El Apóstol
me dice
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, abril - Se piensa que las características absurdas de
nuestra época en La Habana son un emporio seguro de crónicas con
las que nuestros fieles lectores de Internet disipan cada semana el tedio nostálgico
del exilio.
Se piensa que es suficiente que el periodista independiente recorra la
ciudad para encontrar el dato escondido y mostrarlo de inmediato, a diferencia
de la novela detectivesca.
Se piensa que la experiencia histórica que asegura que entre el
periodismo y la literatura siempre se utiliza el mismo método: saber
mirar, y mirar bien, garantiza la pastilla de palabras que determinado lector,
en el vasto o estrecho panorama de su vida personal en libertad, consumirá
para no perder el contacto espiritual con la Patria.
Sin embargo, lo que nunca se piensa es que el periodista independiente
cubano no es el corresponsal de prensa extranjera acreditado en La Habana que
con un alto nivel de vida por causa del salario devengado de su agencia, aparte
de ser un ciudadano de primera clase gracias a las leyes de nuestro precavido
gobierno, sólo envía noticias fusiladas de nuestra prensa oficial
rodeado de una interminable caravana de latas de cervezas, putas ocasionales o
enviadas por la policía política, y gozando por partida doble una
suerte de turismo exclusivo y tranquilo que no le cuesta un centavo y sin riesgo
de ir a prisión; como no sea el severo castigo de montarlo a la fuerza en
un avión con destino a su maravilloso país en caso de que se
atreva a dar opiniones que puedan molestar al gobierno.
Estoy contando esto porque hoy he decidido creerme que soy periodista. He
salido, pues, de mis calabozos en el Hotel Monserrate y con sólo caminar
unos metros me he sentado en el Parque Central de La Habana a las nueve de la mañana,
exactamente como me lo sugiriera un colega que ahora se encuentra en el exilio.
Por supuesto, sin estar rodeado de latas de cervezas y putas especializadas en
la inflación de egos y prominentes personalidades.
Las viejas y viejos que han hecho de la limosna "andar La Habana"
una profesión, y que me conocen, han pasado frente a mí saludándome
con mucho disimulo.
Algunas putas novicias (cuyos días en la calle de seguro se pueden
contar con los dedos de una mano) se me han acercado y, cuando les he dicho que
soy un habitante de la Habana Vieja han huido de mi lado espantadas.
Cada cinco minutos ha pasado frente a mí un policía palestino
que, al ver mis canas, ha continuado su recorrido. Del otro lado del gigantesco
monumento he podido ver al habitual grupo de locos hablando de béisbol mañana,
tarde y noche.
Entonces, a las 12 del día, rodeado de algunos extranjeros ante los
cuales he sentido deseos de "andar La Habana" con la esperanza de
conseguir dólares, he visto bajo la infernal luz solar la mano y cabeza
marmórea de José Martí volverse hacia mí y, en mi
delirio, he visto cómo el índice de esa mano me señala y a
través de las cuencas de su pétrea mirada me dice: "¡estúpido!"
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
Internet. CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza
la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como
fuente. |