La triste
jornada de San Valentín
María Elena Rodríguez
LA HABANA, febrero - Y llegó el Día de San Valentín,
soleado y fresco, salpicado sorprendentemente por el florecimiento de las rojas
flores de pascua en los jardines habaneros. Pero en los rostros de los
capitalinos sólo había seriedad.
El tradicional y sonriente ¡felicidades! no tuvo cabida por las
cotidianas discusiones de los metrobuses (también llamados camellos, pero
en realidad camiones de carga que transportan pasajeros), las filas para comprar
aceite comestible en las tiendas dolarizadas, la búsqueda de arroz en el
mercado negro o por la escena de los harapientos, que recorren muchos kilómetros
hurgando en los depósitos desbordados de basura.
Las poquísimas veces que escuché la pregunta ¿qué
te relagaron?, percibí el silencio o un tono molesto al decir: "Un
beso y mucho amor", "Nada, no hay dinero", por citar un par de
ejemplos.
Sólo un joven vendedor de periódicos arrancaba sonrisas al
pregonar: "Granma, Granma, se estrenó laboratorio anti-doping y... ¡felicidades!,
algo bueno para los enamorados".
Luego en voz baja decía el vendedor de prensa oficial: "Granma
no dice nada del Día de los Enamorados".
Las emisoras de radio y televisión promocionaron el Día de San
Valentín con música de los 60, felicitaciones personales y spots
que pasaron inadvertidos.
Las perseguidas tarjetas de felicitación, que se agotaban siempre
mucho antes del Día del Amor, dormían en las desiertas ventanillas
de las zonas postales. Tanto las que se venden en dólares norteamericanos
(a 15 centavos) como las que expenden a un peso, éstas mucho más
sencillas, por supuesto.
En las tarjetas vendidas en pesos rezaba la frase: "Vale más un
beso por amor que un diamante por cortesía".
Personas que las contemplaban expresaron sus opiniones.
"El amor se acaba cuando hay hambre y necesidad", dijo Roberto, de
45 años.
Mariela, de 35, añadió: "Me conformo con un brillantico, ésos
de chispita, a ver si refresco la cabeza con lo de la cocina".
El mercado negro, que se caracteriza por incrementar sus ventas por estos días
en los centros de trabajo y en los vecindarios, dejó de existir con su
acostumbrada mercancía más accesible a la población por sus
precios. Perfumes, joyas de fantasía, objetos artesanales y ropa de moda
desaparecieron.
En las florerías se observaba al mediodía una escasa cantidad
de flores naturales marchitas, que nadie se detenía a valorar. Algunos
transeúntes coincidieron al apuntar: "Pobre de los muertos de hoy".
En las tiendas dolarizadas, las cajas contadoras estaban vacías, pero
un elevado número de "clientes" cuyas edades oscilaban entre
los 16 y los 30 años revoloteaban y hacían cuentas que nunca daban
el resultado esperado debido al corto presupuesto personal de cada uno de ellos.
Casi todos daban vueltas en derredor del departamento de perfumería.
No hubo rebajas este 14 de febrero, y las opciones más baratas eran
una espiga de rosa, un príncipe negro, a un dólar y una tarjetica
a 30 centavos de dólar. Esas fueron las novedades.
Para la fecha se conformaron estuches compuestos de desodorante, perfume,
algunos con colonia o cremas de las marcas Café, Eros, Fantasía y
Alondra. Pero los precios iban desde 4.70 a 11.25 dólares. Resultado:
fueron ignorados por inalcanzables.
Entretanto, la burla disfrazaba la impotencia y recaía sobre una
maceta de diez centímetros de altura con unas florecitas, al precio de
2.90 dólares; un ramito de flores, 2.20 y sobre los jabones Lux de 45
centavos de dólar.
Un grupo de jovencitos decía: "¿Tienes problemas para
comprar? Hemos formado un comité de ayuda para decidir. Lo malo es que no
podemos decidir". Y después añadían: "¿Qué
vas a decidir con dos dólares?"
A las seis de la tarde la Iglesia de Jesús del Monte ofreció
una misa por la renovación y bendición del matrimonio.
Sobre las siete de la noche, poco tráfico, rostros cansados, paradas
de ómnibus tumultuosas, personas sentadas en los portales. Una escena de
desesperanza generalizada.
Así, llegó la noche. Las paladares (pequeños
restaurantes privados de cuatro mesas) cerraron sobre las 10 al concluir la
telenovela. Las calles, desiertas y silenciosas. Ausencia de alcohólicos,
algo notable. Y en algunas esquinas, dos o tres jóvenes hablaban, cosa
rara, en voz baja.
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