La película
más larga de la historia
Víctor Manuel Domínguez
LA HABANA, - El llamamiento a movilizar el sentido y espíritu críticos
ante el cine, formulado recientemente por el ministro cubano de Cultura Abel
Prieto, no parte de la búsqueda de alternativas a una producción
cinematográfica nacional estancada temática y conceptualmente,
sino de un presupuesto político que intenta devaluar los filmes
producidos en Hollywood por su alta demanda entre los amantes del Séptimo
Arte del país.
El temor a la supuesta globalización cultural que genera este cine,
así como la necesidad de afianzar el guión establecido por el
Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC) para un
invariable largometraje que ya dura más de cuarenta y dos años,
exigen una transformación tan siquiera cosmética que frene la
evasión, el acomodamiento y la falta de incisividad de los críticos
del Séptimo Arte dentro de la Isla, sumándoles el empirismo de las
masas populares.
Estancados en un mismo nivel, víctimas de un rutinario desfile de
personajes estereotipados en temas intrascendentes por su blandura estética
y ausencia de originalidad, los críticos cubanos asisten a estas ferias
de los descubrimientos ya descubiertos y perecen de tedio ante un ritual que se
repite cada año.
Marcados por legitimar con su silencio los ataques oficiales contra filmes
cubanos desmitificadores de unanimidades cinematográficas, los dóciles
especialistas se aprestan a descargar su cobardía contra un cine
extranjero que, si bien se emparenta con mecanismos comerciales, al menos aborda
sin censuras cualquier tema de la realidad.
Un llamamiento realizado entre sordos, otra campaña pública
con redobles de tambores y fuegos artificiales, son algunos de los calificativos
a esta nueva convocatoria, que cual manía cíclica, irrumpe entre
los distorsionados altavoces de una desgastada política cultural.
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