Proyecto
Varela: la intolerancia y el macao
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, agosto - Un viejo refrán cubano que se emplea
cotidianamente para ilustrar la terquedad llevada a extremos de mula, o la
capacidad de algunos para persistir en vicios nacionales como el de la
intolerancia política, es aquel que dice: "Hay que darle candela
como al macao". Con él se alude a la necesidad del fuego
purificatorio, como único medio de erradicar conductas reprobables en la
vida social de la nación, o en asuntos personales.
"Candela, como al macao", habría que dar a la ya clásica
intolerancia política cubana, la cual no sólo se manifiesta en
fundamentalismos criollos al estilo del Palacio de la Revolución, o en
algunas conocidas terquedades miamenses, sino además en el accionar de
grupos disidentes al interior de la isla que el pasado 5 de agosto se dedicaron
nada menos que al "enterramiento" del Proyecto Varela, tras acusarle
de complicidades con el régimen unipartidista isleño por su
intento de lograr cambios políticos dentro del marco legal de la
Constitución de 1976.
Suele ocurrir que la intolerancia es la manifestación externa de la
ignorancia. Quienes así procedieron desconocen el hecho histórico
de una Polonia disidente que por los tiempos del legendario Solidaridad llegó
a los acuerdos de Gdansk sobre la base del reconocimiento a la Constitución
polaca de aquellos tiempos, casi idéntica a la vigente en Cuba, razón
por la cual vale preguntarse qué hay en contra de que personas dentro de
la isla promuevan ideas parecidas aún cuando sea sólo por el
aquello de que todos los caminos conducen a Roma.
Disidencia, en Cuba, ante todo representa un modo de hacer política
que se erige en contra de la unicidad y la ya mencionada intolerancia. Una cosa
es discrepar en fondo y forma con el Proyecto Varela, y otra levantar contra sus
promotores un acto de "enterramiento", en sí mismo la forma
transfigurada de un linchamiento. Tal es el preocupante mensaje enviado por esos
sectores disidentes, si es que por tales conductas merecen llevar ese
calificativo, en país donde la vida misma demuestra que la mayor subversión
tiene un nombre: tolerancia.
No defiendo al Proyecto Varela: encuentro en él carencias
conceptuales y carácter localista, además de que deja las puertas
abiertas a la hipotética posibilidad de consagrar al totalitarismo isleño
por una votación de 51 a 49, como bien apuntó el opositor Rafael
Ernesto Avila. Pero discrepar nunca puede ser el equivalente de condenar. Esa es
la esencia del llamado enterramiento que tuvo lugar el pasado 5 de agosto en la
barriada habanera de Párraga, razón por la que opino y recomiendo
estar bien ojo alerta contra semejante estilo de oponerse a Fidel Castro. Un
estilo muy raro, en verdad, ése de hacer disidencia contra la disidencia,
en nombre de la disidencia.
Bienvenido el debate entre disidentes; enhorabuena que el concepto de unidad
no sea entendido como unicidad; magnífico, para sólo citar un
ejemplo, que entre los periodistas independientes cubanos se haya iniciado un
proceso de agremiación donde no se apuesta a la falsa unidad del
sindicato único, todo lo cual indica la pobre representatividad real de
quienes hoy dicen aspiran a una Cuba organizada según normas democráticas
internacionalmente aceptadas, andando por los mismos caminos intolerantes que
hicieron de la tierra de José Martí exactamente lo que él
no soñó. Pudiera pensarse, entonces, en lo baldío de estas
líneas. Error craso: a ciertos virus siempre se les debe combatir. Con
candela, como al macao.
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