CUBANET .INDEPENDIENTE

15 de febrero, 2001


La triste jornada de San Valentín

María Elena Rodríguez

LA HABANA, febrero - Y llegó el Día de San Valentín, soleado y fresco, salpicado sorprendentemente por el florecimiento de las rojas flores de pascua en los jardines habaneros. Pero en los rostros de los capitalinos sólo había seriedad.

El tradicional y sonriente ¡felicidades! no tuvo cabida por las cotidianas discusiones de los metrobuses (también llamados camellos, pero en realidad camiones de carga que transportan pasajeros), las filas para comprar aceite comestible en las tiendas dolarizadas, la búsqueda de arroz en el mercado negro o por la escena de los harapientos, que recorren muchos kilómetros hurgando en los depósitos desbordados de basura.

Las poquísimas veces que escuché la pregunta ¿qué te relagaron?, percibí el silencio o un tono molesto al decir: "Un beso y mucho amor", "Nada, no hay dinero", por citar un par de ejemplos.

Sólo un joven vendedor de periódicos arrancaba sonrisas al pregonar: "Granma, Granma, se estrenó laboratorio anti-doping y... ¡felicidades!, algo bueno para los enamorados".

Luego en voz baja decía el vendedor de prensa oficial: "Granma no dice nada del Día de los Enamorados".

Las emisoras de radio y televisión promocionaron el Día de San Valentín con música de los 60, felicitaciones personales y spots que pasaron inadvertidos.

Las perseguidas tarjetas de felicitación, que se agotaban siempre mucho antes del Día del Amor, dormían en las desiertas ventanillas de las zonas postales. Tanto las que se venden en dólares norteamericanos (a 15 centavos) como las que expenden a un peso, éstas mucho más sencillas, por supuesto.

En las tarjetas vendidas en pesos rezaba la frase: "Vale más un beso por amor que un diamante por cortesía".

Personas que las contemplaban expresaron sus opiniones.

"El amor se acaba cuando hay hambre y necesidad", dijo Roberto, de 45 años.

Mariela, de 35, añadió: "Me conformo con un brillantico, ésos de chispita, a ver si refresco la cabeza con lo de la cocina".

El mercado negro, que se caracteriza por incrementar sus ventas por estos días en los centros de trabajo y en los vecindarios, dejó de existir con su acostumbrada mercancía más accesible a la población por sus precios. Perfumes, joyas de fantasía, objetos artesanales y ropa de moda desaparecieron.

En las florerías se observaba al mediodía una escasa cantidad de flores naturales marchitas, que nadie se detenía a valorar. Algunos transeúntes coincidieron al apuntar: "Pobre de los muertos de hoy".

En las tiendas dolarizadas, las cajas contadoras estaban vacías, pero un elevado número de "clientes" cuyas edades oscilaban entre los 16 y los 30 años revoloteaban y hacían cuentas que nunca daban el resultado esperado debido al corto presupuesto personal de cada uno de ellos. Casi todos daban vueltas en derredor del departamento de perfumería.

No hubo rebajas este 14 de febrero, y las opciones más baratas eran una espiga de rosa, un príncipe negro, a un dólar y una tarjetica a 30 centavos de dólar. Esas fueron las novedades.

Para la fecha se conformaron estuches compuestos de desodorante, perfume, algunos con colonia o cremas de las marcas Café, Eros, Fantasía y Alondra. Pero los precios iban desde 4.70 a 11.25 dólares. Resultado: fueron ignorados por inalcanzables.

Entretanto, la burla disfrazaba la impotencia y recaía sobre una maceta de diez centímetros de altura con unas florecitas, al precio de 2.90 dólares; un ramito de flores, 2.20 y sobre los jabones Lux de 45 centavos de dólar.

Un grupo de jovencitos decía: "¿Tienes problemas para comprar? Hemos formado un comité de ayuda para decidir. Lo malo es que no podemos decidir". Y después añadían: "¿Qué vas a decidir con dos dólares?"

A las seis de la tarde la Iglesia de Jesús del Monte ofreció una misa por la renovación y bendición del matrimonio.

Sobre las siete de la noche, poco tráfico, rostros cansados, paradas de ómnibus tumultuosas, personas sentadas en los portales. Una escena de desesperanza generalizada.

Así, llegó la noche. Las paladares (pequeños restaurantes privados de cuatro mesas) cerraron sobre las 10 al concluir la telenovela. Las calles, desiertas y silenciosas. Ausencia de alcohólicos, algo notable. Y en algunas esquinas, dos o tres jóvenes hablaban, cosa rara, en voz baja.


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