Los
Habaneceres de Luis Leonel León
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, agosto - La gran tradición del documental cubano está
de fiesta aunque la prensa oficiosa isleña guarde silencio. El motivo es
la joya fílmica de apenas veinte minutos de duración debida al
talento de su realizador, quien con semejante obra se acaba de graduar en el
Instituto Superior de Arte de La Habana. Cuentan que el día en que
presentó su documental -tesis de grado- un silencio mortal se deshizo en
aplausos, mientras algunos se acercaban al creador lágrimas a la altura
de las mejillas.
Habaneceres, de Luis Leonel León, acaba de tener su estreno en una
sala cinematográfica de la capital, donde el cantautor Gerardo Alfonso
tiene una peña semanal de cine y de música. Alfonso dice, en una
de sus canciones, que su talento se vende en las tribunas -¿de Fidel
Castro?- como mercancía para despachar. Tal vez, una expresión
definitoria del llamado arte en la frontera que busca colocar sus mensajes críticos,
o disidentes, en los medios de comunicación social bajo el control del
poder en Cuba.
Habaneceres es la obra de un habanero de pura cepa, hijo del municipio
Arroyo Naranjo, quien expresa opiniones y sentimientos a través de las
palabras de cuatro coterráneos de conocida ejecutoria; ellos son el
cineasta Fernando Pérez, director de clásicos de los 90 como
Madagascar y La vida es silbar; Carlos Varela, ídolo musical de nuevas
generaciones; el novelista Leonardo Padura y el dramaturgo Alberto Pedro, un
negro que desborda cultura en sus ademanes de guapo de Centro Habana. Difícil
decir qué quedó mejor. Si la fotografía de Habaneceres, la
cual incluye imágenes inéditas para el cubano de a pie de los
sucesos del 5 de agosto de 1994, o las palabras de esos cuatro intelectuales,
llenos de amor por una ciudad que parece vencer con la energía de sus
habitantes al deterioro y la desidia acumulados en cuarenta años. "Nos
conducimos dentro del deterioro como si estuviéramos en París.
Cada uno tiene una ciudad por dentro", afirma Alberto Pedro.
Dueño del in crescendo, Luis Leonel León muestra una Habana
llena de contrastes que en lo profundo de sí misma aprieta los labios y
masculla unas palabras de Ho Chi Min, recordadas por el cineasta Fernando Pérez:
"Nunca el amanecer estuvo más cercano que cuando la noche fue más
oscura". Pero Pérez también concluye que La Habana sólo
podrá volver a ser lo que fue si toma en cuenta a cada uno de sus
ciudadanos. "Ningún sueño colectivo, ninguna utopía se
realiza si no está formada por los anhelos de cada individuo",
observa entre nostalgias, desesperanzas y una voz que, de tan apagada, truena.
Aunque apenas toman unos segundos, las imágenes del 5 de agosto de
1994 -policías al asalto, bien clarito- se complementan con una anécdota
de Carlos Varela. Al otro día de los acontecimientos, en un concierto, "fue
que la gente comenzó a encender mecheros y a lanzar monedas al escenario,
cada vez que canto Monedas al Aire", relata Varela.
Influencias de Santiago Alvarez se aprecian a lo largo de Habaneceres, sobre
todo en la edición y el afortunado empleo de la música. Luis
Leonel León mezcla imágenes de filmes cubanos y tomas en la calle,
donde brilla el genoma de su padre taxista, mientras Los Zafiros cantan a La
Habana, o Bola de Nieve nos ofrece un close up cargado de melancolía, en
tanto que el Chori inunda con su mote las paredes habaneras. Pero es algo muy
distinto de la apología que Alvarez pudo elevar a la categoría de
arte, con la ayuda de la utopía. Luis Leonel León bebió de
las fuentes, pero abrió cauces para el manantial. Ahora, el piano de Bola
de Nieve se coloca a las espaldas del llamado de Leonardo Padura: "No se
puede esperar un día más para dar el paso hacia el futuro de una
Habana posible, humana, habitable. Una Habana que vuelva a tener esos lugares
que son referentes para las personas que quieren a esta ciudad".
El sueño de La Habana, así, se expresa en Habaneceres como
mirada al futuro con pupila de tradiciones, de vuelta aunque traten de
asesinarlas. "Que pase lo que pase no vayan a tumbar edificios que no he
visto en otras ciudades", dice Carlos Varela. Le escuchan unas imágenes
de La vida es silbar: decenas de habaneros, de pie en las azoteas, sus brazos
cual si hubiesen sido crucificados. Pero el amanecer avisa: están listos
para resucitar.
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