El silencio
de los carneros
Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, abril - Hoy quiero hablar de mi barrio. De sus problemas
cotidianos que no reflejan los medios nacionales de difusión masiva. Del
Cayo Hueso humilde, sencillo, familiar y solidario para sus conviventes. Huraño,
esquivo, severo y voluntarioso con los visitantes ocasionales. Ese que observa
con preocupación el deterioro lento, pero progresivo, de su comunidad: La
depresión de sus valores ético-morales, el olvido de sus ricas
tradiciones, el fraccionamiento familiar y la depauperación alarmante de
sus edificaciones; así como el auge del vicio, el juego, la prostitución
y la violencia, como vehículos naturales para paliar situaciones añejas
y controvertidas.
Cayo Hueso es una de las cinco comunidades que conforman el actual municipio
capitalino de Centro Habana. Se extiende en un área de aproximadamente
1,5 a 1,6 kilómetros cuadrados, encerrada entre los límites de
Malecón - Avenida Carlos III y Belascoaín - Infanta. Su población
frisa los 70 mil habitantes. Todas las razas que conforman la nacionalidad
cubana están presentes en su espectro social.
Más del 60% de sus viviendas se encuentran en mal estado parcial o
total, a pesar de que recientemente algunas zonas del barrio fueron atendidas
por agrupaciones foráneas en coordinación con el Poder Popular
municipal, quienes trataron cosméticamente las fachadas e
impermeabilizaron algunos techos que sentían orgullo por las filtraciones
que durante muchos años les acompañó. Hechos ulteriores
demostraron la mala calidad de los materiales utilizados: la pintura aplicada a
sus frentes desapareció con las lluvias a los dos o tres meses. Uno de
los techos recién reparados se derrumbó (Neptuno 962). Los
edificios, cansados de desafiar la gravedad, empujan sus cuerpos hacia el centro
del planeta, en protesta por la poca atención que les dispensan las
autoridades locales. Un ejemplo: El predio que existió en Belascoaín,
entre Concordia y Virtudes, desde 1903. Acogía a 52 familias habaneras.
Hace cuatro meses sufrió un desplome parcial. El gobierno distrital no
terminó de demolerlo, ni limitaron su acceso a personas. A diario
merodeaban visitadores furtivos que sustraían, a la vista de todos,
ladrillos, viguetas y cuantos materiales les resultaran útiles. Dos
semanas atrás se produjo un segundo desprendimiento, que le costó
la vida a un ciudadano. Elevada cuota de sangre por una negligencia ajena.
Por otro lado, el Estado cubano no asigna materiales de construcción
suficientes en los locales de que dispone el distrito para reparar los bienes
muebles que lo necesitan a precios accesibles. No obstante, si usted está
dispuesto a pagar lo que le pidan los mismos empleados, éstos le
suministrarán lo que requiera en las cantidades que desee.
La barriada dispone de un grupo de mercados agropecuarios, agromercados
estatales con precios "topados" y otros comercios privados, pero los
altos costos exigidcos para adquirir granos, viandas, frutas y hortalizas por
esta vía están por encima de los ingresos familiares. En este
suburbio capitalino lo único que se reparte libre y diariamente son sus
amarguras, las hambrunas y las pocas fortunas. Prueba de ello son las largas
colas de ancianos, pobremente vestidos y jubilados muchos de ellos, sin otra
compañía que su soledad, discutiendo su derecho al alimento
confeccionado con sobriedad, pero barato, ofrecido por los dos comedores
comunitarios que existen en la localidad.
Otro de los grandes problemas en el villorrio lo constituyen las seis o
siete farmacias de que se dispone, generalmente desprovistas de los medicamentos
con mayor demanda. De igual manera, los consultorios del médico de la
familia no incluyen en sus planes de vacunación contra la Hepatitis B a
personas en la tercera edad y adultos mayores de 30 años.
Lamentablemente, tampoco existe una Casa de la Cultura que actúe como
catalizador ambientador y revitalizador de las tradiciones culturales y
religiosas que atesora nuestra colectividad, fortaleciendo de este modo las
sanas costumbres en el vecindario. Por el contrario, la ola de nuevos grupos
musicales tortura a diario a los conviventes con niveles de ruido insoportables
al oído humano. Cuentan con el apoyo oficial. Se viola la ley cuando
causan tales daños. Los agentes del orden lo saben y, sin embargo, lo
permiten.
Se aprecia un alarmante aumento de la prostitución en esta pequeña
urbe entre jóvenes que alquilan sus atractivos y bondades físicas
al ávido extranjero que busca sexo fresco y barato. El centro de
operaciones en la comunidad: la cafetería en divisas ubicada en Marina y
Malecón. Singular sorpresa recibí días atrás cuando
transitaba próximo al lugar y me encontré a la hija de un amigo
conversando con el extranjero de turno, que le cuadruplicaba la edad. Era la
imagen de una virgen sentada sobre el pecado original. La muchacha tiene 15 años
y estudia en el preuniversitario. Probablemente no ha conocido aún el
verdadero amor y ya incursiona en el mercado del placer. La causa de estas prácticas:
puramente sociales con resultados enajenantes para quienes las realizan.
La familia no constituye, en estos momentos, el núcleo más
importante de nuestra microsociedad. Su lugar es ocupado por las consignas clichés,
las movilizaciones masivas, los discursos gastados, las organizaciones políticas
y de masas llenas de odio e intolerancia ideológicas. Estos son los
nuevos valores impuestos por el régimen, y que la doble moral reinante
también destruye desde sus cimientos. Los hijos no respetan a sus padres.
Y los padres no saben qué hacer ni cómo educar a sus hijos. La
crisis moral señorea en todos los rincones del barrio.
Son muchos los jóvenes que ni estudian ni trabajan. ¿Para qué?
Y de inmediato responden: "No vale la pena". Lo cierto es que la
comunidad no tiene respuesta a sus más elementales necesidades materiales
y espirituales. Ora se ve a los pinos nuevos en el Parque Trillo jugando cartas
o dominó. O bebiendo ron en cualquier esquina en que se discuten temas
intrascendentes, o fumando vaya usted a saber qué. Estas imágenes
son comunes a cualquier hora del día o la noche. Los adolescentes pierden
su tiempo. Se encierran en sí mismos, al igual que las ostras contra sus
depredadores. Se convierten, en fin, en seres irascibles, poco comunicativos,
esquivos con los extraños. No se les puede culpar. Es el reflejo de la
actuación paterna, quienes la aprendieron, a su vez, de los abuelos.
El lenguaje común en el suburbio es la violencia que genera más
violencia, sobre todo en los jóvenes. Esta realidad no es captada por los
cuerpos policiales que vigilan la zona. Los robos, actos de sangre y escándalos,
los "cayohuesinos" los esconden como actos indignos, pero que
consideran inevitables. Además, saben que los sucesos amarillos deben
dirimirse en el interior de las decenas de tambaleantes y vetustas ciudadelas
que posee la barriada. Así, todo queda en familia.
A pesar de todo, mis raíces no pueden ser ajenas al terruño.
Es notable cómo entre los más adultos reina el respeto mutuo, el
carácter familiar y la preocupación de todos por los problemas de
uno. No todo está perdido. De ahí que las dificultades en la
localidad, reales y crecientes, no sean razones suficientes como para
abandonarla a su suerte. Al contrario, huir no es la soluci9ón. Si los
vecinos que vemos con alarma los sucesos comunitarios nos retiramos para no
enfrentar nuevos desafíos, ¿qué pasará con nuestra
pequeña urbe en el futuro?
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