Luis Manuel García. Publicado el martes, 24 de abril
de 2001 en El Nuevo Herald
La condena a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra es
puramente simbólica, dado que no implica ningún tipo de sanción,
salvo la moral. Pero cuando el gobierno de La Habana califica su derrota de "victoria
moral colosal'', hace imposible imaginarse qué calificativo habrían
acuñado si no hubiese prosperado la moción.
Si perder la votación fue una victoria; si según ellos el
padre de la moción (Estados Unidos, por supuesto) sólo obtuvo una "victoria
pírrica'', no comprendo por qué se gastó la leche
condensada de tantos niños en viajes internacionales y cabildeos del
canciller cubano y su equipo; por qué La Habana ha redondeado tantas
mesas, hecho correr océanos de tinta sobre el tema, y traspasado las
fronteras de la grosería, empleando su nutrido arsenal de insultos contra
las naciones que presuntamente votarían en su contra.
La Comisión de Derechos Humanos es objeto de manipulación política.
Lo sabe hasta vox populi. Hay presiones de todas direcciones para fomentar o
inhibir condenas, en dependencia de quien se trate, y la magnitud del mercado
correspondiente no es ajena a estos tejemanejes. Países como China, por
ejemplo, no son sancionados. Pero el hecho de que unos violadores sean absueltos
(y no por falta de pruebas), o ni siquiera sean encausados, no significa que en
Cuba no se violen los derechos humanos. De modo que la condena es justa, y no se
trata, como repite la prensa oficial, de una moción "anticubana'',
sino de una moción contra el gobierno cubano. Aunque en la isla persistan
en la engañosa sinonimia Cuba=patria=socialismo=Fidel.
Por el contrario, se trata de una moción procubana, en la medida que
ejerce una simbólica presión para que se produzca una ganancia en
las libertades de 11 millones de personas, a costa de limitar la hoy omnímoda
libertad de uno solo. A pesar de no sentirse condenada, en palabras del
canciller cubano, la nomenclatura insular, por boca de la prensa, ha echado mano
a un catálogo de insultos que Borges habría envidiado en su
Historia universal de la infamia. Lacayuna es la República Checa al
presentar la moción; ignorados, pisoteados, vilipendiados y recibiendo órdenes
directas de Colin Powell, actuaron los europeos, en especial la Gran Bretaña
y España, en su papel de segundona. Con "los mismos méritos''
votaron Canadá, Suecia (que no votó, aunque lo afirme el Granma;
quizás se refieran a Noruega, hielo más hielo menos) y Japón.
Aterrados los africanos, a quienes Estados Unidos amenazó
sancionarlos a su vez en Ginebra, u ofrecerles dinero para combatir el sida en
caso de que se portaran bien. Los que votaron al compás de Cuba,
especialmente Argelia, Libia, China, Rusia y Venezuela, dieron "la cara al
plenario'' y denunciaron la vil maniobra. Esos son los buenos de la película.
Y el malo malísimo, por supuesto, Estados Unidos, para el que la condena
a Cuba era de tal importancia, que un solo mandatario recibió 10 llamadas
de Bush en una madrugada; amenazaron con retirar el waiver que inhibe
temporalmente la aplicación de la Helms-Burton; suprimir "blindajes
financieros''; sus agregados militares ejercieron la intimidación (¿habrán
amenazado con invadir en caso de que no se cumplieran las órdenes?);
practicaron, según el embajador cubano ante la comisión, Carlos
Amat, "el chantaje, las torceduras de brazos, y así y todo, no han
conseguido variar los estándares de votación de otros años''.
Traducido: el gobierno cubano fue nuevamente sancionado, pero no por
goleada.
Y añade: "Todo el mundo estaba sobrecogido en el plenario por
sus presiones. Parecían cuervos''. Vista la pavorosa situación, el
milagro es que votaran contra la moción países como Indonesia,
Malasia, o Qatar, e incluso Arabia Saudita, el aliado norteamericano en Oriente
Medio. Parece que algunas caperucitas no le temen al lobo. Del total de las
naciones que ejercieron su derecho al voto, 52, 11 eran latinoamericanas, 13
europeas, dos de América del Norte, 14 africanas, tres de Oriente Medio y
nueve asiáticas.
Norteamérica es el continente donde las autoridades cubanas son menos
populares, seguido de cerca por Europa, dónde sólo Rusia
desentona. Latinoamérica es el más dudoso, además de que
allí los partidarios del régimen son la mitad que sus enemigos. En
Africa, a pesar de las amenazas militares y farmacéuticas, el apoyo se
acercó a las tres quintas partes de los países votantes; apoyo
superado por el 67 por ciento de los asiáticos. De todo esto de desprende
que, salvo en Asia, el hemisferio norte no se le da bien a Fidel Castro. En su
propio hemisferio, sólo el 15 por ciento lo apoya abiertamente. Su
pretensión de ser recordado como el Bolívar del siglo XX no ha
prosperado.
A juzgar por las estadísticas, mejor se embadurna la cara como el
negrito del teatro bufo, y cambia de continente. O toma lecciones particulares
de chino en la calle Zanja y se presenta en el celeste imperio como la
reencarnación barbuda de Mao Zedong. Aunque sin dudas, sus mejores
opciones están en el Medio Oriente, donde le cederían un trozo de
desierto, dispondría de un harén de mansos ministros, y podría
cortar la mano a los ladrones y la lengua a los disidentes, y nadie se le iría
en balsa porque el oleaje de dunas no es navegable. Puede que le queden algunos
años para convertir el desierto en victoria, y acabarle de desgraciar la
vida a los periodistas en el eterno conflicto de Oriente Medio.
Y lo más importante: de aceptar mi sugerencia, cuya demostración
matemática es irrefutable, sentaría un magnífico
precedente: que por primera vez emigren los gobiernos, no los pueblos.
Escritor cubano radicado en Sevilla, España.
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