Una batalla
desigual
Tania Díaz Castro
LA HABANA, abril- Entre un gobierno que lucha por el mantenimiento de su
poder y puñados de cubanos que desde dentro de la Isla se empeñan
para que se respeten los derechos humanos, ayudados, claro está, por
todos los cubanos dignos que viven exiliados en diferentes países, existe
una batalla desigual. El señor Pérez Roque, ministro de la
administración Castro, tiene posibilidades de ofrecer un discurso en el
57 período de sesiones de la
Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y los que
quedamos en Cuba, que hemos sido violados en nuestros derechos más de una
vez, no tenemos ninguna posibilidad de usar esa tribuna. Se trata, sin duda
alguna, de una batalla desigual, pero a la larga o a la corta la justicia nos
dará la victoria.
Recuerdo como si fuera hoy al entonces mayor Pichardo, mi verdugo durante
largos meses de encierro en las bóvedas del cuartel de la Seguridad del
Estado cubano, vocero en ese centro del jefe de Estado Fidel Castro, cuando me
repetía que se estaba analizando esta problemática de los derechos
humanos a altas instancias del gobierno y que muy pronto veríamos
resultados satisfactorios al respecto.
En efecto, ya en 1990 había desaparecido el remanente de los
prisioneros políticos históricos y plantados que en aquel momento
eran varios cientos de hombres prematuramente envejecidos, al estilo del francés
Dreyfus, sólo por querer ver libre a su pueblo.
También puede decirse que ha disminuido, a partir de esa fecha, la
represión a la población y a los activistas de los derechos
humanos, que se eliminó como delito político la salida ilegal del
país y algunos otros aspectos sin mucha importancia.
Conclusión, prácticamente terminó la impunidad del
gobierno de Fidel Castro, ya no tan atrevido, como es obvio.
Pero los derechos de la población cubana siguen violándose
sistemáticamente por el régimen, de acuerdo a las características
de sus leyes y sistema económico.
El empecinamiento gubernamental de que un solo partido figure a la hora de
elegir un nuevo mandato viola el derecho que tiene toda sociedad contemporánea.
Se escuda el gobierno cubano en que "un pequeño grupo de ricos y
poderosos países quieren imponer un mundo cada vez menos democrático",
mientras que el pequeño grupo de hombres que representan a ese gobierno
cubano, bien comidos y bien vestidos, con todos los privilegios que ofrece el
poder, impone al pueblo una vida miserable, prueba fehaciente de la ineficacia
de la administración Castro.
El gobierno cubano pide tolerancia en cuanto a diversos modelos de
ordenamiento civil y político, pero no ha tolerado jamás la
disidencia interna, por muy pacífica que ésta sea, y mucho menos a
los periodistas independientes, difamados constantemente en la prensa
oficialista.
El gobierno cubano pide tolerancia en las sesiones de la Comisión de
derechos Humanos de las Naciones Unidas para su sistema político, sin
tener en cuenta a su pueblo, muerto en vida, a sus obreros, cuya reputación
e imagen jamás se vio tan mancillada como en estos tiempos, a sus presos,
muchos de los cuales, pese a saber ganarse la vida honradamente, se han visto
obligados a delinquir.
El mundo entero sabe que Cuba no es libre. También sabe que algún
día lo será, como lo serán el Tibet, Corea, China.
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