CUBANET... INTERNACIONAL

Abril 23, 2001



César Chávez, un mexicano anticastrista

Alejandro Almazán. El Universal. Caracas, Venezuela. Lunes 23 de abril de 2001.

Reynaldo César Chávez ocupó las primeras planas de los diarios mexicanos el 2 de septiembre del 2000, cuando la imagen que mostraba su ingreso al aeropuerto del Distrito Federal era ampliamente desplegada. Los titulares decían que un mexicano había sido deportado por el gobierno de Fidel Castro por realizar actividades contrarrevolucionarias. Ese era Chávez, un oaxaqueño, ex funcionario de la Secretaría de Gobernación, que buscaba contactar a algunos disidentes cubanos para llevarles solidaridad y apoyo. Pero los planes se frustraron. Fue detenido en el aeropuerto de La Habana y llevado a la cárcel de Villa Marista, donde estuvo confinado durante 28 días. César Chávez nunca ha contado hasta ahora cómo fue arrestado, qué lo llevaba y qué ocurrió con él en su estancia. Esta es la historia.

El desvencijado ventilador ruso apenas rasga el humo del puro Monte Cristo y sólo alborota el pegajoso aire caliente de La Habana. La cámara de circuito cerrado no deja de grabar. Y el oaxaqueño Reynaldo César Chávez Ávila, tumbado sobre una silla, incendiándose por dentro, con la necesidad de callar para defenderse.

-Se generoso, César, y ofrécenos nombres, lugares, fechas, alias, teléfonos, direcciones. Yo lo sé todo, pero quiero que tú me los confirmes. Si cooperas, el gobierno de Cuba te recompensará, te dará una pena leve. Quizá 20 años de prisión.

Las palabras del oficial cubano Gustavo Reyes tienen una mezcla de ironía y satisfacción, una voz de mando profunda y áspera, hecha para que terminen de ablandarse los hombres confinados en esta cárcel, que en realidad son las instalaciones del Departamento de Seguridad del Estado de Cuba y a la que todos llaman Villa Marista. Reos con una similitud: son disidentes, le tienen cierta aversión a Fidel Castro.

César no articula palabra alguna. Sólo observa al agente Reyes: sus labios mordisqueando el habano, su gordura desparramada sobre una rancia silla de madera, su rostro con esos ojos que miran con intensidad, su dura piel azabache, sus manazas que no dejan de rayar una libreta o simplemente juguetean encima del reducido escritorio que ocupa una buena parte de este cuartucho de cuatro metros cuadrados, metido entre los laberintos de concreto de Villa Marista.

A Reyes, enfundado en uniforme verde olivo, le han asignado la función de instructor: una especie de Ministerio Público con el poder de condenar, de insultar, de sacar las palabras a como dé lugar.

-¿Crees en Dios? -pregunta Reyes con una sonrisa a César, a quien tiene de frente, arropado con el uniforme de la prisión, pantalones y camisa de manga corta azul, como el cielo. Un hombre cuyos rasgos no ocultan su origen mixteco, nativo del pueblo de Silacayoapam: pómulos salientes, cara triangular bronce oscura, frente estrecha, cabello terco, cuerpo mediano y ágil. Eso sí: su situación económica no es la de millones de oaxaqueños condenados al hambre de generaciones; él ha hecho cierto dinero como funcionario gubernamental y la familia de su esposa se relaciona con la élite de Oaxaca.

-Creer es cuestión de fe. Hmmm, sí, creo -balbucea César, mientras calcula que han de ser las 10 de la noche del 7 de agosto de 2000. Suena absurdo que piense en ello, pero tiene una obsesión por no perder el sentido del tiempo. Tal vez sus meses de trabajo en la Subsecretaría de Seguridad Pública de la Secretaría de Gobernación lo acostumbró a no omitir detalles.

-Bueno, César, aquí tienes que verme como tu Dios. De mí depende que te regreses a México o te quedes el resto de tu vida en Villa Marista.

Cuenta César a la distancia, en su casa en Oaxaca: "Sientes que el alma te abandona, de poco en poco. Estás indefenso; no estás peleando contra un hombre, sino contra el aparato totalitario cubano. Pero entonces salen tus auxilios naturales, sabes que no tienes que demostrar tu espanto al enemigo. Me lo enseñó Jorge Poo".

Poo: otro mexicano, amigo de este oaxaqueño con quien fundó y dirige La Otra Cuba, una organización mexicana que promueve la lucha por los derechos humanos en Cuba; un participante en el movimiento del 68, un integrante de la guerrilla urbana de los 70, lo que le valió ir a parar a Lecumberri. Siempre ha dicho a César lo que debe hacer un prisionero político: "Jamás doblarse, tu coraje es lo único que te protege". Echar mano de la ira, pues, para aguantar.

César no va a dejar que este cubano lo avasalle, o al menos lo intentará: -Pues si Dios existiera no sería negro como tú, cabrón.

-Tienes razón. Dios se llama Fidel Castro y la Diosa es la revolución cubana. Por ambos doy la vida. Lástima que no creas en Castro, hijoeputa. ¡Guardias, llévenselo a su celda! ¿Pues qué ha hecho este mexicano? ¿Por qué lo tienen detenido en Villa Marista? ¿Por qué pasará 28 días atrapado en La Habana?

* * *

Ciudad de México. Junio de 2000. En un restaurante sobre Circuito Interior, tres hombres comen carne asada. Uno es César. El otro es Poo, acompañado por su silla de ruedas, hablando con una voz que parece estar madurando como ocurre a los adolescentes, aunque ya tiene más de 50 años de edad. El último se llama Mario Chanes de Armas, un cubano de baja estatura, musculoso, ojos claros, trigueño. Llegó hace un rato de Miami, en donde vive desde julio de 1996.

Chanes: el que combatió a Fulgencio Batista; el que aparece en fotografías, alzando los puños, durante el asalto al cuartel Moncada; el que desembarcó en el Gramma. Todo, junto a Fidel Castro.

Pero desde hace más de 41 años Chanes y Castro son enemigos. Fidel lo envió a prisión tres décadas. Lo acusó de "conspirar de palabra contra el régimen".

Hoy Chanes es uno de los líderes del movimiento Plantados, con sede en Miami, que, según la prensa, está subsidiado por el gobierno de Estados Unidos; su trabajo es sacar de quicio a Castro. Tanto que el propio Fidel lo ha acusado públicamente de atentar contra su vida.

A la reunión han llegado con ciertos toques de clandestinidad: citas con distintas direcciones, recorridos por vías rápidas, telefonemas en clave. Todo para que, si existen espías cubanos en México, terminen por extraviarse. Desmesuradas precauciones a las que recurre La Otra Cuba en sus encuentros con la diáspora cubana.

César, Poo y Chanes están preparando un viaje a La Habana. La razón: contactar a disidentes cubanos para decirles que su lucha es bien vista en otros países y proponerles una manifestación que exhiba al régimen castrista.

También piensan llevarles algunos regalos que en Cuba son la encarnación del Anticristo: libros que humillan a Fidel, revistas que acusan y reclaman, una carta con posdatas de solidaridad, tarjetas de presentación que en aquellas tierras son inalcanzables para los opositores, una máquina de escribir, una video y una grabadora.

-Hay que aprovechar un fin de semana de carnaval, levantaríamos menos sospechas -propone Chanes, en medio de una bocanada; es decir, ir a La Habana a finales de julio.

-¿Ya está enterada la gente que voy a ir? -necesita saber César, quien a sus 30 años de edad nunca ha viajado a Cuba.

-Ya -agrega Chanes.

Esa gente enterada tiene nombre: -Elizardo Sánchez Santacruz, presidente de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, ex preso político, opositor de Castro. Pero un hombre a quien sus detractores lo acusan de vivir en Cuba con todas las comodidades gracias al dinero del régimen castrista.

-Y el llamado Grupo de los Cuatro: el ex piloto militar Vladimiro Roca, el abogado René Gómez Manzano, el ingeniero Félix Bonne y la economista Martha Beatriz Roque. Todos ellos declarados culpables de "actos de sedición" por criticar la situación económica en Cuba. Sólo Vladimiro, hijo del revolucionario cubano Blas Roca, continúa en la cárcel.

Chanes y Poo detallarán con César qué hacer, qué no. Ya sólo será cuestión de tiempo partir a La Habana. Reservarán el boleto de avión para el vienes 21 de julio, con regreso dos días después, el 23. Pero algo los demorará y César saldrá hasta el 4 de agosto. En la agencia de viajes le dirán que presente el mismo boleto, que el sistema de Mexicana ya ha hecho los cambios pertinentes.

-Pediste permiso en Gobernación para ausentarte, ¿no? Avisaste a tu jefe, Jorge Tello Peón, de quien eras asesor -se le comenta a César.

-No. Renuncié el 31 de julio.

-¿Y si estudiaron tanto el plan, qué falló?

-Hicimos una evaluación insuficiente de los riesgos.

* * *

Viernes 4 de agosto de 2000. Vuelo 321 de Mexicana. Tiempo estimado para el arribo a La Habana: dos horas con 30 minutos.

El Boeing 757 no deja de bambolearse. Pero eso tampoco preocupa a César, quien va leyendo EL UNIVERSAL, "La Jornada" y "Reforma". Que en Guanajuato diputados panistas negaron a las mujeres el derecho al aborto, que Labastida se reunirá con Fox, que Bush ya es el candidato republicano… Algo lleva en mente y no es Cuba: los cinco meses que ha cumplido de casado con Adriana Zárate, una prestigiada abogada de Oaxaca. Le dijo que la vería en dos días, el domingo, cuando tiene previsto su regreso a México.

Señores pasajeros, estamos llegando al Aeropuerto Internacional "José Martí", en La Habana. Hora local: 13:30 horas. Feliz estancia.

César huele a La Habana. Petróleo, sal. Ya los volverá a percibir al final de la travesía y le darán escalofrío.

* * *

-¿Usted es César Chávez? -pregunta un tipo moreno, de nariz ancha, al otro lado de la ventanilla del aeropuerto cubano donde sólo se revisa la documentación.

-Sí.

-¿Viene de paseo?

-Al carnaval.

El funcionario toma el teléfono de disco que tiene sobre el escritorio y hace una llamada. Cuelga. Y dice: -¿Ya tiene dónde hospedarse?

-Sí, en el Meliá.

Y otra vez al viejo teléfono.

"Pensé que era normal. Además, no quise sacar conjeturas estúpidas por el hecho de no escuchar qué estaba diciendo, pues el cristal en la ventanilla me lo impedía", cuenta César.

El funcionario hará en total cuatro llamadas. Le entregará el pasaporte a César y le pedirá que pase a la aduana. El mixteco obedece.

Ahí va, caminando. En la mano derecha lleva una bolsa de plástico con agarraderas; adentro viene una video y una grabadora Sony. En la izquierda, otra bolsa igual; ahí carga tres libros -dos de "El presidio político", una compilación de Walterio Padilla, cubano residente en Puerto Rico; y otro titulado "Libertad religiosa", de una editorial mexicana que recupera textos de González Morfín, de González Schmal-, tarjetas de presentación con los nombres de los integrantes del Grupo de los Cuatro y unas pilas doble "A".

¡Ah!, también una carta para Marcel Valenzuela, otro reconocido disidente cubano, escrita por Ángel De Fama, líder de Plantados en Miami. En resumen, en esa carta se le dan instrucciones sobre cómo hacer manifestaciones callejeras en La Habana para que sean más efectivas; le dice que César lleva un plan para realizar un mitin el 15 o 16 de septiembre en el Parque de la Fraternidad, en La Habana, en el que hay bronces de figuras políticas mexicanas. Se trata de celebrar el triunfo de la democracia en México; la intención es que el gobierno castrista se enfurezca y encarcele a algunos cuantos. Para que la prensa internacional, pues, condene a Fidel.

Dos, tres pasos y César se topa con cuatro hombres, vestidos de color caqui y gorras; pertenecen a la seguridad del aeropuerto, son brutales y primitivos, según el oaxaqueño.

-¡Deme las bolsas! -exige un oficial. César no se resiste. El agente hurga y saca uno de los ejemplares de "El presidio político". -¿Ya vieron? -sus compañeros asientan con la cabeza, y César tranquilo-, ¡Adelante! Ahora lo único que César desea es recoger su equipaje y de ahí a la aduana, a la salida. Pero se encuentra con que su maleta está en el suelo, con dos tipos esperándolo.

"Se veían eufóricos porque hubiera caído en sus manos. Me llevaron a un cuarto pequeño, sucio, ahí empezó lo peor".

Los hombres, que a esas horas ya son 10, revisan todo lo que carga César con la minuciosidad exhaustiva de un relojero. De la mochila sacan unos huaraches, una playera Adidas y unos pantalones Dockers, como lo que trae puesto el mexicano. Una tarjeta de presentación de Sánchez Santacruz, en su cartera, despertará el odio de estos cubanos: -¿Cómo es posible que traigas esta tarjeta de uno de los criminales más famosos en Cuba? ¡Este cabrón es un enviado del imperialismo! ¿Cuánto te pagaron por traer esto, hijoeputa? ¡Agente de la CIA! -¿A quién vienes a ver, gusano? ¡Desnúdate! ¡Habla! "Y no hablé, les pregunté de qué me acusaban y no me dijeron. Les dije que sólo respondería estando presentes un funcionario de la embajada mexicana y un abogado".

Y como no habla, el aliento de los guardias recorre el cuerpo todo de César. Le husmean los oídos, el cabello. Le revisan el recto. Revisión detallada donde cada movimiento se realiza con bravuconadas. Pero nada de golpes, sólo intimidaciones.

-¡Están violentando mis derechos! -grita César, mientras un oficial le saca los mil 600 dólares que lleva en su cartera.

-Aquí son pocos los que tienen derechos.

Así pasarán cuatro horas, con un César aterrado, pero con la esperanza de que lo dejarán libre. Sus cálculos se desvanecerán cuando a eso de las seis de la tarde, hora de La Habana, cinco militares lleguen por él.

-¡Vístase! Rece para lo que le espera.

"Me sentí aislado del mundo. Pensé que podían hacerme lo que quisieran, hasta matarme y nadie lo sabría. Sencillamente desaparecería en La Habana".

Ha anochecido. Una vieja camioneta lo espera sobre una de las pistas del aeropuerto. Los militares le ordenan que cierre los ojos. Sólo escuchará estupideces. ¿Y ahora hacia dónde va?

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