Daniel Morcate. Publicado el jueves, 1 de febrero de 2001
en El Nuevo Herald
El cambio de gobierno en Estados Unidos ha exacerbado la paranoia de Fidel
Castro y sus secuaces. Temen que conduzca a una política norteamericana
menos ingenua y más enérgica hacia su decrépito régimen.
Y que ese ejemplo cunda entre otros gobiernos que en la actualidad contemporizan
con La Habana. Por eso le han puesto el acelerador a la represión y a las
bravuconadas. Con ello han mostrado, una vez más, los puntos débiles
de la dictadura que podrían explotar quienes se esfuerzan por
democratizar a Cuba.
En cuestión de semanas, La Habana ha reducido drásticamente
las llamadas telefónicas que pueden recibir los cubanos desde Estados
Unidos; detenido a cientos de opositores, activistas y periodistas
independientes del estado; atacado ferozmente a corresponsales extranjeros que
han dejado de callar o encubrir las verdades sobre Cuba; insultado al presidente
Bush; y arrestado a dos checos prominentes que se reunieron en la isla con
sendos periodistas cubanos no oficiales. Agréguesele a ese prontuario
represivo la confusa oferta que a nombre de su hermano hizo Raúl Castro a
Washington de "negociar un arreglo'' y se tendrá un cuadro más
completo de la histeria que ronda a los mandamases cubanos.
El denominador común de estas acciones es la incertidumbre y el temor
ante los pasos que pueda dar el gobierno de Bush en relación a Cuba. Los
castristas intuyen que con Bush llegan a las altas esferas del poder personas
que sienten un rechazo visceral hacia los regímenes estalinistas. Y saben
que algunas de ellas son cubanoamericanos que conocen de primera mano la
dictadura de La Habana. Si estas personas llegasen a ejercer suficiente
influencia política en Washington (lo que está por verse), en
principio podrían promover estrategias realistas y certeras que golpeen
al régimen donde le duela. Eso representaría un giro de 180 grados
respecto a los programas ingenuos y contraproducentes que caracterizaron a la
política del presidente Clinton hacia La Habana.
Los castristas saben, además, que el gobierno de Bush aún no
ha trazado un plan de acción hacia su régimen. Sus recientes
acciones paranoides son por consiguiente preventivas. Están diseñadas
para enviar al pueblo cubano y al exterior el mensaje opuesto de lo que en
realidad sienten, esto es, el mensaje de continuidad y autoconfianza. El propósito
es evitar que los infelices cubanos se ilusionen con la posibilidad de cambios y
le pierdan el miedo a la dictadura, el único obstáculo decisivo
para que logren liberarse; y también desalentar cualquier estrategia
extranjera que activamente busque la democratización de Cuba. El régimen
siempre ha actuado así ante el asomo de cualquier amenaza a su férreo
dominio en la isla.
El arresto del diputado checo Iván Pilip y de su compatriota Jan
Bubenik, activista de derechos humanos, encaja perfectamente en esa lógica
de represión preventiva con que funcionan Castro y sus secuaces. Lejos de
haber sido un error de cálculo o el mero exabrupto de un dictador senil,
fue una acción que probablemente se planeó al detalle. Su objetivo
es advertir a cubanos y extranjeros que el régimen no tolerará
acciones, aunque sean pacíficas, que menoscaben su control absoluto.
Castro se ha acostumbrado a actuar con prepotencia y a sacarle partido político
a ese comportamiento. Piensa que cuando amenaza a un gobierno éste por lo
general responde con timidez, por ejemplo, enviándole diplomáticos
afines a su régimen; y que cuando amenaza a un corresponsal extranjero la
agencia que lo mandó a Cuba primero suprime su nombre de sus crónicas
y eventualmente lo reemplaza.
La fanfarronería de Castro contra los checos, sin embargo, podría
naufragar debido a circunstancias extraordinarias. Los periodistas con quienes
se reunieron en Ciego de Avila, Antonio Femenías y Roberto Valvidia, han
resistido hasta estos momentos las presiones castristas para que hagan falsas
acusaciones de "subversión'' contra ellos. Como dignos discípulos
de su ilustre compatriota Frank Kafka, los checos a su vez se han negado a
confesar delitos que sólo existen en las mentes calenturientas de sus
perseguidores. Sus familiares tuvieron la valentía de ir a La Habana a
defender su inocencia. Lucie Pilipova, esposa de Pilip, incluso amaga con
llevarse a sus hijos a Cuba en solidariad con su esposo. El gobierno checo,
presidido por el héroe de la resistencia antitotalitaria Vlacav Havel,
rechazó la burda propuesta castrista de que "se disculpara'' a
cambio de la liberación de los dos presos políticos checos. Y
cuatro países ex comunistas y el Consejo de Europa han protestado
formalmente por su encarcelamiento. Castro y sus esbirros se las ven así
con sobrevivientes del comunismo que no les temen, pues por experiencia propia
conocen que el miedo es el único impedimento fundamental de la libertad.
La paranoia castrista revela grietas del castrismo que pueden explotar sus
adversarios democráticos. La principal es su vulnerabilidad ante el
creciente movimiento de opositores, activistas de derechos humanos y periodistas
independientes. Los gobiernos democráticos podrían robustecerlo
brindándole asistencia generosa y apoyo político y moral. La
Habana resiente que la República Checa haya liderado recientemente el
esfuerzo por condenar sus violaciones a los derechos humanos. El ejemplo checo
sugiere que en principio se podría incorporar a otras naciones que se
liberaron del comunismo a la lucha pacífica contra la dictadura
castrista. |