Institucionalizada
la "mala palabra"
Reinaldo Cosano Alén
LA HABANA, abril - El repudiable uso de vocablos obscenos -hasta por
dirigentes del país quienes en sus discursos suelen hacer uso de palabras
y giros obscenos- no tiene límites espaciales, temporales ni sociales.
Se pueden escuchar hasta por torrentes en el ómnibus atestado, acaso
precisamente por estar atestado, o en el parque, en la calle, en el centro de
trabajo, en un juego de béisbol o en una fiesta cuando la dudosa calidad
del ron trae a la superficie los rencores de la vida cotidiana.
Más congoja da escuchar las malas palabras en el hogar, porque atenta
contra la estabilidad de la familia, célula fundamental de la sociedad.
Sobre todo por hacer partícipe del "show" a los niños,
verdaderas esponjas.
Las disputas caseras, por lo general salpicadas de mutuos improperios,
tienen hasta su "hora pico": de cinco a nueve de la noche.
A las cinco, los miembros del núcleo familiar llegan del trabajo, de
la escuela, o de no hacer nada, si nada socialmente útil tiene por
ocupación. Cada cual con su pesado fardo de problemas, a los que tienen
que sumar otras mil vicisitudes de la subsistencia y del mal vivir: "¿qué
comemos hoy?", "¿cómo reunir los dos dólares quince
centavos el más barato del aceite comestible (que puesto en puerto cubano
ya sé que cuesta 0.88 dólar el litro envasado)? Pero si mi salario
además del casi nulo poder adquisitivo me lo pagan en pesos, la moneda
nacional, y no en dólares. Este muchacho necesita zapatos; aquella un
blumer. ¿Quién carga el agua, cubo a cubo, y sube los dos, tres
pisos, escalón tras escalón, y tú sabes que el agua la
ponen una o dos horas, a las tres de la madrugada. Hay que despertar a los
vecinos a esa hora". Para acabar de joderlo, a Juan le acaban de comunicar
que de dos a cinco de la madrugada tiene la guardia del Comité de Defensa
de la Revolución". Un ¡coño! Grande, estentóreo,
se oye entonces.
Discusiones, insultos, broncas, hasta las 9:15 p.m. Resuena una especie de
voz de mando absoluto y el tácito acatamiento por todos: "¡A
callarse, va a empezar la novela!"
Mejor si es la brasilera en vez de la cubana. De lunes a viernes. Puntual:
9:15.
La telenovela es el entretenimiento mayor y mejor de la familia cubana.
Como un bálsamo. Pero sólo si una de esas noches no retransmiten
algún "novelón" del máximo líder.
Entonces, ¡cero novela! Aunque es cierto que a veces "corren" el
horario. Concluido el "speech" es cuando alguno de la casa, medio
dormido, dirá: "¡Rápido, enciendan el televisor, que va
a comenzar la novela!"
Primas hermanas de las palabras indecorosas -porque es como la mala palabra
contenida- pueden considerarse la descortesía, las malas acciones entre
ciudadanos. El insulto constante y abundante contra la decencia, las normas de
convivencia, tan relajadas.
Se ha convertido en símbolo de poder social poseer un buen equipo
electrónico de música, que mientras más "suculenta"
y cara sea la radiocasetera, más distinción. Y mientras más
atronadora, requetemejor. ¡Ay del que ose protestar!
De nada valen tampoco las regulaciones de decibeles que el propio Estado ha
legislado: letra muerta.
Ni proclamar con rigor las afectaciones de salud y al entorno natural que
produce el ruido.
De unos años para acá, para colmo, hay que soportar,
especialmente en la capital, que agrupaciones musicales profesionales y
principiantes, numerosas, realicen sus prácticas en medio del vecindario
a toda voz, digo, a todo cornetín, trombón y tumbadora, reventando
la salida de audio del equipo electrónico amplificador, sin que nadie
llame la atención por las insoportables molestias.
Ensayos de este tipo, con un local pequeño, cerrado, con única
entrada y salida, en Virtudes entre Aguila y Blanco, en Centro Habana, es uno de
los tantos ejemplos que revientan los tímpanos a cualquiera. Por si fuera
poco, a escasos pasos, en la terraza-azotea del hotel Lincoln, la orquesta que
anima los shows del hotel ensaya día por día lo que habrán
de repetir de estridencia musical de viernes a domingo hasta altas horas de la
noche, sin que importen quejas y sin que nadie la detenga: por algo son parte
del engranaje para captar divisas, o sea, dólares.
¡Qué decir del irrespeto público? Desatención,
groserías, que hay que soportar de cualquier empleado estatal, que
constituyen el grueso de la masa laboral. Encontronazos que derivan a veces en
mutuos insultos.
A tanto extremo ha llegado el uso -mal uso- de las palabras indecorosas que
un periodista oficialista llegó a proponer que el tema sea debatido en el
congreso pioneril -infantil- que se efectuará este año.
En nuestra labor profesional en el magisterio por dos décadas -del
que fui separado hace diez años por ser activista de derechos humanos- ¡qué
barbaridades no habré escuchado!, especialmente en las escuelas al campo,
donde adolescentes y jóvenes se sienten libertinos sin freno, porque poco
freno puede imponer el maestro frente a la fuerza de la costumbre, que se hace
norma social. Por desgracia.
Es en la familia, y en la escuela, y en el respeto a los mayores, donde
mejor se puede moldear el carácter y formar conceptos y conductas
virtuosas. Pero familia, escuela y respeto a los mayores han ido quedando
relegados frente a un Estado totalitario que se mete en todo, que todo lo
abarca, que absorbe la personalidad individual y colectiva.
Peor aún porque esa escala de valores está trastocada cuando
familia y sociedad "hablan" lenguajes diametralmente opuestos, camaleónicos,
cuando el padre o madre no puede explicar satisfactoriamente, con decencia, al
hijo pequeño, por qué viven ellos por encima del resto de los
conciudadanos, con ganancias producidas por ilegalidades y sustracciones del
arca supuestamente común: el Estado, casi exclusivo empleador y
expoliador, ni por qué tantos otros, los más, viven tan por debajo
de ese nivel de satisfacción de bienes materiales y espirituales.
O cuando no puede explicar de modo convincente a su retoño -ni
tampoco puede explicarlo, o debe, su maestro- por qué concurre a hacer número
en una plaza en que como tantos otros lo han concentrado para gritar consignas
revolucionarias y es otro el lenguaje en el hogar cuando "comiéndose
el hígado" se recrimina hasta cuándo tendrá que seguir
siendo un amorfo número.
Desde la tierna infancia el cubano ha ido perdiendo muchos rasgos característicos
suyos de decencia, cortesía y altruismo. El niño no encuentra
rasgos elevados que imitar. Se demuestra a sí mismo que difícil es
vivir con la personalidad dividida y contradictoria. La enseñanza oficial
está viciada de política, apenas le queda espacio para más.
Cuesta trabajo mover los labios para dar un afectuoso ¡buenos días!
Parece que vivimos en una sociedad enferma de tantas groserías e
insultos. De tantas desesperanzas. Ni siquiera perece haber calado la
advertencia que hace el comandante Juan Almeida, que parece encaja tan bien con
el sistema, en una de sus canciones: "No me grites, que no hay por eso más
razón en lo que dices".
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