Votación
de Ginebra: derrota del castrismo
Reinaldo Cosano Alén
LA HABANA, abril - El gobierno de Fidel Castro califica de "victoria
moral de Cuba en Ginebra" lo que es una rotunda derrota.
En un artículo del periódico Granma, órgano oficial del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba, del 19 de abril, a pocas
horas de conocerse la votación de la Comisión de Derechos Humanos
de Ginebra, con la firma de Arsenio Rodríguez y con todos los trazos de
ser la línea editorial del diario y del gobierno, entre otros aspectos,
se dice: "El imperio (Estados Unidos de América) se vio obligado a
utilizar todas sus malas mañas con el fin de lograr mediante presiones,
chantajes, promesas y hasta el ridículo, que un pequeño grupo de
países subdesarrollados se sumara a sus antiguas metrópolis, al no
poder resistir las amenazas de que eran objeto por parte de funcionarios
norteamericanos".
¿Qué quiere decir Granma? ¿Qué quiere Granma que le
crean?
Que unos países emergentes, cuales nuevos David frente al mismo
Goliat -quizás más anciano: antiguas metrópolis- sí
pudieron resistir no se sabe qué amenazas, en tanto otros no pudieron
resistirlas.
Parece una retórica ingenua, simplista, aunque no lo es.
Sucede que Cuba, su gobierno, no es ya el "polo magnético"
-si es que alguna vez lo fue- que se autoerigió como abanderado de los países
subdesarrollados o del Tercer Mundo.
Sucede también que los países que votaron a favor de la
resolución condenatoria de las violaciones de los derechos humanos en
Cuba, a los que califica como "lacayos de Estados Unidos" -sean
naciones desarrolladas o en desarrollo- estuvieron bien informados por sus
cancilleres y por cuantos testimonios fueron presentados a la Comisión de
Derechos Humanos de la ONU, de la real e inequívoca situación del
irrespeto flagrante, continuado y superlativo de los derechos inherentes de todo
ser humano en Cuba.
La votación ginebrina ofrece el claro mensaje de que la comunidad
internacional no permite ser engañada y que los tiempos han cambiado.
Pero, a despecho del transparente mensaje de Naciones Unidas, el castrismo
se encierra en su propia concha fósil, retoma el lenguaje arcaico
insurgente de las décadas del 60 y 70 del recién pasado siglo y no
sólo insulta a quienes le llevan la contraria llamándolos "lacayos
de Estados Unidos" -siendo gobiernos productos de la urna electoral- sino
que, además, en vez de proponerse enmendar los "errores" y
respetar los derechos ciudadanos, se torna amenazante, como expresa el cuasi
editorial de Granma: "Cuba no acepta, ni aceptará jamás,
ninguna condena por la supuesta violación de los derechos humanos, con la
misma decisión de siempre de defender nuestra independencia y soberanía
en cualquier terreno".
Quien no piense idéntico que el señor Castro se convierte en
su enemigo mortal, sobre lo que conviene recordar las agudas y tan certeras
palabras de aquel pundonoroso oficial de la prisión que impidió el
asesinato de Castro, inmediatamente después que fue capturado tras el
asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, que se unió a los
revolucionarios de Castro y quien luego del triunfo insurreccional de 1959 debió
guardar once años de prisión política como enemigo mortal
de Castro. Por supuesto que me refiero al opositor Jesús Yánez
Pelletier, destacado luchador por los derechos humanos en Cuba, fallecido el
pasado año. Yánez Pelletier, en entrevista de Christopher Kean, de
Freedom House, en 1991, dijo:
"La mayoría de los presidentes de los países latinos le
temen a Fidel (Castro). Le temen -y usaré una frase muy prudente aquí-
porque le enciende el carnaval a cualquiera. Mete cuatro guerrilleros, un foco
guerrillero, les forma problemas, entonces todos le tienen miedo. Por eso,
cuando hay un foro internacional, todos le vienen a rendir pleitesía,
todos lo abrazan, ninguno se le para firmemente y lo rechaza, como debe hacérsele
a un dictador. Y él usa eso".
Palabras ciertas, como también es cierto que ya no es exactamente así,
como quedó demostrado por las interpelaciones que se le hicieron en las
IX y X Cumbres Iberoamericanas -tan especialmente en la última- también
en la reunión de la 105 Conferencia de la Unión
Interparlamentaria, celebrada del 1 al 7 de abril de este año en La
Habana; y ahora, precisamente, en Ginebra: fusilazos que dan grandes esperanzas
al pueblo cubano, aunque también mucha preocupación, en especial
para la oposición pacífica que abiertamente se le enfrenta, porque
"le enciendan un carnaval" mucho mayor después del descalabro
ginebrino.
De todos modos, el régimen de intransigencia cubano no podrá
ignorar que la comunidad internacional, ni pueblo alguno -y por demasiadas
razones, el cubano- tolerará ningún ciego fundamentalismo en los
nuevos tiempos de democracia en que se vive, llámese talibán, ETA,
maoísmo o castrismo. Ni admitirán venda sobre los ojos que haga
imperceptible las violaciones de los derechos humanos en Cuba.
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