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Febrero 9, 2001



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Clarín digital, febrero 9, 2001.

Como un juego de espejos

Castro critica a Giavarini convencido de que el Gobierno ya decidió votar contra Cuba en la ONU

Por Oscar Raúl Cardoso. De la redacción de Clarín. Febrero 9, 2001

Fuera de la ratificación de un rasgo conocido de la personalidad de Fidel Castro —emplea el exabrupto como arma política con audacia que orilla el descuido— y de los vacíos de indefinición de la política exterior de la Alianza, el reciente entredicho entre Buenos Aires y La Habana revela poco debajo de la cáscara de un lenguaje bilateral endurecido.

El intercambio opera, hasta ahora, como enfrentamiento de espejos, no como una verdadera disputa. Cada uno se ve a sí mismo y sus gestos antes que al otro. Castro dejó de lado los modales de rigor pero apuntó en dirección de una certeza: los asuntos externos argentinos tienen hoy el norte que señalan las necesidades de su economía, no los grandes diseños ni principios.

El problema es que Castro habló en este caso a su deseo de la Argentina, antes que lo que efectivamente es.

Es cierto que hay opositores y aun oficialistas inquietos e incómodos con la continuidad del impulso central de la política exterior menemista: la preferencia por complacer a Washington hasta en los asuntos más triviales. Castro quizá se haya equivocado al pensar que su oratoria podría movilizar un debate amplio y con impacto serio en la Argentina, país que dejó atrás esos hábitos en esta era posideológica. Hace un año, la decisión del Gobierno de votar contra Cuba en el seno de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU produjo mucho ruido —inclusive en las orejas del canciller Rodríguez Giavarini hecho por algunos de sus colegas del Gabinete—, pero no trajo consecuencia real alguna.

El Gobierno también se mira a sí mismo y —a diferencia de Carlos Menem, que abrazó de modo principista el hostigamiento del régimen castrista— muestra que avanza en igual dirección pero con convicciones contradictorias. Después de todo hay un poderoso interrogante abierto sobre la eficacia de aquella continuidad en cada uno de los casos en que se registra: ¿Por qué sentirse obligado a retribuir gentilezas que, de todos modos, llegan gratis?

Fuentes diplomáticas locales sugirieron la posibilidad de "una operación de inteligencia" que empujó a Castro hacia un castigo preventivo cuando se aproxima otro voto en la ONU. Pero esta hipótesis estira demasiado las cosas: no es un secreto que Giavarini está abocado a defender la misma posición del año pasado, sobre todo después de sus recientes contactos en EE.UU. Otra vez los espejos: la imagen que creyó ver Castro y la respuesta agresiva que tuvo quizá le hagan la tarea más fácil al canciller.

Hay una dimensión más reveladora de la cuestión. En el gobierno de George W. Bush hay un debate sobre las sanciones norteamericanas contra 75 países, entre ellas el bloqueo económico contra Cuba. Desde esta perspectiva quizá Cuba y la Argentina estén ofreciendo su relación como campo de Marte para la batalla.

Mantener la condena

Por Diego Guelar. Ex embajador en EE.UU. y dirigente del Partido Justicialista.

A partir de 1997, la Argentina consolida su posición respecto de Cuba. En forma contundente cuestiona el embargo de los EE. UU., cuyo claro resultado práctico ha sido el castigo al pueblo cubano y la legitimación de Castro.

Por otro lado, no hay ningún elemento nuevo que indique una apertura del sistema político cubano ni la vigencia de garantías a las libertades individuales, pese a los esfuerzos realizados por el Papa y los gobiernos de todas las naciones democráticas de América latina, entre otras gestiones. Tampoco sirvieron el acercamiento de la ALADI y la reiniciación de vínculos con la mayoría de los países caribeños.

No tenemos que olvidar, también, que miles de latinoamericanos se inspiraron en la Revolución Cubana para combatir a las dictaduras de derecha que inundaron nuestra región en las décadas del 60 y del 70. Muchos de ellos son hoy jefes de Estado, ministros, embajadores o legisladores. La inmensa mayoría de ellos esperan hoy el retorno de Cuba al concierto de las naciones democráticas de América para saldar, todas juntas, la gran deuda social que aún tenemos en la región.

En este contexto no hay motivo alguno para apartarse del camino afirmado en los últimos años como política de Estado respecto del voto argentino en la Comisión de Derechos Humanos en la ONU (que condena la situación de los derechos humanos en la isla).

En relación a las manifestaciones realizadas por Castro y su embajador en Buenos Aires, considero a las mismas coherentes con el estilo del régimen y que debemos mantener abierta nuestra Embajada en La Habana.

Por la abstención

Por Raúl Alconada Sempé. Ex vicecanciller y dirigente de la UCR.

En el Gobierno, el Congreso y los partidos, se estaba desarrollando una serie de debates acerca de cómo debería votar la Argentina en la próxima reunión de la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, en el caso Cuba.

Ese debate resulta imprescindible. En ocasión de la condena del año pasado, una importante cantidad de hombres y mujeres de distintas fuerzas políticas y sociales, entre los que me incluyo, expresó su disconformidad.

Lamentablemente este debate se vio interferido por unos inoportunos y desafortunados dichos de Castro, que anticipándose a una supuesta reiteración del voto condenatorio pretendió descalificar una decisión que aún no era tal.

El efecto inmediato que tuvieron sus comentarios es seguramente el deterioro de la relación bilateral, más incluso que cuando se practicaban las "relaciones carnales"; y esto no es bueno ni para la Argentina ni para Cuba ni para América latina. Sin perjuicio de la tensión, es más necesario que nunca preservar la serenidad.

No se trata de analizar las características del sistema político cubano que, sin duda, representan una clara ausencia de libertades esenciales.

El interés nacional requiere la vigencia del derecho internacional y en este aspecto hay que destacar que el principio de la autodeterminación, consagrado en la Carta de la ONU, inhibe la injerencia en los asuntos internos y en la organización política de terceros Estados. Sólo cabe una genuina y desinteresada preocupación por la vigencia de los Derechos Humanos.

La Argentina deberá honrar su compromiso con la causa de los derechos humanos y no permitir jamás su utilización política, con fines subalternos.

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