CUBANET... INTERNACIONAL

Agosto 22, 2001


Constitución de la República de Cuba - 1940


Carbonell y la Constitución de 1940 /José Manuel

José Manuel Hernández. Profesor emérito de Georgetown University. El Nuevo Herald. Agosto 23, 2001.

Esta tarde tendrá lugar en el salón Botifoll del Koubek Center la presentación del último libro de Néstor Carbonell Cortina. En esta oportunidad, se trata de un estudio sobre los grandes debates de la Asamblea Constituyente de 1940. Doy por descontado que será recibido con plácemes. No sólo por el talento y el bagaje cultural del autor, que son bien conocidos, sino porque el tema siempre ha sido grato para el exilio.

Son pocos los cubanos, en efecto, que no reaccionan positivamente cuando se les menciona la Constitución de 1940. No sé si están al tanto de que, en su edición de 1958, la Enciclopedia Británica declaró taxativamente que el régimen de seguridad social que en ella se establece "es de los más avanzados del mundo''. Ni siquiera los que escriben en la isla irredenta bajo la insomne pupila de los cancerberos castristas se atreven a cuestionar el carácter progresista de la ya añosa carta fundamental.

Un sentimiento de aprobación tan generalizado demanda una explicación. Porque yo he asistido a cónclaves de jurisconsultos en los que se han señalado, uno a uno, los numerosos defectos técnicos de que adolece el texto constitucional. Y he leído crónicas de la época en que tuvieron lugar los debates en las que se habla con gran desenfado de pactos políticos poco edificantes, encontronazos verbales de tono callejero entre los miembros de la Asamblea, y una vergonzosa disputa por la posesión de una vacante senatorial en Las Villas.

La premura con que tuvo que ser completada la Carta también creó problemas. A la convención constituyente se le fijó un término de tres meses para llevar a cabo su cometido, y antes de que Carlos Márquez Sterling, uno de los políticos más prometedores del momento, asumiera su presidencia, había avanzado muy poco. Se cuenta que los diecisiete días que precedieron a la clausura oficial fueron de una tensión increíble. Los delegados sesionaron de la madrugada a la noche, y en su prisa por cumplir su mandato a tiempo aprobaron títulos enteros casi sin discusión, tal y como los había redactado la comisión coordinadora. De los 286 artículos de la Constitución, 236 fueron aprobados durante ese breve periodo.

Como resultado, hubo omisiones lamentables; se incluyeron preceptos contradictorios en el texto y se insertaron otros inaplicables en la práctica. Por una parte, los delegados fueron excesivamente minuciosos, descendiendo a detalles impropios de una Carta Magna; por otra parte, hicieron depender la vigencia efectiva de demasiadas normas de la promulgación de leyes complementarias por el Congreso de la república. También se aceptaron secciones que constituían frenos al desarrollo económico del país.

Los hombres responsables de estas deficiencias estaban conscientes de lo que habían hecho. "Esta constitución que acaba de promulgarse'', dijo Márquez Sterling en un discurso que pronunció con este motivo, "no es una obra perfecta''. Pero añadió a renglón seguido: "Responde a un estado de derecho''. Aludía con esto el presidente de la Asamblea al hecho de que el propósito fundamental que se había perseguido al redactar la Constitución había sido liquidar la dictadura militar de Fulgencio Batista e implantar en su lugar un régimen democrático. Y eso se había logrado.

¿Qué importaban, pues, defectos que podían ser subsanados posteriormente mediante reformas constitucionales o las interpretaciones de los tribunales? Lo que importaba era que desde el mismo día de la inauguración de la Constituyente, los delegados habían podido expresarse con entera libertad y el público de las tribunas había podido pronunciarse contra el presidente de la república y el jefe del ejército como quiso. En ningún momento el gobierno había intentado desconocer la soberanía de la Asamblea ni interrumpir o entorpecer el proceso democrático; ni había habido otra bandera que la enseña nacional ondeando sobre el Capitolio mientras los representantes del pueblo ventilaban sus diferencias políticas e ideológicas. Esta vez no había habido Enmienda Platt.

¿Empezamos a vislumbrar ya por qué la Constitución de 1940 es el documento político más importante de la historia de la Cuba republicana? Al ser firmado en Guáimaro --donde se adoptó la Constitución de la primera república en armas-- el delegado liberal Rafael Guas Inclán dijo que la nueva carta fundamental duraría mucho o poco, según las circunstancias (duró poco, sólo doce años). Siempre quedará, agregó, "como la fiel reproducción de una época y de la expresión de los anhelos de Cuba en estos momentos''. Y tenía razón el destacado político. La Constitución de 1940 fue la obra de todos los partidos políticos de aquellos tiempos y de todas las agrupaciones y asociaciones que comparecieron ante los diversos comités a manifestar sus aspiraciones, y en ello radica su relevancia y valor histórico.

Néstor Carbonell ha hecho bien en dar a la publicidad su libro. Fortalecerá, sin duda, el aprecio que muchos sienten por la Constitución de 1940. Pero, sobre todo, ayudará a que se comprenda que lo que brilla en su articulado no es tanto su perfección técnicojurídica o lo avanzado de la doctrina que los inspira sino el reflejo de la voluntad mayoritaria del pueblo de Cuba manifestada a través de representantes que supieron conciliar sus opiniones y concluir un nuevo pacto socialdemocrático. Es cierto que apenas el 57 por ciento del censo electoral concurrió a las urnas para elegir a los constituyentistas. Pero es preciso también recordar que en toda la historia de Cuba republicana la oposición derrotó al gobierno solamente en dos contiendas electorales: la que elevó a Ramón Grau San Martín a la presidencia y la que eligió a los delegados a la Asamblea Constituyente de 1940.

Conviene tener todo esto presente el día que haya que dotar a una Cuba democrática de una base legal durante un período de transición.

© El Nuevo Herald

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