Gina Montaner. 2 de abril de 2001.
El Nuevo Herald
Madrid -- Habría preferido no volver a tocar el tema. Por aquello de,
finalmente, dejar el muerto en paz. No debe ser bueno sacudir a las almas en
pena, y Reinaldo Arenas, por la amargura que arrastró, seguro que es uno
de esos espíritus que vagan errantes con el sobresalto en el pecho. El
inesperado éxito de Antes que anochezca, la película basada en sus
memorias, ha servido a más de uno como oportunidad para minimizar la épica
del disidente frente a las miserias del hombre de carne y hueso.
Por diferentes motivos me siento obligada a echarle un cable a Reinaldo, allá
donde quiera que habite su esencia. Primero, Javier Bardem, el magnífico
actor que ha encarnado al escritor cubano en el filme de Julian Schnabel, ha
dicho más de una sandez en la antesala del Oscar al mejor actor, galardón
que merecía y no consiguió: que la película no pretende ser
un alegato anticastrista, sino una denuncia universal contra cualquier
dictadura. Que si bien no viviría en Cuba, tampoco lo haría en
Estados Unidos, país capitalista que ahoga a la isla por medio del
embargo. Incluso, llegó a afirmar que, de ganar la codiciada estatuilla,
pediría el fin del embargo y el envío de medicinas a Cuba. Me temo
que habríamos presenciado por primera vez en la historia de los Oscar la
irrupción de un fantasma hecho una furia, negándose a que usen su
vida a favor de algo contra lo que luchó incansablemente en el exilio. Si
Bardem, respetando los deseos del personaje que le ha dado fama mundial --y
viceversa--, abogara por un plebiscito en Cuba, Arenas le habría lanzado
coquetos besos desde el más allá, pues en sus últimos años
dedicó un gran esfuerzo a esa tarea.
Cuando aún no me he repuesto de la mala impresión que me causa
el empeño de Bardem en no querer ser identificado con un posible
``panfleto'' anticastrista que podría condenarlo al ostracismo en los círculos
de la progresía, el escritor cubano Eliseo Alberto publica en El País
Semanal un artículo titulado El amanecer de Reinaldo Arenas en el que nos
advierte que, si bien fue un perseguido, también era un mal tipo,
retorcido y maldicente. El hijo del poeta Eliseo Diego no revela nada que Arenas
no haya mostrado sobre sí mismo en sus descarnadas memorias. Alberto se
queja de que Reinaldo tratara con dureza a su padre en Antes que anochezca. Pero
poco de lo que pueda haber dicho Arenas contra Eliseo Diego es comparable al daño
que el propio Alberto infligió a su progenitor cuando accedió a
dar informes sobre éste a la Seguridad del Estado.
Ah, es cierto. Reinaldo Arenas respondía al cliché de la loca
malvada. Pero no creo que ni uno solo de sus superficiales comentarios
envenenados fuera más devastador que el hijo que traiciona al padre y
unos años más tarde lo cuenta aliviado en unas blandas y
autocomplacientes memorias tituladas Informe contra mí mismo. Sabemos del
disgusto de la familia Diego ante el mal agradecido de Arenas. Pero desconocemos
la dimensión del dolor del padre poeta cuando supo que había
engendrado a un informante. Resulta escandaloso que un tipo como Eliseo Alberto,
cuya vida, tal y como reconoce con impudor, es la radiografía de un pusilánime
que siempre se apartó de quienes estaban en apuros durante los años
terribles de la revolución (su propio padre, Reinaldo o el periodista
Jorge Dávila), venga ahora a pontificar sobre los defectos de un escritor
que, a diferencia de él, superó el miedo antes que rendirse a la
servidumbre de una dictadura cuyo principal propósito es doblegar y
envilecer al hombre. Como mejor está Alberto es publicando novelas light
que no le impiden entrar y salir de Cuba ni perder los favores de su buen amigo
y mentor García Márquez.
Por increíble que parezca, debe haber justicia en el mundo porque,
cuando ya estaba convencida de que nadie partiría una lanza por Arenas
frente a una campaña que pretende eclipsar la denuncia política
con supuestas puntualizaciones sobre la ``verdadera'' personalidad del autor
holguinero, aparece en El País del pasado 28 de marzo un esclarecedor y
valiente artículo titulado La destrucción del hombre, de Antonio
Elorza, catedrático de pensamiento político de la Universidad
Complutense, en el que manifiesta asombro por la necedad de Eliseo Alberto.
Elorza añade que la exhibición de la película ha provocado
que ``el pulpo castrista despliegue todos sus tentáculos para anular el
posible impacto político de Antes que anochezca...'' Puntualiza que el
libro de Arenas es un grito de acusación lúcido y desesperado al
mismo tiempo, por lo que ``...el mínimo respeto a un autor consiste en
protestar si es necesario, y parece que lo es, contra todo intento de desviar la
cuestión hacia los aspectos de forma, por no hablar de los problemas de
carácter, si era tímido, viperino, hipocondriaco o colérico.''
Ante la posibilidad de que Bardem hubiera dedicado su victoria al fin del
embargo, el politólogo concluye: ``En homenaje a Reinaldo Arenas, ¿no
sería mejor pedir además y en primer lugar la libertad para los
cubanos?''.
En medio de tanta gente de espina dorsal blanda, de aquí y allá,
dispuesta a minimizar los efectos devastadores de una dictadura que ha minado la
dignidad del pueblo cubano, consuela leer a unos pocos como Antonio Elorza.
Consuela recordar a Arenas, malo como un dolor, pero entero y revirado a la hora
en que se miden los hombres. Hay jardines malditos en los que sí pastan
los héroes. Mal que les pese a algunos.
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