Mis
despertares
Miguel A. Ponce de León, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero - Casi la medianoche. No, no me preocupan las horas de
sueño. Puedo dormir aún. No sé cómo lo logro en este
caos en el que vivo. La angustia comienza en la duermevela que precede mis
despertares. Ella me atenaza el cerebro cuando ya estoy totalmente lúcido.
Los dolores, la hipocondria y las aspirinas hacen presa de mí.
Me aseo rápidamente. Me visto y huyo arrastrándome por la
calle Mercaderes, en pos del sol y de la gente, hacia el café Habana. Mi
taza de café mañanero y la correspondiente ración de ácido
acetilsalicílico. Al fin salí de la galera aunque siga en prisión
todavía.
Pero no siempre mis despertares son así. Hace unos días, en la
mañana, mientras surgía penosamente del sueño a la
realidad, sentí unos ligeros golpes en la puerta. Su particular compás
identificaba al que tocaba. Abrí la puerta y le pedí al visitante
esperara unos minutos para poder reparar los estragos que mi caos de la noche, mínimamente
por supuesto, hizo surgir en la sala.
Era él. Mi amigo. Que llegando del futuro, ¿o del presente?, se
me presentaba impoluto y sonriente. "Yo pensé que estarías
preso", me dijo.
¿Por qué dirá esto?, pensé. "Leí tu
libro. Crónicas desde La Habana. Me gustó. Llevé varios
ejemplares a amigos en New York y Miami. No te lo traje porque supuse que lo
tendrías en tus manos. ¿Es así?" No, no es así. Y
mientras decía esto me ruborizaba. Sentía vergüenza. ¿Qué
le podría aportar a un hombre culto y mayor de cincuenta años,
residente en Europa, que por añadidura conoce el país -Cuba- bien
y lo visita con frecuencia, sobre mi realidad y la de la Isla?
El siempre me desconcierta. Su pulcritud. Su olor. Su sentido del tiempo. Su
apreciación del entorno. Lo siento a veces como no humano, o por lo
menos, con lo que los cubanos entendemos por humano. Aunque distante, es
comprensivo, cálido y generoso.
A las cuarenta y ocho horas ya él estaba volando hacia el noreste,
hacia el futuro, ¿o será el presente?, pero antes tuve el libro en
mis manos.
Como buen egoísta, esperé a estar solo en casa para revisar el
libro y leer una larga carta que un amigo, responsable de esta edición me
envió.
Crónicas desde La Habana, el libro, mi libro, es una compilación
de las primeras cuarenta y siete crónicas que publiqué en CubaNet.
Quizás tres o cuatro no lo fueron pero están incluidas, la
introducción lo deja esclarecido.
El prólogo, de Zoé Valdés, es el prólogo de una
amiga y me es cercano, íntimo. ¡Qué bien recuerdas Mercaderes
#2 a pesar de tiempos y distancias! Gracias, Zoé.
Pero no todo son complacencias. ¿Dónde escondo el libro? No
quiero que La Rata lo vea o lo tenga en sus manos cualquier persona. Tengo
miedo.
Esas primeras crónicas las escribí para CubaNet lleno de
terror. En uno de los peores momentos de mi vida. La mafia del edificio estaba
en plena erupción volcánica y yo pedía auxilio. ¿A quién?
No sé, pero quizás me contentaba con que los lectores de CubaNet
tuvieran acceso a mis trabajos. Sabía que centenares de ellos que vivían
en USA me conocían. Era algo. Quizás esperaba que el escándalo
producido con ellas produjera una reacción sensata en los protectores de
la Camorra del edificio.
Se logró. Obtuve la paz. ¡A qué precio! Sé que es
una paz inestable. Por eso debo tener mucho cuidado.
Obviamente el libro lo prestaré a muchas personas amigas. No me
preocupa que en mis trabajos me desnude tan impúdicamente. Lo creí
necesario. Honesto. Mientras escondiera poco o nada el peligro de chantaje sería
poco o nulo.
Pero el hecho, la publicación del libro, ¿me hace sentir mejor?
Cuando tantos escritores jóvenes luchan por un espacio en cualquier
editorial inútilmente me siento igual de paranoico e hipocondríaco.
El sistema no ha cambiado y yo soy "el enemigo", con minúsculas,
pero el enemigo al fin. La noche comienza y percibo que el sueño será
benévolo conmigo. Pero la mañana no será angustiosa, porque
me encontraré con Manuel Vázquez Portal y los otros colaboradores
de CubaNet que integran el Grupo Decoro. Será una mañana cálida.
Entre amigos.
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