CUBANET... INTERNACIONAL

Abril 19, 2001



Libros y demonios

Belkis Cuza Malé. Publicado el jueves, 19 de abril de 2001 en El Nuevo Herald

He oído con asombro que Fidel Castro se ha impuesto otra meta: quiere convertir al pueblo de Cuba en el más culto del mundo. Creo que por una vez en su vida está teniendo éxito. Y, por insólito que parezca, ya alcanzó la meta, porque los cubanos son a estas alturas los más cultos, por desgracia, en todas las desventuras, en todas las tristezas, en todos los engaños y en todo el terror que pueda ejercerse contra la mente de infelices ciudadanos.

Supongo que el máximo líder lo que deseaba en realidad era competir con ese movimiento in crescendo que existe también en la isla, el de las Bibliotecas Independientes, surgido como un esfuerzo verdaderamente auténtico de mantener informados a los cubanos, contra la crapulosa propaganda del régimen y la censura. Casas privadas en las que sus moradoras ceden con valentía un espacio al conocimiento universal, a la literatura, a la ciencia, al espíritu. Centros que aglutinan al ciudadano común y corriente ansioso de conocimientos, de lecturas no impuestas, de la verdadera luz que se desprende de esos textos a los que no hay tiranía que venza, como no vencieron nunca el crimen político ni la represión medieval a sus extraordinarios filósofos, alquimistas o poetas.

Pero mirado a la luz actual, hay que decir que el movimiento de las Bibliotecas Independientes es algo único en su clase, una verdadera disidencia que cada día gana más prestigio entre los cubanos y que se enriquece con los envíos que llegan como pueden en la bolsa de los viajeros. Cuánto amor y cuánto respeto hay que tener por la libertad de expresión, por la verdadera libertad de expresión, sin tapujos, sin enjuagues políticos, sin censores, ni espías, para ceder un espacio, del ya precario en que viven los cubanos, a una biblioteca independiente, y correr el riesgo de que les pase como a muchos que han sido detenidos, y hasta golpeados, por ser defensores del derecho a la información.

He conocido a muchos que han llorado la pérdida de sus libros como se llora a una legión de buenos amigos

¿Se imaginan cómo han podido nacer y crecer todas esas bibliotecas en medio de la gran represión que sufre el país? ¿Se imaginan la diferencia entre este mundo en que vivimos, con todas esas bibliotecas públicas a la que la mayoría de los ciudadanos no saben ni por dónde se entra, y estas otras, las cubanas independientes, improvisadas en medio de la miseria y la escasez de un pueblo que ya no aguanta más la censura del tirano? ¿Y cómo no se les ocurre a las instituciones que otorgan los premios, en este país o en Suecia, darle uno al movimiento de las Bibliotecas Independientes de Cuba? ¿Es que no valdría la pena premiar a una población que ha buscado salida a su hambre de libertad e información?

He conocido a muchos que han llorado la pérdida de sus libros como se llora a una legión de buenos amigos. A la represión contra los intelectuales cubanos habría que añadir también la triste historia de sus bibliotecas perdidas, arrebatadas, incautadas por la policía política o sencillamente robadas por el gobierno cuando sus dueños se vieron obligados a marchar al exilio. Recuerdo en particular lo que me comentaba Enrique Labrador Ruiz sobre la suya de la calle Reina. A veces, yo también sueño con los libros que dejé en Cuba, la mayoría firmados por sus autores, entrañables amigos con los que compartí mi vida de entonces. Despedirme de ellos fue como dejarlos en la orfandad, aunque nunca olvidados. ¿Dónde estarán hoy?, me pregunto.

¡Hace casi seis años, cuando me mudé a Texas, gran parte de la biblioteca que he acumulado en este país quedó depositada en Miami, en el hogar de mi amiga Merita. Después de su inesperada muerte, los trasladé a otro sitio a la espera de que pudieran viajar en cualquier momento a Fort Worth. Hace poco, sin embargo, me vi de pronto en la necesidad de moverlos; corrían el peligro de perderse o de que se los comieran las alimañas. Desesperada, recé para encontrar una solución y no tardó en hacerse la luz. Un creyente en milagros diría que Dios envió a sus ángeles. Norma y Carlos Hopson, amigos increíbles, lo fueron para mí. No sólo acogieron en su casa mis cincuenta pesadas cajas, sino que un mes después manejaron tres días con sus noches desde Miami a Fort Worth con el cargamento de mis libros. Fue la ida por la vuelta, pues el único propósito que los animó fue que yo volviera a reunirme con mis libros. Nunca podré agradecérselo lo suficiente, y no es un cumplido. Es algo que no tiene precio. Cuando me quedé a solas y comencé a abrir aquellas cajas, brotaban como resortes los recuerdos, las alegrías y las tristezas, como si todos y cada uno de aquellos libros contuvieran la historia secreta de la humanidad y hubieran sido escritos solamente para que yo la leyera. Me sentí más cerca que nunca de mi alma y de Dios.

¿Cómo no voy a pedirles a todos ustedes, lectores, que colaboren con las Bibliotecas Independientes; que si tienen un pariente, un conocido que viaja a Cuba les pongan en la maleta un libro, o dos, o los que puedan? ¿Cómo no recordarles el poder de un libro? Porque ellos, amigos, pueden acabar con la tiranía de un hombre, y con todos los demonios.

belkisbell@aol.com

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