Ramon Ferreira. Publicado el martes, 3 de abril de 2001 en
El Nuevo Herald
La recuperación de la tierra prometida no parece vislumbrarse en las
aguas políticas del Mar Caribe. El éxodo constante de exiliados
sigue eliminando voces que pudieran reconocernos y darnos la bienvenida a una
Cuba libre compartida.
Y el ir y venir de los que todavía sostienen lazos frágiles
con el pasado, resulta una pausa eterna entre lo que Cuba fue, lo que es y lo
que puede volver a ser.
La Cuba del exilio es un espejismo de aspiraciones y vidas tronchadas, no
por el fracaso sino por la crueldad humana; la Cuba de Fidel es una realidad de
los horrores que desata el fracaso de los fanáticos que intentan imponer
su voluntad por la fuerza. La Cuba comunista se aferra a su definición
totalitaria sin poder extinguir la aspiración de una patria genuina. Ni
leyenda ni mito.
Fidel lleva más de 42 años tratando de imponer su enredo,
adoctrinando generaciones de analfabetos de historia con lecciones que utilizan
el abecedario pero impiden conjugar ideas.
La lección comunista resulta fácil de aprender porque se
acepta con oídos sordos; la democrática es complicada porque
provoca ideas que obligan a pensar y demandan respuestas. De la Cuba comunista
nos llega una algarabía acorde con los que han aprendido a repetir lo que
Fidel les escribe en la pizarra con tiza, en vez de las preguntas de alumnos
interesados en pasar de grado. Los alumnos de Fidel aceptan a ciegas su visión
porque no pueden recordar lo nunca visto. Tanto da que los que se fueron
prefieran vivir de otro modo si Fidel comparte con ellos el privilegio de vivir
la realidad. Si Cuba era distinta, también lo fue Roma. ¿Y qué?
A Fidel se lo lleva el almanaque o lo liquida el desprecio que aflige a los
tiranos. Pero los alumnos comunistas que se quedarán esperando otro
discurso tendrán que conformarse con uno grabado y sin aparato para oírlo.
Lo que sí van a escuchar es una dosis intensiva de democracia que los
sacudirá y despertará violentamente y que crea hábito de
por vida. Pero no les resultará fácil incorporarse a una socidad
que aprendieron a denigrar si se sienten denigrados. Serán los diversos
profesores del exilio los responsables de la cura.
Por ahora, Cuba tiene dos ciudadanos distintos: los que la recuerdan como el
hogar del que fueron desarraigados y los que la comparten hoy día con los
camaradas de la tribu, donde en vez de gobernar la jerarquía familiar, se
acepta ser clasificado y archivado.
Con la caída del muro de Berlín se vino abajo la división
entre alemanes del este y del oeste. Con la caída de Fidel se eliminará
la definición de cubanocomunistas y cubanoamericanos. El entierro del
comunismo le devolvió a Alemania su ciudadanía común. Si
Fidel se resiste a enterrarlo, será el rasero de la historia el que lo
arrastre con su idea.
A Fidel se lo lleva el almanaque o lo liquida el desprecio que aflige a los
tiranos
Ya Corea no tiene ciudadanos del norte y del sur, como tampoco los tiene
Vietnam. Los chinos comunistas van de compras a Hong Kong. Y los Milosevic y
Pinochet son enjuiciados como dictadores criminales. Parece que en el baño
de Fidel no hay espejos. Pero no le van a alcanzar ni ocho horas de discurso
para explicar qué hizo escondido detrás de la cortina de hierro
durante 42 años.
Los dos cubanos del cuento ya saben dónde está, cómo
fue --y es-- la Cuba de hoy tan afanosamente buscada por ambos. También
saben que no hay concreto ni mar que pueda mantenerlos separados. Cuba no tenía
que aspirar a ser otra Cuba porque ya era como va a seguir siendo, sin necesidad
de que hagan relucir lo que ya tenía con orgullo, eso de ser cubanos y
libres, punto.
Escritor cubano, reside en Puerto Rico.
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