¿También
Ursula D.?
Lázaro Raúl González, CPI
PINAR DEL RIO, febrero - Inequívocamente era su nombre, pero me costó
trabajo aceptar la noticia cuando una amiga común me la dio hace unos
meses. Ursula D. se iba. Se iba no sólo del barrio y del trabajo, sino de
su casa chica, de su hogar, de su familia. También Ursula se iba de todo
lo grande que cabe en la palabra Patria.
Y en efecto, cuando se publique esta nota ya Ursula debe residir en el
coloso del Norte, en el mismo sitio al que tan "científicamente"
se le enseñó a despreciar desde pequeña. Se nos fue Ursula
a vivir entre los gringos que tantas veces oyó llamar malditos.
Y se fue por voluntad propia. Nadie la obligó. Ni siquiera la
tentaron. No escuchó cantos de sirena, porque aquí -por si acaso-
están prohibidas las sirenas, y también los cantos, incluidas las
reproducciones en 45 o en compactos.
La decisión de Ursula no fue a causa de la contaminación ni de
apóstoles ideológicos. Ella no sabe de Robert Dahl, de Ludwig Von
Mises ni de Milton Friedman. Jamás escuchó o leyó doctrina
alguna de ellos a no ser las referencias de sus difamadores. Entonces, Ursula
deja el consuelo de no ser una apóstata pues no se pasó a bando
alguno.
Sin embargo, para quienes la conocimos de estudiante, la decisión de
Ursula de marcharse del país no puede ser vista de otro modo que no sea
como una deserción, porque ella siempre fue creyente de los dogmas del régimen
imperante y además era bastante activa en los rituales del sistema político.
Bien que la recuerdo como jefa de las brigadas laborales voluntarias en la
escuela al campo y como miembro activo del comité de base de la Unión
de Jóvenes Comunistas (UJC).
Después que no separamos, al terminar el preuniversitario, hace unos
veinte años, volví a verla. Muy pocas veces, porque Ursula se fue
del pueblo. Por eso no fui testigo de la catarsis que habrá vivido su espíritu.
En el 86 Ursula se graduó en la universidad y se convirtió en
una profesional más que buceó sin encontrar satisfacciones en la
vida laboral cubana. Nadie sabe por cuán tortuosos vericuetos habrá
bogado su ser en los momentos que decidió emigrar.
Por suerte para ella, París bien vale una misa -incluso en el Caribe-
por lo que desde hace ya algún tiempo el gobierno cubano permite a los
exiliados enviar dinero hacia la Isla, y admite además sus visitas.
El actual status quo propicia pues que, dentro de unos meses, Ursula pueda
empezar a enviar billetes verdes a sus familiares en Cuba convirtiéndolos
de hecho en una casta privilegiada.
Y un tiempo después regresará Ursula misma, ya no más
Ursula D., sino Ursula Santa Claus, pues vendrá cargadita de regalos para
su gente pobre y encadenada.
Quizás por esto se ha ido Ursula D., para trocar sus cadenas de
hierro por otras de oro.
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