Cuando
viejos amigos se encuentran
Tania Díaz Castro
LA HABANA, abril - La semana pasada casi tropiezo con un viejo amigo en las
esquinas de 27 y N, a pocos pasos del hotel Colina, en el Vedado, Ciudad de La
Habana. Treinta años antes me enseñaba sus versos inéditos
en busca de mi opinión o me los leía, acomodados en aquellos
butacones, hoy desaparecidos, de los portales de la casona de 17 y H, sede de la
Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
Hot es un escritor casi de primera línea. A veces puede verse en la
pantalla del televisor cómo asiste a eventos culturales o apoya consignas
políticas del régimen de Fidel Castro.
Aún así, se detuvo tranquilamente a conversar conmigo. Me
preguntó por mis hijos, por mi vida y creo que, sin darse cuenta,, quiso
saber si no me molestaba la policía política. Me brindó un
caramelo de menta y hasta me pareció que tenía deseos de sentarse
en algún lugar a conversar conmigo, que yo le contara en detalles cómo
era posible que un puñado de cubanos, desde dentro de la Isla, hiciéramos
periodismo libre sin que nos pasara por encima una apisonadora de carreteras.
- ¿No tienes miedo? -me preguntó.
- Ya no -le respondí rápidamente, y pude percatarme de que se
puso tan rojo como el primer color del espectro solar o como un antiguo
bolchevique.
- ¿Quieres escribir libremente? -le pregunté. Si algún día
te decides, ya sabes dónde localizarme. No te olvides de esa frase de
Milka Waltari: "Los hombres revolotean alrededor de la mentira como las
moscas alrededor de un panal de miel". ¡Ah!, y no creas que disponemos
de sumas millonarias, como repiten los colegas oficialistas. Esto no se hace por
dinero, sino por convicción, de corazón.
- Yo lo sé -me dijo. No tienes que aclarármelo.
Y suspiré. Al menos, este viejo amigo, pese a demostrar sumisión
ante el sistema político del país, tenía la valentía
necesaria como para admitir esa mentira del régimen. Entonces miró
mis ropas, ropa de segunda mano como la que usa el pueblo, mis zapatos viejos y
mi reloj, que no es Rolex ni Breitling.
Junto a nosotros un anciano se escondía para vender cucuruchos de maní.
Mi amigo parecía tener apuro. Le dije que me alegraba de verlo, que de
vez en cuando lo recordaba con verdadero cariño y le tendí mi
mano, como despedida. El, en vez de decirme adiós o expresar su deseo de
volver a verme, contrayendo un poco el rostro, dijo:
- Tania, ¿y si lo otro es peor?
No supe qué responderle. Vinieron a mi mente los años de la
dictadura batistiana, apenas siete, luego los cuarenta y dos de Fidel Castro,
largos como una pesadilla. Pero cuando comenzamos a alejarnos, un poco en voz
alta, le dije:
- No es posible. ¡No habrá nada peor que esto!
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