CUBANET .INDEPENDIENTE

10 de abril, 2001


Institucionalizada la "mala palabra"

Reinaldo Cosano Alén

LA HABANA, abril - El repudiable uso de vocablos obscenos -hasta por dirigentes del país quienes en sus discursos suelen hacer uso de palabras y giros obscenos- no tiene límites espaciales, temporales ni sociales.

Se pueden escuchar hasta por torrentes en el ómnibus atestado, acaso precisamente por estar atestado, o en el parque, en la calle, en el centro de trabajo, en un juego de béisbol o en una fiesta cuando la dudosa calidad del ron trae a la superficie los rencores de la vida cotidiana.

Más congoja da escuchar las malas palabras en el hogar, porque atenta contra la estabilidad de la familia, célula fundamental de la sociedad. Sobre todo por hacer partícipe del "show" a los niños, verdaderas esponjas.

Las disputas caseras, por lo general salpicadas de mutuos improperios, tienen hasta su "hora pico": de cinco a nueve de la noche.

A las cinco, los miembros del núcleo familiar llegan del trabajo, de la escuela, o de no hacer nada, si nada socialmente útil tiene por ocupación. Cada cual con su pesado fardo de problemas, a los que tienen que sumar otras mil vicisitudes de la subsistencia y del mal vivir: "¿qué comemos hoy?", "¿cómo reunir los dos dólares quince centavos el más barato del aceite comestible (que puesto en puerto cubano ya sé que cuesta 0.88 dólar el litro envasado)? Pero si mi salario además del casi nulo poder adquisitivo me lo pagan en pesos, la moneda nacional, y no en dólares. Este muchacho necesita zapatos; aquella un blumer. ¿Quién carga el agua, cubo a cubo, y sube los dos, tres pisos, escalón tras escalón, y tú sabes que el agua la ponen una o dos horas, a las tres de la madrugada. Hay que despertar a los vecinos a esa hora". Para acabar de joderlo, a Juan le acaban de comunicar que de dos a cinco de la madrugada tiene la guardia del Comité de Defensa de la Revolución". Un ¡coño! Grande, estentóreo, se oye entonces.

Discusiones, insultos, broncas, hasta las 9:15 p.m. Resuena una especie de voz de mando absoluto y el tácito acatamiento por todos: "¡A callarse, va a empezar la novela!"

Mejor si es la brasilera en vez de la cubana. De lunes a viernes. Puntual: 9:15.

La telenovela es el entretenimiento mayor y mejor de la familia cubana. Como un bálsamo. Pero sólo si una de esas noches no retransmiten algún "novelón" del máximo líder. Entonces, ¡cero novela! Aunque es cierto que a veces "corren" el horario. Concluido el "speech" es cuando alguno de la casa, medio dormido, dirá: "¡Rápido, enciendan el televisor, que va a comenzar la novela!"

Primas hermanas de las palabras indecorosas -porque es como la mala palabra contenida- pueden considerarse la descortesía, las malas acciones entre ciudadanos. El insulto constante y abundante contra la decencia, las normas de convivencia, tan relajadas.

Se ha convertido en símbolo de poder social poseer un buen equipo electrónico de música, que mientras más "suculenta" y cara sea la radiocasetera, más distinción. Y mientras más atronadora, requetemejor. ¡Ay del que ose protestar!

De nada valen tampoco las regulaciones de decibeles que el propio Estado ha legislado: letra muerta.

Ni proclamar con rigor las afectaciones de salud y al entorno natural que produce el ruido.

De unos años para acá, para colmo, hay que soportar, especialmente en la capital, que agrupaciones musicales profesionales y principiantes, numerosas, realicen sus prácticas en medio del vecindario a toda voz, digo, a todo cornetín, trombón y tumbadora, reventando la salida de audio del equipo electrónico amplificador, sin que nadie llame la atención por las insoportables molestias.

Ensayos de este tipo, con un local pequeño, cerrado, con única entrada y salida, en Virtudes entre Aguila y Blanco, en Centro Habana, es uno de los tantos ejemplos que revientan los tímpanos a cualquiera. Por si fuera poco, a escasos pasos, en la terraza-azotea del hotel Lincoln, la orquesta que anima los shows del hotel ensaya día por día lo que habrán de repetir de estridencia musical de viernes a domingo hasta altas horas de la noche, sin que importen quejas y sin que nadie la detenga: por algo son parte del engranaje para captar divisas, o sea, dólares.

¡Qué decir del irrespeto público? Desatención, groserías, que hay que soportar de cualquier empleado estatal, que constituyen el grueso de la masa laboral. Encontronazos que derivan a veces en mutuos insultos.

A tanto extremo ha llegado el uso -mal uso- de las palabras indecorosas que un periodista oficialista llegó a proponer que el tema sea debatido en el congreso pioneril -infantil- que se efectuará este año.

En nuestra labor profesional en el magisterio por dos décadas -del que fui separado hace diez años por ser activista de derechos humanos- ¡qué barbaridades no habré escuchado!, especialmente en las escuelas al campo, donde adolescentes y jóvenes se sienten libertinos sin freno, porque poco freno puede imponer el maestro frente a la fuerza de la costumbre, que se hace norma social. Por desgracia.

Es en la familia, y en la escuela, y en el respeto a los mayores, donde mejor se puede moldear el carácter y formar conceptos y conductas virtuosas. Pero familia, escuela y respeto a los mayores han ido quedando relegados frente a un Estado totalitario que se mete en todo, que todo lo abarca, que absorbe la personalidad individual y colectiva.

Peor aún porque esa escala de valores está trastocada cuando familia y sociedad "hablan" lenguajes diametralmente opuestos, camaleónicos, cuando el padre o madre no puede explicar satisfactoriamente, con decencia, al hijo pequeño, por qué viven ellos por encima del resto de los conciudadanos, con ganancias producidas por ilegalidades y sustracciones del arca supuestamente común: el Estado, casi exclusivo empleador y expoliador, ni por qué tantos otros, los más, viven tan por debajo de ese nivel de satisfacción de bienes materiales y espirituales.

O cuando no puede explicar de modo convincente a su retoño -ni tampoco puede explicarlo, o debe, su maestro- por qué concurre a hacer número en una plaza en que como tantos otros lo han concentrado para gritar consignas revolucionarias y es otro el lenguaje en el hogar cuando "comiéndose el hígado" se recrimina hasta cuándo tendrá que seguir siendo un amorfo número.

Desde la tierna infancia el cubano ha ido perdiendo muchos rasgos característicos suyos de decencia, cortesía y altruismo. El niño no encuentra rasgos elevados que imitar. Se demuestra a sí mismo que difícil es vivir con la personalidad dividida y contradictoria. La enseñanza oficial está viciada de política, apenas le queda espacio para más. Cuesta trabajo mover los labios para dar un afectuoso ¡buenos días! Parece que vivimos en una sociedad enferma de tantas groserías e insultos. De tantas desesperanzas. Ni siquiera perece haber calado la advertencia que hace el comandante Juan Almeida, que parece encaja tan bien con el sistema, en una de sus canciones: "No me grites, que no hay por eso más razón en lo que dices".


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