Vivir en
zafarrancho de combate
Tania Díaz Castro, UPECI
LA HABANA, agosto - Por suerte, en la mentalidad del cubano no ha influido
la cultura belicista del régimen de Fidel Castro. Aunque hayamos vivido más
de cuarenta y dos años en zafarrancho de combate, en espera del fantasma
de la guerra y en medio de llamados para guerras ajenas, el cubano es amante del
hogar, fiestero, enamorado y pacífico.
Después de las dos guerras de independencia libradas en el siglo XIX
contra la metrópoli española, el cubano decidió vivir en
paz y pese a gobiernos nefastos jamás hubo guerra civil. Las revueltas
políticas que se conocen fueron organizadas por grupúsculos y
nunca con la participación masiva del pueblo.
Tampoco Cuba intervino con el envío de hombres a la Primera Guerra
Mundial. Cuenta la historia que el servicio militar creado con vistas a cooperar
en la Primera Guerra jamás fue aceptado con beneplácito por el
pueblo, catalogándose como "un relajo" según la prensa
de la época.
Pero a partir de 1959, fecha que da inicio al régimen de Castro, un
segmento de la población cubana se ha visto involucrado en maniobras de
combate, entrenamientos prolongados, ya sea en el ejército como en el
servicio obligatorio, de donde se han fugado cientos de miles de jóvenes
a lo largo de todos estos años. Con el fin de que los hijos menores no
ingresaran a este servicio, los padres cubanos apelaron a certificaciones médicas
falsas.
Sin embargo, para mantener el trabajo, lograr una vivienda o realizar un
viaje al extranjero, muchos cubanos se han visto precisados a cavar una
trinchera, a caminar cuarenta kilómetros o se les ha escapado un tiro por
la culata.
Sin lugar a dudas, Cuba ha sido a lo largo de cuatro décadas uno de
los países mejor y más armados no obstante su tamaño geográfico
y su reducida población. A todo lo largo y ancho de la isla, en vez de
desarrollo industrial, agrícola y modernización, fueron creadas
unidades de tanques, infantería mecanizada, tropas especiales, artillería,
unidades aéreas de cazas y helicópteros, de defensa antiaérea
y de aseguramiento combativo, las milicias de tropas territoriales, se han
construido miles de refugios subterráneos en pueblos y ciudades,
trincheras en el campo, todos esto con el fin de repeler a un enemigo que jamás
hizo planes concretos para agredir.
Además, el régimen ha hecho todo lo posible para convertir a
ese mismo segmento de la población en espías a través de
los Comités de Defensa de la Revolución, para vigilar y controlar
al resto de los ciudadanos.
En medio de todo este panorama aterrador, recordamos las visitas a nuestras
casas de ciertos funcionarios políticos que, cumpliendo órdenes
militares, nos hacían llenar una planilla donde se notificaba que en caso
de guerra seríamos trasladados a otra provincia del país. Fueron
muchos los que se negaron y preferían que las bombas cayeran sobre el
techo de sus viviendas.
En mi caso, por ejemplo, pregunté si mis hijos y yo podíamos
llevar a nuestros dos perros satos. "Por supuesto que no", respondió
aquel señor, sorprendido. Claro que sabíamos que no nos caerían
encima las bombas. La idea de la guerra estaba en las mentes de los dirigentes
políticos del país, para colmo militares, y los Estados Unidos era
el enemigo que necesitaban.
Aún hoy nos preguntamos qué propósitos ocultaba aquella
disposición de enviar lejos de la capital a familias radicadas en sus
municipios. Mis hijos y yo, por ejemplo, teníamos como destino una zona
tan recóndita de Pinar del Río que no le recuerdo el nombre.
Pero la historia guerrerista del régimen de Castro no termina aquí.
En las nombradas "misiones internacionalistas" Cuba ha perdido miles
de sus hijos y hoy no podríamos decir, de acuerdo al nivel alcanzado por
las tropas cubanas, si éstas han tenido el éxito esperado.
Pero de lo que sí no hay duda es de que el régimen castrista
se ha quedado con las ganas de ver a los cubanos luchar cuerpo a cuerpo con los
marines norteamericanos, a pesar del ejemplo catastrófico de Granada,
donde los militares cubanos allí presentes pusieron pies en polvorosa y
todavía hoy los tenis cubanos se conocen con el nombre de Tortoló,
jefe de aquella misión militar.
Ya por último confieso que a finales de 1963 había regalado mi
traje de miliciana y en 1961 había renunciado a la escuela militar "Lidia
Doce", donde sólo permanecí menos de un mes. Preferí
la poesía, y con ella mi corazón ha vivido en paz.
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