Enrique Patterson, agosto 27, 2001.
El Nuevo Herald
El cisma que sufre la Fundación Nacional Cubano Americana tiene menos
importancia que el modo en que algunos de sus protagonistas lo asimilan. Todo
movimiento político está llamado a reinventarse. Primero, debido a
las expectativas incumplidas y a la necesidad de restructurar la imagen;
segundo, la experiencia indica que --una ley no escrita-- todo movimiento político
medianamente democrático necesita reinventarse cuando desaparece su líder
y fundador, sobre todo si se trata de una figura carismática, o perece.
No obstante, el doble carácter de la organización más
influyente del exilio cubano porta los fundamentos de la actual fractura.
Hacia Estados Unidos la Fundación es una organización de
cabildeo que aboga por políticas de reforzamiento del embargo al régimen
cubano; pero, hacia Cuba, se comporta como un protopartido (posiblemente la
futura derecha cubana) que propone un proyecto político económico
para la isla. El primer aspecto --hacia EU-- es jurídico; el segundo
--hacia Cuba-- de facto. El primero la obliga a atenerse a la letra escrita de
la institución, el segundo --como en todo movimiento político--,
al cambio.
La fractura que hoy presenciamos se debe a esta dualidad: un grupo se siente
más apegado al discurso y los métodos de un cabildeo proembargo
como la estrategia fundamental para el derrocamiento del castrismo, mientras que
el otro desea, también, hacer hincapié en la política de
una transición en función de las fuerzas internas. Tales cambios
hacen a los "disidentes'' hablar de traición a los principios, de
decisiones antidemocráticas. El argumento del abandono de los "principios''
sería razonable desde la perspectiva de la exclusividad del cabildeo como
el arma letal de la organización, no así desde la de un movimiento
político mientras éste no renuncie al establecimiento de un régimen
democrático en Cuba. En cuanto al señalamiento de prácticas
antidemocráticas, de ser ciertas, no son nuevas. Además, tampoco
es democrático no saber estar en minoría.
Hay más razones para el cambio. La organización ha tenido éxito
en su propósito de influenciar la política norteamericana hacia
Cuba, a la vez que una deficiente imagen pública a causa de las prácticas
antidemocráticas de cara al resto de la comunidad y la sociedad. El
cambio de actitud, al margen de la existencia de un nuevo liderazgo, se hace
comprensible. El apoyo a los Grammy iba en la dirección de una corrección
de la imagen. Además de afectar la economía del área,
oponerse por la presencia de artistas de la isla no afectó a Castro a la
vez que generó un conflicto innecesario con aquellos que deseaban ver la
actuación de los artistas, o quienes consideran que la negativa violó
la libertad de expresión y el derecho de cada ciudadano a escuchar lo que
desee.
La Fundación también ha sido percibida --con razón o
por la participación de algunos de sus miembros-- como un factor en las
luchas por el control del poder en la política local por motivos económicos:
por ejemplo, oposición a que una destacada funcionaria afroamericana,
Cynthia Curry, fuera nombrada administradora del condado, y el respaldo a
Armando Vidal. Todos sabemos lo que ocurrió después, incluido el
affaire de los "baches de oro''. El resultado de esa política ha
sido una creciente tensión con la comunidad afroamericana. Pareciera que
esto no tiene que ver con la política cubana; sin embargo, está íntimamente
relacionado. Crea el caldo de cultivo favorable al cabildeo de Castro entre los
líderes afroamericanos, y permite que éstos se desquiten apoyando
al castrismo, el punto del dolor del exilio cubano. Ello explica el
contrasentido de apoyar el embargo al antiguo régimen sudafricano y a la
dictadura haitiana y favorecer el levantamiento del embargo a Castro.
Si la política norteamericana hacia Cuba es un problema de política
interior, la actitud del liderazgo afroamericano hacia Castro tiene sus raíces,
además de la campaña castrista al respecto, en la política
local. El último episodio de este desastre de relaciones públicas
fue el caso Elián. Después de ganar la batalla, al obligar al régimen
de La Habana a enviar al padre del niño a recogerlo, se perdió la
oportunidad de actuar civilizadamente y con altura con sólo decirle al
padre: aquí está su hijo, se lo hemos cuidado, ahora le toca a
usted decidir el resto. Ese gesto, que hubiera recorrido las primeras planas de
la prensa mundial, hubiera hecho lucir a Castro como lo que es al no propiciar
que, desde el primer momento, el padre viniera a recoger a su hijo.
Los cambios, se hayan hecho democráticamente o no, aparecen como una
necesidad. Sólo el tiempo dirá si la Fundación recorrerá
exitosamente el trecho para constituirse en la derecha democrática
cubana. Sería deseable. Una democracia no puede existir sin opciones políticas
definidas. La derecha democrática es una de ellas.
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