El pregón
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, agosto - En Cuba hacía mucho tiempo no se oían
pregones. Digo, pregones comerciales, porque pregones políticos nunca han
faltado. Nada se ha anunciado más en el país que las bondades de
la revolución, del socialismo. Si fuera verdad aquello de que lo que no
se exhibe no se vende, la revolución cubana nos hubiera hecho
millonarios, porque ¡miren que se ha anunciado y exhibido! Los gastos en
propaganda de la revolución deben ser más grandes que los de la
Coca-Cola, pero seguimos solitos en América. ¿Qué pasará
que nadie nos la quiere comprar, y eso que la hemos exportado hasta gratis?
Nada, que hay mercancías que no gustan.
Pero el pregón siempre ha ayudado, alguien compra aunque sea una vez,
si no, pregúntenle a Hugo Chávez.
Cuba siempre fue prolífica en pregones. En las calles la gente
anunciaba desde frutas, baratijas, automóviles, hasta cucuruchos de maní.
La prueba de esa realidad comercial es que hasta la música popular bebió
de esa fuente para legarnos pregones inmortales. ¿Quién no recuerda
aquello de: "Caserita, no te acuestes a dormir sin comprarme un cucurucho
de maní?", o aquel otro que ofrecía frutas del Caney.
Sin embargo, con el advenimiento de la revolución la actividad
comercial decreció, decreció, decreció hasta desaparecer y
con ello desaparecieron también los pregones en las calles, los
comerciales en la radio y la televisión, las vallas en las ciudades y
carreteras. En sustitución aparecieron los anuncios de "Todos a la
Plaza", "Todos al Trabajo Productivo", "Todos a la Preparación
Combativa". El comercio se cambió por la política. El negocio
era otro. No ganar dinero sino méritos. Y el pregón era pregonar
la revolución.
Mas, como bien se sabe, toda mercancía se agota, o pasa de moda, o la
competencia la arrincona, y pasó. La década de los noventa fue
crucial. Volvieron las vallas comerciales en las carreteras y ciudades, Radio Taíno
retomó los comerciales, los merolicos comenzaron a vocear por las calles
y en la actualidad el vocerío no deja vivir. Ya no hacen falta muchos méritos
sino mucho dinero, y uno no oye más que: "Coge tu aguacate aquí"
... "Mira ... tostadito" ... "No me dejes ir ... que se te va la
guayaba" ... "Arreglo colchones de muelles" ... "Vaya,
espumaderas". Lástima que en todas las voces haya más
angustia, desesperación por vender, que gracia para atraer a los
clientes.
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