanta actividad no es maltratar su cuerpo,
desgastarse la salud.
El, lenta y enfáticamente, me responde: "¡Peor es morirse
de hambre!"
Luis me revela entonces que gana 148 pesos al mes (unos 7 dólares al
cambio vigente) y que casi todo lo gasta en pagar el importe de los pasajes de
su casa al trabajo, y viceversa.
Me alejo del sitio donde este compatriota vende sus limones un día sí
y otro no, y reflexiono durante mi regreso a casa que como Luis hay innumerables
personas que tienen que proceder de igual modo para sobrevivir.
El sistema político y económico imperante le impone este tipo
de vida a la generalidad de los cubanos. No tienen otra opción. Subsistir
a cualquier precio es la norma, poco importa que se deteriore la salud... hay
que resistir.
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