¿Internet
clandestina?
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, febrero - Por estos días parece de moda el tema de la
censura practicada por el gobierno de Fidel Castro a los pocos cubanos
residentes en la Isla con acceso a Internet. El norteamericano Washington Post
publicó el 26 de diciembre una nota sobre "el caso", respondida
el 7 de febrero por el diario cubano Granma, en la pluma de Félix López,
quien para refutar de algún modo a dicha censura citó a un
importante funcionario informático isleño, el cual expresó
que "ahora mismo no son mayores nuestras posibilidades de extender y
brindar más calidad en las conexiones a Internet porque el país no
está en condiciones de ampliar el ancho de banda disponible, que es un
recurso caro. Tecnológicamente, es imposible conectar a todo el que esté
interesado".
Palabras como las citadas dan la impresión de que todo se trata de
una mera cuestión económica, donde la política de sanciones
económicas unilaterales de Estados Unidos hacia Cuba haría el
papel de villano. Por ningún lado se dice que cualquier acceso privado al
Internet, en Cuba, se paga en dólares, de donde cabe deducir que los
servidores estatales existentes sí podrían ampliar sus anchos de
banda, a tenor de una mayor demanda y un ejercicio comercial consecuente. La política
estadounidense influye en el problema, pero no lo es, porque la publicitada
censura cubana al Internet no es más que el colorario de una mucha más
amplia, consagrada por dos artículos de la Constitución de la República,
el Código Penal, leyes especiales sobre el tema y acciones extralegales
de la policía política, además de la autocensura que el
ciudadano se impone, como resultado del estado actual de las libertades de
expresión e información, signado por una evidente ausencia del
derecho de réplica, en el caso de que el poder la emprendiere contra tal
o más cual compatriota. Ejemplos sobran: basta leer el discurso de Fidel
Castro del primero de noviembre de 1999.
La censura, en el caso específico de Internet, nace con el
Decreto-Ley 209 de 1996, por el cual se restringió el acceso de personas
naturales a la misma. No obstante, las necesidades planteadas al desarrollo económico-social
de un Estado post-totalitario, en condiciones globalizadas, han devenido tensión
constante, que empuja hacia mayor apertura. Toda censura crea su cultura de
resistencia , y en el caso del Internet isleño nada hay nuevo bajo el
sol, aunque la política de sanciones estadounidenses actúe como un
factor que más frena que acelera infinitas posibilidades de manifestación
de una contracensura popular, visiblemente fortalecida tras la despenalización
de la tenencia de divisas en 1993 y el arribo a la Isla de remesas familiares
por valor de unos 900 millones de dólares anuales, según el
economista Pedro Monreal. Ejemplo menor, pero ilustrativo: cubano que pudo
adquirir equipo de video, cubano suscriptor de cuanta opción exista para
escapar de la programación televisiva oficial, comenzando por la
circulación clandestina de videofilmes.
No puede perderse de vista que el mejor aliado de la censura vigente es la
situación económica isleña. Ilustrable por medio de estos
datos: la densidad telefónica del 2000 fue de cuatro líneas por
cien habitantes; el precio de una computadora de segunda o tercera mano, aún
por Window 95, 300 - 400 dólares; el valor de un equipo de fax, no menos
de 250; el ingreso medio por trabajador, poco menos de veinte dólares al
mes. Tales cifras indican por sí mismas cuán lejanos están
los cubanos de un acceso real al Internet, aunque un esfuerzo gubernamental
notable está cambiando la situación, siempre sobre la base de sus
presupuestos censores. Cuba tiene "páginas negras", tanto como
interfiere a cuanta emisora extranjera se oponga a Fidel Castro y tanto como ha
confiscado equipos de computación a disidentes y periodistas
independientes, logrados por obsequio de amigos foráneos. Quien escribe,
es una de las víctimas.
Aún así, toda censura crea su contracensura. No es casual que
la prensa oficiosa isleña haya comenzado a referirse al delito informático,
en país donde casi nadie puede cometerlo, al menos con equipos propios, y
reconociendo de facto una circulación de mensajes entre trabajadores de
entidades estatales. Serios indicios hay sobre la existencia de un mercado negro
de passwords (contraseñas) para conseguir acceso a e-mail o Internet, al
precio de unos 30 - 40 dólares mensuales, incluido el arsenal de trucos
de la contracensura-electrónica. Igualmente existen constructores de
computadoras "por cuenta propia", aunque aún todo ese
movimiento tiene un carácter muy marginal, dado por la falta de recursos
de la población. Prueba al canto: ¿qué peligro sufre el
gobierno cubano al vender computadoras libremente -como ya está haciendo-
si sus precios son inaccesibles para el 99 por ciento de los nacionales?
Por lo pronto, así, una respuesta afirmativa a la pregunta de si
existe en Cuba una Internet clandestina es más bien especulativa, aunque
todo parece indicar que las hormigas hacen planes contra el elefante, inscrita
en el mapa de operaciones una consigna: lo que el Comendador "tiene",
Fuenteovejuna se lo "arrebata".
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
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