La visita
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, agosto - Un amigo de la infancia decidió hacerme la
visita. Desde hace 30 años no lo veía. El error en este caso
consistió en que tocó a la puerta de mi habitación a la
1:30 a.m. No creo que éstas sean horas de hacer una visita; especialmente
si ha transcurrido tanto tiempo y uno sólo ve en el "amigo" a
un extraño. Antes de darme tiempo a reaccionar me espetó a la
cara:
- ¡Quiero ser escritor!
- ¿Y yo que culpa tengo? -respondí en defensa propia.
- Podrías ayudarme -continuó diciendo. Desde que estás
en el periodismo independiente picheas y bateas mejor que antes. Y me han dicho
que viniera a verte.
Primero lo miré con atención para descubrir si se trataba de
una broma. Después lo dejé pasar a mi habitación y le ofrecí,
como asiento, una caja vacía de madera donde antes venían las
latas de leche condensada que Cuba recibía de la URSS.
- Sólo poseo este sillón -dije, señalando para el único
sillón que tengo en el pequeño espacio de mi sala- y es para mi
uso personal.
Casualmente había colado café y le ofrecí un trago en
una lata de leche condensada vacía.
- Las condiciones en que vives son horribles -dijo, mientras sus ojos
inspeccionaban, de un lado al otro, mi sucia habitación.
No le respondí. Me limité a re-encender mi mocho de tabaco y,
a través de las bocanadas de humo, observar con más detenimiento
al cabrón.
- Sabrás que en estos momentos Cuba tiene que convertirse en una
potencia cultural -dijo él con autoridad. Estamos desarrollando una nueva
estrategia de guerra: la batalla de las ideas.
- ¿Y a mí qué? -le respondí.
- A mí tampoco me importa. Pero son órdenes.
- Yo no recibo ordenes de nadie -dije.
- ¿Estás seguro?
- ¿A qué te refieres? -pregunté.
- A que tú no recibes órdenes de nadie.
Era indudable que el objetivo del cabrón era zarandearme sicológicamente.Ya
había cometido el primer error cuando me dijo que quería ser
escritor. Así que deduje que era un enviado y debía cambiar la
estrategia.
- Quizás pueda ayudarte -le dije.
- Me alegro que comprendas.
- ¿Viniste preparado? -le pregunté. El cabrón me miró
sin saber a qué me refería.
- Si pretendes ser escritor tienes que venir preparado. Los preparativos
para convertirte en un escritor tienen relación con la plomería. ¿Has
trabajado de plomero alguna vez?
El cabrón no me comprendía.
- Sí.
- Eso facilita los primeros pasos.
- ¿Qué relación tiene la plomería con la
escritura? -preguntó.
- El mundo interior -dije. La fabricación de palabras depende de unos
intestinos limpios. Para escribir bien hay que tener el alma limpia.
Me excusé y levantándome del sillón pasé a la
otra habitación y al regresar traía en la mano un tanque de
porcelana habilitado para contener dos litros de agua. También traía
una manguera de goma y una perilla anal.
El cabrón me miró asustado. Seguramente la imagen que le ofrecí
fue la de un torturador.
- ¿Qué significa esto?
- Un secreto del oficio.
- No comprendo.
- Ya comprenderás.
Ramón Díaz Marzo es el autor de "Cartas a Leandro",
una novela testimonial que CubaNet prepara para su próxima publicación.
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