Ariel Hidalgo. El Nuevo
Herald, agosto 28, 2001.
Es indudable que en Miami hay gente experta en harakiris, una práctica
ritual suicida del Japón antiguo, aunque se trata de un tipo de harakiri
diferente, de imagen pública, de desprestigio, de autoinfamia, ¿y
por qué no?, hasta de apoyo a quien dicen combatir: porque según
se cree, ese archiodiado adversario invierte millones en propaganda contra sus
opositores de Miami para demostrar que son "mafiosos'', bárbaros,
rabiosos fanáticos, cuando en verdad no necesita gastar un centavo ya que
sus propios enemigos le ayudan a ahorrárselo. ¿Cómo? Pues
presentándose ante la opinión pública mundial justamente
como su enemigo dice que son. Es patético y hasta impresionante ver cómo
ciertas gentes se meten alegremente en una cloaca y se hunden hasta desaparecer
entre excrementos.
Y esto ha ocurrido con la partida de los Grammy --otra vez-- a Los Angeles.
No se trata de discutir el derecho a protestar públicamente contra algo
con lo que se discrepe, sino en el empeño mismo de realizar dicha
protesta por parte de gente con un largo antecedente de lamentables experiencias
similares, como los sombrillazos y escupitajos contra los asistentes al
concierto del pianista Rubalcaba porque éste era, supuestamente, un
enviado de Castro --en realidad se quedó a vivir en Estados Unidos--;
como los garrotazos contra un grupo de manifestantes gays que protestaban pacíficamente
con flores en las manos por la campaña de una emisora radial en repudio a
la vedette cubana Rosita Fornés, campaña que como se sabe culminó
con un acto terrorista en el centro donde se anunciaba su presentación;
como las pedradas y botellazos lanzados por manifestantes contra los asistentes
al espectáculo del grupo musical cubano Los Van Van, justamente en el
Miami Arena, una de cuyas víctimas, el director de la Agencia EFE en
Miami, apareció en los noticieros de muchos países con la cabeza
sangrando.
Y ahora quieren que les crean cuando dicen que los actos contra los Grammy
iban a ser pacíficos. Estos excesos, dicen, son perpetrados por "agentes
castristas infiltrados''. Pero lo curioso es que en ninguna de estas protestas
los supuestos agentes fueran reprendidos y expulsados por el resto de los
manifestantes, sino por el contrario, secundados por ellos con su violencia
verbal.
Es entonces comprensible que los directores de los Grammy dijeran: "¡No!
ni una sola piedra, ni un solo botellazo!'', y decidieran no correr el riesgo.
No podían correrlo con miles de invitados, artistas y auspiciadores de
gran número de países, periodistas de todas partes y más de
cien millones de espectadores de todo el mundo, cuando se sabe que una parte
importante de los actos debía desarrollarse, como en otros lugares, en
las afueras del edificio con el recibimiento de las estrellas, entre limosinas,
alfombras rojas y cientos de admiradores y periodistas.
Tal vez, después de todo, les hicieron un gran favor a los
manifestantes al retirarse, porque, de no hacerlo, el desastre de imagen habría
sido devastador, lo cual no significa que la retirada no haya sido para ellos
una victoria pírrica que hoy celebran, como reses que marchan alegres al
matadero.
Pero no menos desastroso, sin embargo, ha sido el efecto de esa partida para
las diversas comunidades del condado, de lo que no escapa ni siquiera la
comunidad cubana, sobre todo en cuanto a profundizar la grieta ya de por sí
honda en el llamado exilio histórico. Se verá esto como un serio
atentado contra la economía, la cultura y sobre todo la imagen de una
ciudad que, un día delirante, soñó con ser nada menos que
la capital misma de las Américas.
Peor aún es el mensaje enviado a Cuba, en un pueblo harto de turbas y
actos de repudio, actos en este caso a realizarse --incomprensiblemente para
ellos-- contra simples artistas de la isla, que si han merecido nominaciones de
Grammy es porque ese mismo pueblo los ha admirado y aplaudido, sin lo cual no
hubieran sido conocidos en el exterior. Y el gobierno cubano no dejará de
sacar partido a esto diciéndole: "Los Grammy se fueron huyendo de
los terroristas y fanáticos de Miami. Esa es la gente que dice querer
traer la libertad y la democracia a Cuba''.
Y el pueblo razonará: si en tantas ocasiones han repudiado a artistas
como Omara Portuondo por supuestas veleidades castristas, o porque se creen que
alguna vez alguien como Rosita Fornés fue miliciana, o porque el otro no
ha criticado al gobierno, etc., etc., ¿qué no harán contra
todo el que alguna vez apoyó a ese régimen --es decir, a casi todo
ese pueblo-- ya sea por convicción o por necesidad de supervivencia? ¿Qué
harán con nosotros --pensarán, incluso, los posibles reformistas
del futuro, hoy militantes del partido gubernamental-- si por lamentable
infortunio del destino esa gente llegara en día infausto detrás de
los tanques americanos, como horda rezumando todo ese odio y resentimiento, para
imponer sus desiguales reglas de juego, sus medidas de Procusto?
¡Dios nos coja confesados!
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