Nuestro peor
mal social
Tania Díaz Castro
LA HABANA, abril - Con bastante frecuencia aparecen en la prensa cubana artículos
críticos sobre la educación de nuestros jóvenes y niños,
específicamente sobre su forma grosera de hablar. Este mal, que surgió
en nuestra sociedad hace ya unos treinta años, poco después del
triunfo político de Fidel Castro, se ha ido agudizando tanto que, según
opinión de autoridades, "está fuera de las manos de los
padres y maestros".
Es evidente que este mal social choca a quienes arribamos a la tercera edad
y no recordamos haber escuchado en plena calle esas palabras ordinarias u
obscenas dichas por niños o jóvenes de antaño, como ocurre
hoy a jóvenes y niños de cualquier edad y de ambos sexos.
Recientemente el colega Gabino Manguela, del periódico "Trabajadores",
expuso en un una de sus crónicas que "a la vista de todos
desangramos el buen hablar sin percatarnos de que, llegado el momento
determinado, el mal ya no tendría remedio"(*).
Psicólogos y periodistas cubanos han buscado con afán la causa
fundamental de este grave mal de la llamada "sociedad socialista". Se
dice que la culpa es de los padres, quienes "han perdido -según
Manguela- esa capacidad innata de prohibir a los pequeños decir palabras
soeces". Se esfuerzan en llevar el tema no sólo a la prensa
oficialista, sino también a debates en organizaciones pioneriles y hasta
a la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Según investigaciones de afamados psicólogos del mundo entero
y a través de largos años, la mala palabra forma parte de un
estado agresivo en el ser humanos y se trata, sencillamente, de un desequilibrio
psicológico que provoca la hostilidad de una persona a las otras que la
rodean o a alguna situación en particular.
Así, es bueno destacar que nuestros niños y jóvenes
cubanos viven bajo un régimen agresivo y represivo. Escuchamos a diario
un único discurso que, por supuesto, es también agresivo, propenso
a atacar, ofender, provocar situaciones de todo tipo y, sobre todo, lleno de
odios y rencores. Si sumamos a esto la doble moral de nuestros niños y jóvenes,
a la que están sometidos por muchas razones, encontraremos fácilmente
que la causa de este mal recae en el propio sistema de gobierno, totalitario y
dictatorial.
La principal razón para que nuestros niños y jóvenes
tengan que asumir, al igual que los adultos, una falsa postura respecto al
conjunto de facultades espirituales que posee, es precisamente la forma en que
deben de pagar su "gratuita" enseñanza escolar. O sea, el
Estado a través de sus centros de estudio, confiscados todos a partir del
año 1959, oferta una educación comunista de corte
marxista-leninista. De esta forma, ¿cómo puede elevarse la moral de
nuestros niños y jóvenes, cuando por otra parte chocan con una
realidad que demuestran el fracaso de ese régimen absolutista?
Nuestros niños y jóvenes se ven obligados en esos centros a
aplaudir y repetir consignas políticas orientadas desde el más
alto órgano de propaganda revolucionaria y cantar las alabanzas de todos
los años. ¿Pudiéramos entonces aceptar la "exitosa"
labor educacional del Estado cubano, teniendo en cuenta que el precio de esa "gratuita"
educación es incalculable, desde el momento que logra establecer una
pugna subconsciente entre la razón y el deber de los niños y jóvenes,
lo que se manifiesta en la agresividad de su lenguaje?
El citado periodista aclara en su artículo que, según la opinión
de algunos niños entrevistados por él, el tema de las malas
palabras no se analiza en las escuelas y agrega que la gran mayoría de
los niños dicen malas palabras en su hablar cotidiano.
Si "hablar correctamente ayuda a conformar el carácter de los
menores y determina la aceptación de cada persona en su grupo social",
como señala nuestro Apóstol José Martí, estamos
entonces en presencia de falsas y débiles generaciones, enfermas, gracias
a un régimen impositivo e intolerante.
Los padres cubanos, como se sabe, no pueden escoger la educación de
sus hijos. Todos sin excepción están obligados a aceptar una
educación atea y marxista en la que los niños gritan diariamente "pioneros
por el comunismo, seremos como el Che". Y el Che, precisamente, está
representado por una figura aguerrida, símbolo del sistema.
Estoy de acuerdo con Manguela cuando señala que nuestros niños
emulan para decir la palabra más indecente en plena vía pública,
que a "tal punto a llegado ese negativo modo de hablar que lo mismo en un
parque que en un ómnibus, en la casa o en una fiesta, la proliferación
de palabras soeces es lugar común".
El Estado cubano no mira la educación como un requerimiento del ser
humano para perfeccionarse, sino como la única forma de perfección
impuesta por él y no tiene en cuenta que cada persona tiene su propia
naturaleza y características, y que además nace con el ansia de
elección.
Si "las universidades son para los revolucionarios", como afirma y
repite el Estado, ¿cómo ha de lograrse niveles de calidad en el
sistema educacional, cómo adquirir una educación ágil,
capaz de incorporar los conocimientos que surgen a partir del desarrollo científico-técnico,
qué hábito de investigación puede infundirse al estudiante,
si se le impone una ideología basada en conceptos arcaicos y obsoletos?
No estamos, de ningún modo, ante logros respecto a la educación.
El mismo Estado reconoce que el ingreso a los institutos superiores pedagógicos
no se comporta de forma muy favorable, lo que demuestra un rechazo de los
estudiantes a carreras de magisterio. Sin embargo, estos mismos jóvenes
asisten uniformados a las urnas, obligados a ejercer el voto a favor de quienes
le exigen obediencia y gratitud. Estudian además, en su mayoría,
en edificios deteriorados con graves problemas en la iluminación de las
aulas, la higiene, el suministro de agua y útiles de estudio.
Según las propias cifras estatales, por ejemplo, sólo diez por
ciento de las escuelas a nivel nacional pudieron ser reparadas. Los maestros, en
éxodo constante, se quejan de que las condiciones materiales no favorecen
el desempeño de sus funciones y por esta razón en el nuevo curso
escolar se incorporaron a las aulas decenas de cientos de profesores
improvisados, extraídos de diferentes sectores del país.
El gobierno cubano está muy consciente de la importancia que tiene el
nivel primario en la educación, calificándolo de "columna
vertebral de la Revolución". Durante esa etapa el niño
adquiere conciencia de cuanto lo rodea y es muy susceptible a las influencias de
poder. Por tanto, el Estado cubano utiliza al estudiantado para el mantenimiento
de su poder, no sólo porque éste se vincula obligatoriamente al
trabajo productivo, sino además porque con los estudiantes se logra una
formación política superior con el objetivo de proporcionar el
crecimiento de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) -organización
que sirve de antesala al único partido que puede regir en Cuba- lo que
demuestra la ausencia de libertades civiles y políticas y las flagrantes
violaciones a los derechos de la población.
(*) "Malas palabras entre nuestros niños", artículo
de Gabino Manguela, Trabajadores, 19 de marzo del 2001.
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