Pedro M. Gonzalez. Publicado el miércoles, 22 de
agosto de 2001 en El Nuevo Herald
Varias veces he visto artículos y cartas provenientes de Cuba en que
se pinta a los que abandonan la isla como "los pobres que se han aislado de
su patria y sus tradiciones''.
Estoy seguro de que para los primeros exiliados, ésos que salieron de
la isla durante los años 60, e incluso los de la generación del
Mariel, ese sentimiento de soledad bien pudo ser posible.
Quienes vivieron la Cuba de los años 40 y 50 la recuerdan con mucho
amor. Muchos aún sueñan con regresar a la isla el día en
que desaparezca la dictadura de Castro. Desgraciadamente, esa Cuba que ellos
recuerdan ya no existe, ni es posible rehacerla de nuevo como la conocieron.
Sin embargo, el caso de muchos de los que salimos en los 90 es totalmente
diferente.
Si los primeros exiliados vivieron gran parte de su vida felices en Cuba, ésa
no fue la situación de muchos de nosotros. En el caso de mi generación,
nacimos con el comunismo ya entronizado, por lo que nunca llegamos a conocer las
bondades de una economía libre.
Si los primeros exiliados recuerdan el clima de Cuba como una maravilla, a
muchos de nosotros siempre nos pareció horrible por lo caluroso y húmedo,
especialmente sin los beneficios del aire acondicionado.
Si a ellos les gusta la música cubana tradicional, a muchos de
nosotros nos gusta la música americana, ésa que el gobierno no
quería que escucháramos.
A ellos posiblemente les gusta la arquitectura que predomina en la isla, con
sus construcciones amontonadas unas sobre otras, al estilo español. A
nosotros nos molestaba.
Para qué negarlo, de jóvenes muchas veces incluso nos
preguntamos cómo era posible que Inglaterra, después de haber
tomado La Habana, le hubiese cambiado las provincias occidentales a España
por la Florida. Siendo Castro oriental, siempre pensamos que su revolución
se hubiera quedado de ese lado de la isla.
Por supuesto, cuando uso la palabra nosotros no intento representar a todos
los que hoy tenemos entre 35 y 45 años, y posiblemente ni siquiera seamos
la mayoría de los exiliados de ese grupo de edad los que pensemos así,
pero sí estoy seguro de que somos bastantes.
La verdad es que, aquí en Miami, no nos sentimos solos ni aislados.
Cuando hace unas semanas fui a ver un concierto de Deep Purple junto a un
grupo de amigos de los que siempre gustamos del rock, nos encontramos con que
media Bauta (de nuestra generación) estaba en el concierto. Allí
nos pusimos a conversar sobre los pocos amigos y conocidos, realmente son pocos,
que no han podido salir de Cuba, no porque no hayan querido, sino porque no han
podido, y cuánto darían por poder asistir a un concierto en Miami.
Hace unas semanas mi esposa me regaló una mesa de ping-pong, deporte
que en mi juventud practiqué en Cuba. Enseguida comencé a
contactar a viejos jugadores y ahora practicamos en la casa como mismo lo hacíamos
en la sociedad de Bauta. Aquí están muchos de los que jugaban
conmigo, y si estuviera en Cuba no tendría ni la mesa, ni a esos amigos
para jugar.
Cualquiera que lea esto en Cuba pensaría que por estar en Estados
Unidos y ser persona que gusta del rock y la música americana en general,
soy de los pocos que me siento bien. Nada más lejos de la realidad.
Aquí en Miami la música cubana y la latina en general gozan de
muy buena salud, y se las puede escuchar en muchas estaciones de radio, con toda
seguridad en más estaciones que en la isla. Quienes gustan de la televisión
en español tienen bastante de donde escoger, ciertamente más que
en Cuba, donde los dos únicos canales son propiedad del gobierno y
solamente transmiten unas pocas horas cada día. Es más, se conoce
de personas que en la isla se ganan la vida rentando los programas de Cristina y
de Don Francisco, que la mayoría de la población desea ver y que
el gobierno no transmite por temor a la contaminación ideológica.
En fin, que Dios hizo que Cuba fuera una isla, y la dictadura de Castro, en
medio de un proceso mundial de globalización, hace todo lo posible para
que así se mantenga. Por tanto, los aislados no somos nosotros, sino los
que se han quedado.
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